«No esclavos, sino hermanos»

En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un «trabajo esclavo»

Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz. La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia.

Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él. La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo.

En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir. Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico.

Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”. Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás.

Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud. No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea.

Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). No es el odio el que construye la historia, sino el amor. Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz. Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud.

 

Recibid mi afecto y mi bendición.

 

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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