(Diócesis de San Sebastián/InfoCatólica) Con la celebración de la Eucaristía en el Centro Penitenciario, comenzó y terminó la experiencia que han vivido estos 13 jóvenes. Desde la Pastoral Penitenciaria se ha pretendido mostrarles una realidad que es poco conocida, así como el trabajo de tantos voluntarios que desde su humildad, quieren hacer presente el Amor de Dios al hombre, sea cual sea la situación en que este se encuentro.
Concluye el campo de trabajo del centro penitenciario de San Sebastián, para algunos con pena por la limitación de días. A pesar de todo una experiencia muy enriquecedora y que ha mostrado un aspecto de la realidad desconocida por gran parte de la sociedad.
Una realidad aislada que socialmente se percibe como alejada de nuestras casas y que se etiqueta como un lugar de castigo donde los ‘delincuentes’ cumplen su condena como una penalización por sus actos. Sin embargo, una vez dentro los trece voluntarios han coincidido en una impresión más positiva de lo que se esperaban, y que contrasta con la idea que la sociedad tiene de los centros penitenciarios, una idea más fría y cruel.
En primer lugar, las charlas que han impartido los profesionales que trabajan en el centro penitenciario han mostrado cómo funciona el sistema penitenciario: qué es ‘delito’ y qué no, por cuánto se pena cada delito, qué personas acaban en prisión y cuáles no, la clasificación de los presos por grados, la vulnerabilidad de algunas personas y colectivos, funcionamiento del sistema médico, de los equipos de tratamiento, temas de extranjería...
Desde el director del centro hasta la subdirectora de tratamiento, pasando por la educadora social, el psicólogo, la trabajadora social, el equipo médico, Cruz Roja y la asociación IRESGI. Todas las clases muy productivas y para el grupo de voluntariado la mayor parte de la temática impartida nos ha resultado nueva y bastante interesante.
Por otra parte, por las tardes, el entorno se tornaba completamente distinto.«Nos adentramos en el patio con los internos y lo primero que nos preguntan: ¿Por qué estáis aquí? Y la verdad, no teníamos una respuesta clara y directa a esta pregunt».
Su presencia sería de puro acompañamiento a los internos, sobre todo, para conversar con ellos, para que se desahoguen y les cuenten su historia, o, simplemente, para hablar acerca de lo que ellos quieran o jugar para pasar el rato. Lo que más impresionó fue la convivencia entre todos los internos de diferente origen y con una amplia diversidad de casos.
Otro aspecto que no esperában de un centro penitenciario es la cercanía entre los internos y la forma que tienen de concebir el entorno como si de un internado o un colegio se tratara, a pesar de que no excluye que estén en un recinto cerrado que les prive de su libertad.
Un centro tan antiguo como el de Martutene no se asimila al resto de centros penitenciarios y sus características permiten una mayor movilidad dentro del recinto, no se asemeja al típico centro penitenciario con una distribución modular.
Además, la convivencia entre internos e internas para algunos talleres o cursillos, incluso en el patio los domingos, es algo impensable en un centro penitenciario, pero que en Martutene, funciona sin problemas.
«En definitiva, para nosotros ha sido un lugar de paso, con ida, pero sin vuelta. Sin embargo, para los internos la situación es distinta, por ello, nuestro acercamiento a ellos se ha realizado desde el respeto y siempre sin prejuicios, sobre todo, sin tener en cuenta su delito».
«Al fin y al cabo, son personas, y como personas siempre tienen la oportunidad de cambiar, con la esperanza de llegar a una reinserción social en el futuro. En muchos casos, llegas a cuestionarte la etiqueta de ‘delincuente’, ya que cada interno es un mundo. Algunos con sus complicaciones y vidas desestructuradas, también encuentras personas sensatas que aparentan llevar una vida tranquila y normal, o personas que por el entorno en el que han crecido o por la familia o amigos que han tenido, cuentan con todos los boletos para terminar entre rejas. Sin embargo, cada interno cuenta lo que quiere, es verdad, pero para eso estamos, para escuchar».
Tener en cuenta que no se trata de números o presos que se han de clasificar por sus delitos, sino que hay que tratarles como lo que son, seres humanos, que desgraciadamente cometieron algún error en su vida. La clave para conectar con ellos: abrir mentes para cerrar estigmas.
El campo de trabajo termina como empezó, en un domingo de celebración de la Eucaristía a la que acuden un gran número de internos. Con tristeza pero con intención de volver, se despidieron de todos ellos.
Finalmente, «agradecer a la Pastoral Penitenciaria y a Instituciones Penitenciarias por ofrecernos esta oportunidad, ya que no es algo habitual que se vea todos los días. Al fin y al cabo, hemos entrado sin llamar. No esperamos que los internos nos vean como visitantes que entramos a ver los artículos o las obras de un museo, sino como compañeros de apoyo con los que poder hablar y pasar el tiempo de forma más amena. También agradecer a los funcionarios que debido a nuestra intrusión han tenido que aumentar su atención y organización».
«Agradecer también a los profesionales que trabajan en el centro por el tiempo dedicado a explicarnos su trabajo y el día a día en prisión, y a la comunidad de Loiolaetxea por recibirnos e invitarnos a comer. Pero, en especial, dar las gracias a los internos e internas por su compañía y por su trato».
«En conclusión, ha sido una experiencia muy provechosa para nosotros y en la que hemos aprendido y conocido cosas nuevas, pero, sobre todo, diferentes, del lado olvidado de la sociedad. Desde el otro punto de vista, esperamos que haya roto la rutina de los internos y que lo que hemos vivido juntos haya resultado de su agrado».