(Alfa y Omega/InfoCatólica) Mi nombre de pila es Paloma y al consagrarme añadí «de la Cruz», ya que el Señor me mostró con mucha claridad que la cruz es el camino y el lugar privilegiado de encuentro con la Santísima Trinidad y con María, Nuestra Madre, y que estoy llamada a estar, como san Juan con María, a los pies de Cristo Crucificado.
Soy la mayor de 4 hermanos. Nací en una familia cristiana, que vivía la fe en el Camino Neocatecumenal, por lo que de forma natural Dios estaba presente en mi vida. Sin embargo, tuve una época de rebeldía en la cual, como Eva, quise alejarme de Dios y probar el mal, el pecado.
Alcohol, porros, coca y chicos
Llevada por una falsa idea de libertad empecé a probar todo lo que el mundo te ofrece como felicidad y que a los 15-16-17 años te parece lo mejor, pues tú «ya no eres una niña» y el qué dirán los amigos te parece tan importante. Por eso, empecé a vivir una doble vida tratando de contentar a todos: con los amigos me emborrachaba, fumaba porros y hasta llegué a meterme coca pues tenía que ser «el alma de la fiesta», y con mis padres trataba de aparentar que era una buena muchacha.
En cuanto a los chicos, no tenía ningún problema, pues siempre acababa saliendo con el que me gustaba; también es verdad que no fueron relaciones duraderas y eso me hacía sufrir, pues parecía que no terminaba de «encajar» con ninguno y eso aumentaba mis complejos. Pronto experimenté «la muerte»: la soledad y el vacío del que llevado por su autosuficiencia construye sobre arena su casa, su existencia. Y entonces, como el hijo pródigo, me acordé de lo bien que vivía en la Casa del Padre y volví arrepentida.
Un regreso a medias
La experiencia que yo tuve de Dios en ese regreso, en el que el Señor me mostró como nunca me había abandonado, sino que había estado conmigo, había sufrido conmigo y había llorado conmigo, fue mucho mayor que la que había vivido al amparo de la fe de mis padres. Entendí profundamente la frase de san Agustín: «Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor» y el Señor fue poco a poco conquistando mi corazón.
En varias ocasiones Él me regaló un profundo deseo de entregarle toda mi vida, pero luego las distracciones del mundo y mis propios proyectos iban apagando esa voz. Estudié Educación Infantil y empecé a trabajar en colegios, lo que siempre había sido mi sueño y estaba muy contenta; pero faltaba algo, todavía el puzzle de mi vida no terminaba de encajar.
La dura realidad del cáncer
En esa situación me encontraba cuando mi amiga Elena, a la que yo quiero como una hermana, que había estado luchando con un cáncer desde los 18 años, se agravó y ahora, cuando ambas teníamos 25 años, parecía no poder sobrellevar la enfermedad por más tiempo. Ante su inminente muerte y su respuesta de amor a Cristo Crucificado con esa fe tan madura y tan luminosa, yo me cuestioné muchas cosas y pensaba que, puesto que la vida es efímera, había que vivirla en plenitud, y al revisar mi vida y mi fe me parecían superficiales.
Un martes, en una Celebración de la Palabra «Dios Padre», ante el Evangelio de Jesús en Getsemaní, vi claramente que Elena estaba viviendo ese Getsemaní y tenía la misma confianza en Dios Padre que Jesucristo. Ante este misterio, desde lo profundo del corazón le pedí a Dios que ella pudiera mantener esa fe hasta el final de sus días y que también a mí me concediera el don de poder abandonar mi vida por completo en Dios Padre, y que mi vida fuera toda de Él, haciendo con ella lo que quisiera.
Custodias de adoración, corderos de inmolación, hostias de comunión
Y Dios escuchó mi súplica. Ese mismo sábado llegaron las Hermanas Guadalupanas Eucarísticas del Padre Celestial a mi parroquia, ya que nosotras vivimos de la Providencia, y trabajando, no obstante, en la elaboración de pequeños objetos de devoción que nos sirven también para evangelizar, tales como rosarios, cuentos con la historia de la Virgen de Guadalupe, etc., y los vendemos en las parroquias los fines de semana.
Una hermana explicó cuál es nuestro carisma y cómo estamos llamadas a darle contento a Nuestro Padre del Cielo, siendo custodias de adoración, como María en la Encarnación, a través de una vida intensa de oración a los pies de Jesús Sacramentado; a ser corderos de inmolación como María al pie de la cruz, permitiendo pequeños sacrificios y acogiendo con generosidad las contrariedades de la vida, para poder enseñar a las familias el valor del sufrimiento; y a ser hostias de comunión de amor como María en Pentecostés, a través de una vida fraterna en la que se den los signos del amor y la unidad. Nuestra vida de oración y lo que recibimos de Jesús Eucaristía, así como el Amor de Nuestra Madre, se transmite luego en retiros espirituales, encuentros para familias, campamentos y convivencias para jóvenes y niños.
Renueva sus votos temporales
Al escucharla, sentí que Dios me respondía con claridad, hice una experiencia de 15 días durante el verano de 2009 y me quedé. Si Dios quiere, el viernes 12 de diciembre, día de Nuestra Patrona, Nuestra Señora de Guadalupe, renuevo mis votos temporales por segunda vez, y no me arrepiento, al contrario: es para mí una gran alegría que Dios me haya llamado a este camino de santidad, estando al servicio del Evangelio del matrimonio, la familia y la vida.
Por la hermana Paloma de la Cruz, Guadalupana Eucarística
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