(VIS) «Sin duda, -ha dicho el Papa- entre todos los sacramentos, el de la reconciliación, es el que mejor hace visible el rostro misericordioso de Dios. No olvidemos nunca, tanto como penitentes, que como confesores, que no hay pecado que Dios no puede perdonar ¡Ninguno! Sólo lo que es sustraído a la divina misericordia no puede ser perdonado, como los que se esconden del sol no pueden ni iluminarse ni calentarse».
Siguiendo el hilo de la Reconciliación, el Santo Padre ha destacado tres exigencias. En primer lugar, «vivir el sacramento como medio para educar a la misericordia». El Papa ha hablado de la confesión «no como una tortura sino como un encuentro liberador y lleno de humanidad, a través del cual podemos educar a la misericordia, que no excluye, sino que incluye el justo compromiso de reparar, en la medida de lo posible, el mal cometido».
Conversión contagiosa
Como segunda exigencia, ha señalado el «dejarse educar de aquello que celebramos, es decir del Sacramento de la Reconciliación», porque «se puede aprender mucho de la conversión y del arrepentimiento de nuestros hermanos, que también nos empujan a hacer un examen de conciencia». Finalmente, como tercera exigencia, ha propuesto «tener siempre la mirada interior dirigida al Cielo, a lo sobrenatural».
El papa Francisco ha pedido a los participantes en el Foro que no olvidaran que todos son ministros de la reconciliación «por pura gracia de Dios, gratuitamente y por amor. Es más, precisamente por misericordia. Somos ministros de la misericordia -les ha dicho- gracias a la misericordia de Dios, y no debemos perder nunca esta mirada sobrenatural que nos hace realmente humildes, acogedores y misericordiosos hacia cualquier hermano y hermana que pida confesarse... Todo fiel penitente que se acerca al confesionario es “tierra sagrada” para cultivar con dedicación, cuidado y atención pastoral».
Antes de despedirse, el Pontífice les ha animado a aprovechar el tiempo de Cuaresma para la conversión personal y para dedicarse generosamente a las confesiones, «para que el pueblo de Dios pueda llegar purificado a la fiesta de la Pascua, que representa la victoria final de la Divina Misericordia sobre todo el mal del mundo».