(El Pais/InfoCatólica) Mons. Sturla explicó que la guía, que propone «deconstruir el modelo tradicional de familia», es irreconciliable con la concepción judeocristiana de la sexualidad y que, aunque todas las personas son respetables, no todas las ideologías lo son. Cree que el anticlericalismo es «anacrónico» y que si bien puede haber «algún grupito menor», no nota «una postura anticlerical». El error, observa, es que cuando la Iglesia se expresa, critiquen no lo que dice, sino que lo diga.
–Usted se ha opuesto a la baja de edad de imputabilidad penal y a la guía de educación y diversidad sexual promovida por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides). ¿En qué casos es conveniente que la Iglesia opine sobre cuestiones politizadas?
–Cuando son temas de interés de la ciudadanía y que, de algún modo, tocan especialmente cuestiones que a la Iglesia como tal le preocupan expresamente y que, al mismo tiempo, no son estrictamente político- partidarios; en estos últimos uno trata de no meterse. En asuntos que tocan la vida de las familias, de los jóvenes o lo educativo, y que no son estrictamente político-partidarios parece necesario decir una palabra en defensa de los derechos de las personas y también de los que tenemos una visión humano-cristiana de la vida y los acontecimientos cuando entendemos que hay propuestas que van contra esa visión.
–Contó que le pidió una entrevista a Tabaré Vázquez en la que le expresará su preocupación por la guía de diversidad sexual y le planteará la colaboración de la Iglesia y el Estado en la educación.
–Sí, en realidad quiero saludarlo, felicitarlo y ver las cosas en común que podemos hacer. Sin duda, lo que uno tiene como preocupación más inmediata saldrá en la conversación. Los temas que en este momento más me preocupan y que eventualmente lo hablaría con Vázquez y con otras personas o actores de la sociedad, es el tema educativo y el de la guía de la diversidad sexual.
–Respecto a la «ideología de género» que afirmó, está detrás de ese documento que propone «deconstruir el modelo tradicional de familia». Usted dijo: «Supongamos que sea respetable pero que no me la impongan». ¿Cree que es respetable?
–Lo respetable siempre, y en todo lugar bajo todas circunstancias, son las personas. Merecen el máximo respeto piensen lo que piensen, tengan la orientación que tengan, sean de la ideología que sean y de la clase social que sean. Las personas son todas y siempre respetables. Es más, la Iglesia sostiene la respetabilidad de las personas y su integridad desde la concepción hasta la muerte natural. Otra cosa es que uno tiene unas ideas, otros otras y se combaten. No todas las ideas de por sí merecen todo el respeto del mundo porque hay ideologías racistas, xenófobas, el nazismo era una ideología. Hay que distinguir claramente: una cosa son las personas que sostienen determinadas ideologías y otra cosa es la ideología en sí.
–¿Qué opina en este caso?
–En general no estoy de acuerdo con la ideología de género. Pero en este caso, «se les fue la moto», como me escribió uno, porque la propuesta clara de deconstruir el modelo de familia heterosexual supone ir más allá de la ideología de género. Y promueve un nuevo tipo de sociedad donde los chicos, desde muy pequeños, no sólo admitan la variedad de orientaciones, sino que también la vean como algo variable que puede ir cambiando, que no tiene por qué ser la misma a lo largo de la vida y que «basta con que des rienda suelta a tu parecer y elección».
–¿Lo que se propone en la guía es reconciliable con la concepción judeocristiana de la sexualidad?
–Por supuesto que no. Es clarísimo, por eso la oposición frontal a este modo de presentar la ideología de género. No me quiero meter con toda la ideología de género que es muy compleja, pero sí a la aplicación presentada en esta guía.
–Tras su pedido de no imposición de este documento, al que definió como la «guía de la uniformidad mental», la directora del Instituto Nacional de las Mujeres del Mides que lo promovió, Beatriz Ramírez, dijo que su crítica «reitera la permanente intención de injerencia de la Iglesia» en este caso en la educación y «viola los principios de laicidad del país». ¿Qué opina de esto?
–Me resulta gracioso porque una cosa es que no estemos de acuerdo. Está bien, eso es clarísimo. Otra cosa es que se niegue el derecho a la Iglesia de decir lo que piensa. Eso es fascismo: cómo la Iglesia no va a poder opinar sobre algo que afecta a las personas y a la mayoría de los chicos cristianos. Porque no pensemos que la mayoría de las familias cristianas mandan a sus hijos a la escuela católica. Muchos asisten a la escuela oficial, entonces, ¿van a recibir eso?. No. No estamos de acuerdo. Más que ser un tema de los obispos, tienen que ser los mismos padres los que se opongan a este tipo de guía y que busquen los medios para frenarla, como el Consejo Directivo Central (Codicen) frenó su distribución en un acto de sentido común.
–Usted se acercó a grupos no sólo alejados sino también de algún modo enfrentados a la Iglesia, como el LGBT. ¿Es posible lograr que los fieles no los excluyan si consideran que tener relaciones homosexuales es un pecado?
–La Iglesia no es ni puede ser un «club de perfectos», sino, no estaríamos nosotros. Nadie se puede sentir apartado de la Iglesia porque por definición es universal, para todos: eso quiere decir la palabra «católica». En el evangelio, encontramos con claridad que Jesús dice que viene para los pecadores no para los justos; para los enfermos, no para los sanos. El pecado, sea el que sea, nos aleja de Dios, pero Él viene a nuestros encuentro, nos abre sus brazos. La propuesta cristiana en materia de moral sexual es muy exigente, porque solo admite las relaciones sexuales en el ámbito del matrimonio. Pero si hay cristianos que por diversidad de motivos viven una vida de pareja fuera del sacramento del matrimonio, no pueden sentirse excluidos de la comunidad aunque no puedan recibir la comunión.
–¿De qué modo?
–Hay países, yo lo he visto en Angola, pero también se hace aquí en algunos lugares, donde todas las personas se acercan a recibir a Jesús: los que no pueden comulgar por su situación cruzan los brazos sobre el pecho y piden al sacerdote la bendición, para experimentar así la cercanía del Señor aunque no comulguen.
–¿Cómo recibe que en algunos sectores políticos tengan un discurso anticlerical?
–El anticlericalismo en el Uruguay es algo de hace un siglo. Son cuestiones anacrónicas, puede haber algún grupito menor pero no creo que haya una postura anticlerical. Lo que pasa es que cuando la Iglesia se manifiesta, el error de algunos es, en lugar de criticar lo que la Iglesia dice, critican que la Iglesia diga.
–Se ha dicho que hay «sectores conservadores» de la Iglesia que no están de acuerdo con la «revolución» del papa Francisco. ¿Le consta que así sea?
–Es natural: si un Papa es más «conservador» va a haber gente que va a estar a disgusto y si es más renovador va a haber otro sector que esté a disgusto, pero esto es normal. La Iglesia no es una especie de ejército que sigue todo en orden de batalla, sino que en la Iglesia es muy importante la libertad de las personas. Precisamente, la figura del Papa en toda la Iglesia, del obispo en las iglesias diocesanas, es el centro de unidad en la diversidad. Hay una frase de San Agustín que es muy famosa que dice: «En lo opinable, libertad, en lo esencial unidad, en todo, amor». Ojalá que eso se viva.
Importancia de la iglesia en la política global
Respecto al rol destacado que ha tenido el papa Francisco en el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, dijo que «la Iglesia realiza muchas cosas, sobre todo a nivel del Vaticano, que no son públicas». Y este fue uno de esos casos, «que se mantuvo en secreto hasta que los presidentes (Raúl) Castro y (Barack) Obama lo publicitaron». Además contó que «se sabe, aunque tampoco es tan público», que Juan XXIII intervino cuando la Crisis de los misiles en octubre de 1962. Por otra parte, recordó «la intervención de Juan Pablo II cuando ya era absolutamente inminente la guerra entre Argentina y Chile» en 1978. Y sus intervenciones para detener las dos guerras de Iraq (1991 y 2003), que «fueron un fracaso». Sturla concluyó que la Iglesia realiza «muchas intervenciones, algunas conocidas, otras no tanto y sin duda tiene mucha importancia». En este sentido, destacó su papel en la caída del comunismo en el Este europeo (1989) «donde también el rol de Juan Pablo II, de la Iglesia en general y de la Iglesia polaca en particular, fue muy importante». En cuanto a Juan Pablo II, Sturla explicó que fue «terminante» acerca de la imposibilidad de que las mujeres se ordenen porque «si Jesús en su momento, teniendo discípulos y discípulas, confiere el sacerdocio solo a varones, la Iglesia no tiene la potestad de cambiar lo que hizo Cristo». «Es muy difícil que eso cambie en la vida de la Iglesia católica», concluyó.
«Se perdió sencillez del lenguaje; cuesta que nos entiendan»
La disminución de las personas que practican el culto católico es una de las preocupaciones del arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla. «Hay un dato que es muy fuerte y muy duro pero que ha sido público también: es que en 20, 25 años ha disminuido el 50% en forma global la participación en el culto católico». Esto incluye los bautismos, primeras comuniones, casamientos y la asistencia a misa. «Un 50% en 25 años es mucho», enfatizó Sturla. Si bien precisó que esto se da en Montevideo, explicó que cree que «se extiende al interior del país». Y advirtió: «Esto obviamente nos tiene que golpear y que llamar la atención, no podemos no llamar las cosas por su nombre».
Explicó que la situación no es comparable a la de un club que pierde los socios y se funde. «El tema no va por ahí, si yo de verdad creo que conocer a Jesucristo es la alegría más grande del corazón, que pertenecer a la comunidad cristiana es una alegría enorme porque en la comunidad yo encuentro sentido a mi vida, mi vida se llena de gozo y alegría, tengo motivos para vivir, consuelo para el dolor, esperanza para trabajar por un mundo mejor, etcétera, hay una cantidad de gente que lo va perdiendo, eso empobrece a las personas y también al Uruguay».
Sturla ha destacado que el problema central de la Iglesia es su modo de comunicarse. «Muchas veces hablamos un lenguaje que es como para iniciados y no se entiende comúnmente, entonces esto es una complicación, sobre todo en el lenguaje más popular», observó el arzobispo. Explicó que «la Iglesia ha perdido esa sencillez en el lenguaje y cuesta que la gente común entienda lo que anuncia». Esto, señaló, «obviamente» debe ser revisado. El desafío, entiende, es llegar a «toda la gente con un lenguaje cercano» y hacer una comunicación fluida, en la que también haya un feedback, «un ida y vuelta donde no solamente es la Iglesia que enseña, sino también la Iglesia que aprende». En ese sentido, reconoció que los curas deben «aprender mucho». «Grandes maestros son los niños y los jóvenes», dijo.
Respecto a que bajo el título de «religión» existan organizaciones que lucren con la necesidad de la gente, Sturla indicó que «cuando lo religioso se toma para otra cuestión que no es la relación de las personas con Dios, el formar una comunidad de creyentes, y una vivencia religiosa que ayude a liberar a la persona de sus males, de su pecado, hay que abrir los ojos». Y valoró: «cuando hay un aprovechamiento, sobre todo de la gente más frágil o más pobre y más que nada económico, creo que es un pecado contra Dios». Explicó que «el segundo mandamiento del decálogo dice no tomar el nombre de Dios en vano, entonces cuando se lo usa para un aprovechamiento personal económico es un grave pecado, ni que decir cuando se toma el nombre de Dios para la violencia como es lo que el Papa está diciendo con respecto al uso de la violencia por motivos religiosos». Según Sturla, en Uruguay la mayoría de las iglesias se dedican «al servicio de Dios y de la gente». Aunque notó que «hay algún pequeño grupo que quizás está lucrando con el aspecto religioso», advirtió que no le toca a él desenmascararlos.