(InfoCatólica) Texto completo de la carta del obispo:
Hermanas y hermanos en Jesucristo,
En esta ocasión propicia envío a nuestros hermanos mapuches un cariñoso saludo y un reconocimiento agradecido por los valores de su cultura que nos enriquecen a todos.
Un Año Nuevo es símbolo de una vida nueva, ya que la oscuridad comienza a retroceder, dando paso a la luz, anticipo de la primavera. Nuestros ojos serán testigos que los días serán más largos y pronto veremos germinar por todas partes los brotes que anuncian flores, con sus esperanzas de la abundancia de frutos. Esta es la vida que nos habla del Creador, quien en su sabiduría y bondad puso en su creación un orden y unas leyes tan perfectas que aseguran la existencia de todos los hombres: «Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes» (Sal 104,27-28).
¡Qué admirable es Dios en su creación, en el sol que nos ilumina, en la luz que hace posible nuestra vida sobre la tierra! Pero hay algo que es aún más maravilloso en el designo providente de Dios. Él quiso darnos un Sol que de verdad iluminara nuestras vidas con una luz que no conoce ocaso y que dure por toda la eternidad, Cristo. En efecto, de Él se dice que es la «luz de los pueblos» (Lc 2,32) y que es «el Sol que nace de lo alto, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79). Sin Cristo, todos viviríamos en las sombras de muerte. A causa del pecado, todas las semillas de bondad puestas por Dios Creador en los hombres y en los pueblos quedaron infecundas.
Sólo en Jesús, las personas y los pueblos pueden alcanzar su plenitud de vida eterna. Sin Él, las semillas de este mundo germinan para la muerte, no para la vida. Sólo en Cristo es posible la paz. A este propósito, San Juan Pablo II nos dijo a los latinoamericanos: «Desde esta fe en Cristo, desde el seno de la Iglesia, somos capaces de servir al hombre, a nuestros pueblos, de penetrar con el Evangelio su cultura, transformar los corazones, humanizar sistemas y estructuras… No me cansaré yo mismo de repetir, en cumplimiento de mi deber de evangelizador, a la humanidad entera: ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Frente a tantos humanismos, frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o psíquica, la Iglesia tiene el derecho y el deber de proclamar la Verdad sobre el hombre, que ella recibió de su maestro Jesucristo» (Discurso 28.01.79).