(Zenit) Mons. Tejado, actual subsecretario del Pontificio Consejo Cor Unum, ha explicado a ZENIT cómo fueron sus años en Albania y la labor inicial de la Iglesia tras tantos años de opresión.
En el año 1993, después de trabajar en Roma, este sacerdote fue a Albania para ayudar a la reconstrucción de la Iglesia en 360 grados. No tenía un encargo específico porque el arzobispo de Tirana había pedido un sacerdote para ayudarle en todo lo que había que hacer. Un año después de su llegada, le hicieron director de Cáritas Albania.
Allí estuvo ocho años en ese encargo, pasando por todas las crisis que se vivieron esos años: la crisis financiera del '97, crisis social, política. Todo ello en parte como consecuencia del paso del comunismo a una sociedad democrática. También sufrió allí la guerra del Kosovo, en la que las tropas serbias expulsaron muchos albano-kosovares hacia Macedonia y sobre todo hacia Albania.
En esta circunstancia, como Caritas, tuvieron que trabajar muchísimo. «Fue un trabajo completo», recuerda monseñor Tejado, porque había que reconstruir tantas estructuras ya que en cuarenta años prácticamente todo había sido destruido: iglesias, conventos..., y sobre todo había que reconstruir la comunidad eclesial. Fueron 40 años sin instrucción, sin sacramentos prácticamente. Albania era el único país con una Constitución que prohibia cualquier tipo de manifestación de tipo religioso, con lo cual, por ley era perseguible. Hubo sacerdotes que murieron por bautizar a un niño en Tirana.
Monseñor Tejado también nos habla de los sacerdotes que conoció cuando eran ya muy mayores y al caer el muro de Berlín, salieron de las prisiones. Al respecto, indica que fue «un don enorme conocer a estas personas que había sufrido tantísimo por su fe, por ser sacerdotes o por decir que eran cristianos».
- ¿Cómo fue el recorrido de la Iglesia en Albania desde que usted llegó y hasta que se marchó?
- Monseñor Tejado: Ha hecho un camino muy largo y muy bueno. El gran mérito de estos primeros obispos de Albania que hizo Juan Pablo II en el año 1993, ha sido tener que hacer todo desde cero. Reconstruir un mínimo para empezar a trabajar. Y no era fácil, porque no había clero local. Ahora están ahí los jóvenes albaneses, que son los que tiene que tomar en sus manos su Iglesia y llevarla adelante.
Era un tiempo de kairós. El comunismo no había destruido las raíces del sentimiento religioso natural. Así como el proceso de securalización logra arrancar las raíces de la religiosidad y luego es muy difícil hablar de Dios a las personas securalizadas. Me dí cuenta que allí en Albania era fácil hablar del Evangelio, había una recepción muy fresca del Evangelio. Porque hay que considerar que los albaneses, sean musulmanes o católicos u ortodoxos, lo son por pertenencia familiar, pero el pueblo albano era –después de los 40 años de comunismo– profundamente ateo. Era un pueblo que no conoce a Dios.
También es necesario tener en cuenta que Albania mira hacia occidente, histórica y culturalmente aunque haya sido un país que ha pertenecido al imperio otomano. Albania se ha modernizado muy rápidamente. Los procesos de cambio del comunismo a una sociedad más abierta y democrática han sido velocísimos. Eso ha creado muchos problemas sobre todo a nivel intergeneracional. Se percibía una gran tensión entre las tradiciones antiguas y el mundo nuevo que llegaba a riadas.
La Iglesia lo que hace es adaptarse a la nueva realidad. Ahora los templos están más o menos reconstruidos. Y la Iglesia trata de ser lo que tiene que ser: sal, luz y fermento.
- ¿Qué supuso la visita de Juan Pablo II a Albania en 1993?
- Yo llegué después, pero todavía existía el eco. Fue algo fantástico, un signo de esperanza para un pueblo que había salido de tantos años de opresión. La visita de Juan Pablo II fue algo como bajado del cielo. Que un Papa fuera allí fue algo enorme. Todo el pueblo, musulmanes, ortodoxos y católicos... todos salieron a la calle. Igual que va a ser la de Francisco. Albania es un pueblo muy acogedor y cuando dan el corazón, lo dan de verdad.
- ¿Podemos entender la próxima visita del papa Francisco en la óptica de salir a las periferias?
Claro. Es el estilo del Papa. Pero, atención, es el estilo de todo cristiano. El cristiano no se mueve por lógicas de poder, económicas o de conveniencia. El Papa es una persona muy primordial en este sentido. Le han invitado y ha dicho: 'Sí, allí tengo que ir'. El país más pequeño, el que tiene menos habitantes, el que económicamente tiene menos... Esta es una lógica cristiana. Jesús elegía a los pequeños, no se rodeaba con la gente de poder para tener luego una recompensa. Él no tenía esa lógica.
El Papa ha hablado del diálogo interreligioso, algo que es muy interesante en Albania. Es verdad que son solo una etnia y eso crea una unidad de base muy importante. En Albania existe un diálogo constante entre las creencias religiosas, no es esporádico, es constante. Además no hay ninguna que sea radical. Por lo que yo he visto, el albanés no es fundamentalista por principio.
- ¿Qué frutos cree que puede traer esta visita del Papa?
Los frutos habrá que verlos luego. Creo que el primer fruto sea una palabra a Europa que se está construyendo sobre bases de intereses económicos, y Europa tiene que empezar a mirar y construirse con otros criterios. Y con estos signos y decisiones que el Papa toma, creo que este es el mensaje que intenta decir. Los criterios no pueden ser solo económicos o estratégicos. Los pueblos se construyen con otras riquezas.
- ¿De qué forma el testimonio de una gran mujer albana como la beata Teresa de Calcuta está presente en esta nación?
Los albaneses están muy orgullosos de haber tenido una mujer así. La conocí estando allí. Y aparentemente es paradójico que Dios haya hecho una joya así con una mujer tan pequeña y procedente de una nación tan pequeña si lo miras desde la óptica mundana. La beata está presente en todo, para ellos es como un orgullo nacional. El aeropuerto está dedicado a ella, la plaza más importante de Tirana, el hospital... Hay un sentimiento muy bueno, y los albaneses la quieren mucho. Ella tenía un afecto especial por Albania, donde regresó muchas veces y fundó muchos conventos.