(Aleteia/InfoCatólica) Durante los años de la guerra, por encargo del entonces delegado pontificio y con el permiso de sus superiores, llevó a cabo una acción de ayuda eficaz a favor de las personas necesitadas, empezando por los militares que después del 8 de septiembre estaban desbandados, pero también los judíos perseguidos por los alemanes.
Con la ayuda de otras personas, había creado una red de socorro: su confesionario en la basílica había llegado a ser el centro organizativo de esta actividad. Esto para no llamar la atención y no levantar sospechas, dado que la policía fascista y los nazis la rastreaban. El padre Placido Cortese sufrió la suerte de todos los que fueron capturados.
El episodio culminante es el de su rapto – no fue un arresto sino un verdadero rapto – el 8 de octubre de 1944: era domingo; con engaño se le hizo salir de la basílica, a la plaza contigua, donde fue forzado a subir a un coche y trasladado a Trieste, donde en el bunker de la Gestapo de Piazza Oberdan fue torturado hasta la muerte.
Las atroces torturas debían servir para hacerle confesar los nombres de las personas a las que salvaba y de sus colaboradores, pero no salió nombre alguno de sus labios.
Su actividad no era muy conocida ni siquiera entre los frailes mientras estaba en marcha, obviamente para no levantar sospechas y crear problemas. Aunque alguno lo sabía, los propios frailes a veces no entendían lo que hacía, porque lo hacía en la reserva más absoluta.
Después de su rapto, por desgracia, no se supo nada de él, no se sabía dónde fue a parar. Cayó un muro de silencio: podemos decir que él fue mártir del silencio, porque murió por su silencio, y porque fue también víctima de un silencio póstumo.
Hubo que esperar a 1995 para que salieran a la luz los primeros testimonios de quienes le encontraron, vieron y oyeron en Trieste durante los terribles días de su prisión. Le vieron herido, con las manos rotas y otras partes del cuerpo tumefactas.
Los testimonios surgieron durante un encuentro en Padua de personas que vivieron la guerra. Casi por casualidad, una persona confió en un fraile, y de este testimonio surgieron otros de supervivientes. Los mismos dieron testimonio durante el proceso de beatificación que se abrió en 2002 en Trieste y que se completó en su primera parte en 2003, con la esperanza de que se reconociera el martirio del padre Cortese.
Por desgracia no se saben ni las circunstancias exactas de su muerte ni el día: durante el proceso de beatificación el Tribunal de Padua tuvo que declarar la muerte presunta, porque este hombre literalmente había desaparecido.
La verdad es que a los nazis la cosa se les fue de las manos, porque no estaba previsto que el padre Placido muriera por las torturas recibidas, y por esto decidieron hacerle desaparecer. Con toda probabilidad su cadáver fue incinerado en el horno crematorio de la Riviera di San Saba, el único campo de concentración de Italia, y no quedó traza alguna de él.
Al contrario, malignamente los nazis difundieron rumores de que el padre Placido había sido trasladado a Alemania. Por eso, al no tener noticias, el silencio cayó sobre la suerte del padre Placido Cortese durante muchos años.
Hoy siguen con vida poquísimas personas que le conocieron. Una es un esloveno que durante la guerra trabajaba en la Cruz Roja, y que dijo haber oído las últimas palabras del padre Placido en el bunker de Trieste: reza y calla. Esta fue la consigna que se le dio: la oración como hombre de Dios, y el silencio como instrumento para salvar
Fragmento de una entrevista realizada por Emanuele D’Onofrio, periodista de Aleteia, al vice postulador, padre Giorgio Laggioni