(RV/InfoCatólica) La situación descrita por el profeta Sofonías es aquella de una ciudad rebelde, en la cual no obstante, hay un grupo que se arrepiente de los propios pecados: esto, subraya el Papa, es el «pueblo de Dios» que tiene en sí las «tres características» de «humildad, pobreza, confianza en el Señor». Pero en la ciudad están también aquellos que, dice el Santo Padre, «no han aceptado la corrección, no han confiado en el Señor». A ellos les tocará la condena:
«Estos no pueden recibir la salvación. Ellos están cerrados a la salvación. ‘Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre; confiará en el nombre del Señor’ para toda la vida. Y esto hasta hoy, ¿no? Cuando vemos al santo pueblo de Dios que es humilde, que tiene sus riquezas en la fe en el Señor, en la confianza en el Señor – el pueblo humilde, pobre, que confía en el Señor: y estos son los salvados y éste es el camino de la Iglesia ¿no? Debe ir por este camino, no por otro camino que no escucha la voz, que no acepta la corrección y no confía en el Señor».
La escena del Evangelio es aquella del contraste entre los dos hijos invitados por el padre a trabajas en la viña. El primero, rechaza, pero luego se arrepiente y va; el segundo dice sí al padre, pero en realidad lo engaña. Jesús cuenta esta historia a los jefes del pueblo, afirmando con claridad que son ellos que no han querido escuchar la voz de Dios a través de Juan y que por esto, en el Reino de los cielos serán superados por publicanos y prostitutas, que en cambio han creído en Juan. Y el escándalo suscitado por esta última afirmación, observa el Papa, es idéntico a aquel de tantos cristianos que se sienten «puros» sólo porque van a misa y hacen la comunión. Pero Dios, dice Francisco, tiene necesidad de otra cosa:
«Si tu corazón no es un corazón arrepentido, si no escuchas al Señor, no aceptas las correcciones y no confías en Él, tienes un corazón no arrepentido. Estos hipócritas que se escandalizaban de esto que dice Jesús sobre los publicanos y las prostitutas, pero luego, a escondidas, iban a buscarlos o para desahogar sus pasiones o para hacer negocios – pero todo a escondidas – eran puros. Y a estos el Señor no los quiere».
Este juicio «nos da esperanza» asegura el Papa Francisco. Con tal de que se tenga el coraje de abrir el corazón a Dios sin reservas, donándole también la «lista» de los propios pecados. Y para explicarlo, el Papa recuerda la historia de aquel santo que pensaba de haberle dado todo al Señor, con extrema generosidad:
«Escuchaba al Señor, hacía todo según su voluntad, daba al Señor y el Señor: ‘Pero tú todavía no me has dado una cosa’. Y el pobre era tan bueno y dice: ‘Pero Señor, ¿qué cosa no te he dado?’ Te he dado mi vida, trabajo para los pobres, trabajo para la catequesis, trabajo aquí, trabajo allá…’ ‘Pero tú no me has dado algo todavía’. ¿Qué, Señor?’ ‘Tus pecados’. Cuando nosotros seamos capaces de decir al Señor: ‘Señor, estos son mis pecados – no son de aquel, de aquel…son los míos. Tómalos Tú y así yo estaré salvado - cuando nosotros seremos capaces de hacer esto, nosotros seremos aquel hermoso pueblo, ‘pueblo humilde y pobre’, que confía en el nombre del Señor. El Señor nos conceda esta gracia».