(Alfa y Omega/InfoCatólica) Teníamos la visita de las 12 semanas de gestación, y en nuestra cabeza solamente había lugar para la ilusión de un segundo hijo. La doctora nos dijo: «Vuestro bebé viene con una malformación cráneo-encefálica por la que no podrá sobrevivir». En ningún momento nos sugirió que abortáramos, pero nos explicó todos los aspectos negativos, y que además implicaba un riesgo para la mamá. Podía parecer que el camino más lógico era detener el embarazo.
Nosotros no nos planteamos el aborto. Pero en el momento de darnos la noticia, tuvimos dudas. Pasada una semana [cuando teníamos cita para una segunda ecografía], teníamos claro que no abortaríamos, aunque con muchos miedos. Para nosotros, el apoyo de la familia y la comunidad parroquial -somos cristianos practicantes- fue fundamental. Al confirmarnos la noticia se nos vino el mundo abajo. No obstante, decidimos seguir, ya que es un hijo como cualquier otro.
Los médicos nos ofrecían hablar con pediatras de neonatología, y otros médicos para el apoyo psicológico. Vimos cómo nos mimaban, ya para nosotros eran momentos muy intensos. Teníamos una visita cada mes, y era cuando veíamos cómo Ignasi se movía e iba creciendo. Nos alegrábamos muchísimo.
Cada día, un beso de buenas noches
Nos planteamos un embarazo más intenso y diferente. Era un tiempo con este hijo, un tiempo corto pero para disfrutarlo. Todo lo que hacíamos era con él: si íbamos al cine, o al parque, contábamos siempre con cuatro. Le cantábamos canciones. Nuestro primer hijo le daba cada noche un beso de buenas noches... Le explicamos que «mamá está esperando a un bebé, que está malito, y que cuando nazca, se irá al cielo directamente». Él, mejor que nosotros, lo encajó perfectamente.
Compramos dos vestidos para Ignasi: uno para cuando naciera, y otro para la mortaja. De este modo, el que tuvo puesto durante sus pocos minutos de vida ahora lo tenemos como único recuerdo. Se trata de un pelele blanco, el color de los ángeles.
El día 28 de diciembre, tuve una gran pérdida de sangre, que nos hizo preparar la maleta, y poner los vestidos, un muñeco para Ignasi, y agua del Jordán para bautizarlo. Fueron momentos muy duros, ya que sentíamos qué significaba: Ignasi se iba. El parto fue estupendo. Ignasi lo hizo todo, nació y rompió todo pronóstico médico. La comadrona y la anestesista fueron estupendas: en el momento de nacer, se lo llevaron al box contiguo, para ponerle un gorro y evitar que nos quedáramos con la imagen de la malformación. Además, la comadrona fue muy rápida, y ese momento no se nos hizo largo. Se lo agradecemos mucho.
Le cogió el dedo a su padre
Nació vivo, y vivió 40 minutos. Josep lo bautizó. Le cantamos una canción, le explicamos todo lo que le habíamos querido, le dijimos que ahora él tenía mucho trabajo, ya que, desde el cielo, tenía que cuidarnos. Tenemos que decir que era precioso, que era perfecto. Ignasi cogió el dedo a su padre. Es un sentimiento difícil de explicar, como si nos agradeciera que no decidiéramos abortarlo, y nos dijera que él también nos quería y que siempre estaría con nosotros. En ese box, notamos una gran intensidad de amor. Estábamos como en una nube, disfrutando de esos últimos momentos, hasta que se murió en brazos de su madre.
Una vez se murió, nos trasladaron a una habitación, y en este momento estábamos muy tranquilos. Nos dejaron tres horas para velarlo, junto con nuestros padres, hermanos, nuestro primer hijo (que tenía dos años y medio), y un sacerdote amigo.
Por un error burocrático, pudimos inscribirlo en el libro de familia, lo que para nosotros también fue un regalo. El entierro fue el 30 de diciembre, día de la Sagrada Familia. Todas las fechas fueron para nosotros muy significativas, vimos que nada es por casualidad. Tenemos un sitio donde sabemos que está el cuerpo de Ignasi, y donde podemos rezar.
Hemos vivido y todavía vivimos un tiempo de duelo, que no ha sido nada fácil. No hay ni un día en que no nos acordemos de él. Nuestro hijo mayor nos ha ayudado mucho. Su alegría, su naturalidad, su madurez en este aspecto, nos ha consolado en muchas ocasiones. Tenemos un tercer hijo [de un año]. El mayor siempre dice que tiene un hermano en el cielo, y otro aquí.
Cada uno tenemos una misión, que a veces no entendemos y que puede ser más corta o más larga, pero siempre en manos de Dios. Ignasi tuvo una misión corta: una vida de 8 meses. El embarazo fue lleno de amor y completamente intenso. Teníamos que aprovechar todo el tiempo que Dios nos concedía la compañía de esta vida tan hermosa. Estamos convencidos de que tenemos un ángel en el cielo y que nosotros hemos tenido la suerte de estar con él: se llama Ignasi.
Por Josep y Marta en Alfa y omega