(Familia Actual/InfoCatólica) En 1942, el cantante mexicano José Mojica sintió la llamada de Dios e ingresó en el seminario franciscano de Cuzco (Perú), convirtiéndose en fray José de Guadalupe Mojica. Cinco años después fue ordenado sacerdote. Justo antes de estos acontecimientos, José participó en la película argentina Melodías de América (Eduardo Morera, 1942), donde interpretó el bolero que su amigo, «el flaco de oro», había compuesto para él. La letra lo dice todo:
Una vez, nada más
se entrega el alma
con la dulce y total
renunciación,
y cuando ese milagro realiza
el prodigio de amarse,
hay campanas de fiesta que cantan
en mi corazón…
Agustín Lara compuso la más bella canción de amor para el más enamorado, para aquel que «entrega el alma» de una vez por todas y siente «campanas de fiesta» en su corazón. José Mojica no es el único caso de un artista que lo deja todo y se entrega «con la dulce y total renunciación» a un amor que no es de este mundo.
Un caso reciente lo podemos encontrar en la modelo y actriz gallega Olalla Oliveros, quien cambió las pasarelas, la publicidad y las series de televisión por una vida de oración y servicio, e ingresó en la Orden y Mandato de San Miguel Arcángel, una asociación católica con sedes en San Miguel de Oia y en Madrid.
Ella misma dice que el Señor le hizo casting y no le pudo decir que no. Cuenta que después de pasar tres días en Fátima, mientras volvía a Madrid, donde había vivido una década llena de todo lo que puede desear una chica inmersa en el mundo de la moda, el cine y la televisión, no se podía quitar de la cabeza la idea de ser monja. «Me reía. Me decía a mí misma: ¡oh Señor!, ¿cómo puede ser que me estés pidiendo esto? Y venga reír y venga llorar. Así me pasé todo el camino en autobús, de noche».
La embargó una felicidad inmensa, tan descomunal que le daba la risa: «Era tanta la alegría, que lo único que hacía era reírme, porque estaba entendiendo que era feliz, que el Señor me pedía eso». Nunca se le había pasado algo así por la cabeza: «Yo soñaba con ser actriz –confiesa–; de hecho, me iban las cosas muy bien». Y concluye: «Ese gozo y esa felicidad no la da ni un vaquero, ni un novio, ni un ‘qué guapa estás’, ni un tacón alto».
«Solamente una vez amé en la vida…» tararea desde entonces la hermana Olalla del Sí de María, como se llama ahora. Agustín Lara también la compuso para ella y para tantos enamorados, porque es la más hermosa canción de amor.
A muchos padres les da miedo que alguno de sus hijos lo deje todo por un amor invisible. Algunos no lo entienden: están dispuestos a acompañarlos a mil y un castings de moda o de cine, pero cuando el casting no tiene escenario, ni focos, ni micrófonos, ni maquillaje, ni vestidos… sienten que les arrebatan a sus hijos. Es comprensible, ya lo dice el papa Francisco: «Tenemos miedo de las sorpresas de Dios».
Por Pilar Guembe y Carlos Goñi en Familia Actual