(SIC/InfoCatólica) Según los resultados de la encuesta realizada por la Conferencia Episcopal Japonesa, para el próximo Sínodo de la familia, es necesario apoyar y sostener la pastoral de las familias en este país para que estén más involucradas en la vida de la comunidad cristiana. Y es precisamente en este ámbito, con parejas de jóvenes especialmente, donde ha trabajado muchos años el Padre Luis.
A sus 83 años está jubilado y pasa el año entre Japón y Murcia, su ciudad natal. Su afición por la colección de iconos eclesiásticos, sobre todo los que recopiló durante sus seis viajes a Rusia, le está permitiendo emprender una nueva manera de comunicar sus experiencias por medio de exposiciones que realiza donde se lo demandan. El resto del tiempo libre lo dedica a otra de sus grandes aficiones, la pintura.
- ¿Qué le motivó a entrar en la Compañía de Jesús?
Me encontraba de retiro junto a otros compañeros en el Monasterio de Los Jerónimos. Allí estábamos para realizar el examen de estado y elegir a qué nos íbamos a dedicar. En mí todo estaba claro, no tenía mucho que pensar, mi padre era arquitecto y todo venía a decir que yo seguiría sus pasos. El retiro nos obligaba a estar callados durante tres días, pero no era imposible cumplirlo. El último día nos obligaron a hacerlo en serio.
La jornada trascurría en hacer una oración, comer, pasear, dormir la siesta y leer. El paseo me lo ahorre porque hacía calor, así que dormí la siesta, y cuando desperté me fui a la biblioteca. Allí, entre todos los libros, sentí la necesidad de tomar uno en cuestión; era como si alguien me lo estuviese poniendo en las manos; su título, «Japón», de Moisés Domenzain, jesuita misionero en Japón durante 20 años. Al abrirlo pude leer una carta de San Francisco Javier escrita a mano en la que informaba a sus compañeros, de la universidad de París, su intención de ir a trabajar a Japón y les preguntaba: «¿Quién se vendría conmigo?» y yo le conteste: «yo». Sentí que la carta estaba dirigida a mí.
Así que, tras aprobar el examen, investigué como podía viajar hasta Japón y vi claro que mi pasaporte estaba en la Compañía de Jesús. En agosto de 1948 ingresé en el noviciado de Aranjuez. Desde un principio dejé claro que entraba en la orden con el deseo de hacer misiones en Japón, pero viajar hasta allí era muy difícil.
Me puse en contacto con el Padre Cerdeño, también murciano, de Alcantarilla, que ya estaba allí y me aconsejó que no fuese sin saber inglés. Tuve la mala suerte de que en el curso de Bachiller Superior, que yo había realizado, el estudio del inglés se sustituyó por el alemán. Era muy difícil entonces estudiar inglés. Para hacerlo tuve que esperar hasta junio de 1956. Ese año pude dar otro paso hacia mi objetivo. Partí en barco desde Cádiz hasta Estados Unidos donde permanecí unos cuatro meses dedicándome a estudiar inglés.
Tras ese periodo, por fin embarqué hacía Japón reviviendo el sueño de Cristóbal Colón de ir por el oeste a las islas de oriente.
- ¿Cuánto tiempo ha permanecido como misionero en Japón?
Pues concretamente, entre las idas y venidas, 57 años. Los primeros diez años los dediqué a estudiar las costumbres y la lengua. También estuve un año de prácticas en la Universidad Católica Jesuita enseñando a jóvenes en japonés. Así pude hacerme intensamente con el idioma, y por medio de las cartas que recibía pude aprender a escribirlo con ayuda de profesores que me corregían los fallos.
Doy gracias a Dios por haberme ido joven. Con esos años no me fue difícil aprender. Después de los 30 la mente ya no está tan abierta ni dispuesta. Además, yo ya tenía conocimiento con lo cual lo que me apetecía era actuar, no aprender. La adaptación del cuerpo es más lenta que la mental.
Dormir en el suelo, comer pescado crudo, a esa edad no fue tampoco un problema. Los misioneros antiguos vivían en Japón, pero tenían una cocinera. Vivían en Japón pero al estilo extranjero. Si vas siendo joven, por curiosidad te adaptas a todo, aprendes, y sobre todo porque no tienes miedo a errar, a equivocarte, a ser corregido.
Durante este tiempo cursé los estudios de Teología e impartí clases de Religión, Filosofía y Ética.
- ¿Cuál ha sido su labor misionera durante tantos años en Japón?
Dejé de enseñar Filosofía y Religión: Filosofía porque se basaba en encontrar principios filosóficos para aclarar la verdad de la mentira, lo falso de lo verdadero; y dejé de impartir Religión porque para el japonés su Dios es el emperador. Entonces me dije que estas dos materias no funcionaban para realizar mi misión. Y así fue como pensé que la Ética era lo mejor para acercarles nuestra religión, porque hasta el más malo quiere ser bueno. Por medio de la Ética les hacía ver quien decide lo que está bien y lo que está mal. Para mí la Ética, a través de los principios morales, llevaba más a Dios.
Cada día les daba tres horas sobre la idea cristiana en relación a la idea de la familia: el respeto entre los cónyuges, el reparto de tareas, los hijos y siempre sin olvidar que los matrimonios allí estaban pactados. Las chicas siempre sabían con quien se iban a casar. Cuando se graduaban ya tenían la boda preparada.
Un día una alumna, a punto de graduarse y casarse, me agradeció mis clases y me pidió aprovechar aún más lo que quedaba de curso y hacer clases extraordinarias para ella y un grupo de amigas que también estaban interesadas. Y así es como empecé a hacer realidad mi misión. Fuera de horario de la universidad, en verano, otro grupo de jóvenes me pidió asistir a reuniones donde yo les acercaba a Dios, tomando el matrimonio como base, que era lo que a ellos les motivaba dudas existenciales.
En estas clases los jóvenes debatían sobre los temas que les interesaban, como por ejemplo el elegir novio, la diferencia entre amor y sentimientos. No hay que olvidar que en Japón la idea del matrimonio es un concepto familiar y no tiene nada que ver con la Religión. Así fue como, de la mano de estos jóvenes, estuve viajando por todo el territorio llevándome sorpresas muy agradables como la que viví en uno de los pueblos más alejados al norte de Japón, donde 200 personas asistieron a una charla mía y a un debate. La reunión duró tres días. Yo les decía que en tres días no se pueden resolver todas las dudas, y así les pedía su nombre y dirección para entregárselas al cura de la zona y que fuese él quien terminará la tarea de evangelización.
A esta tarea me dediqué durante diez años completos, recorriendo Japón, reuniendo a personas que se interesaban por nuestra religión. En mis reuniones la misión era crear interés sobre el cristianismo a los japoneses a través de conceptos que querían cambiar de sus tradiciones, como por ejemplo el matrimonio. Estas reuniones fuera de la universidad se convirtieron en fijas una vez al mes, y duraban prácticamente todo el día. La única condición para asistir a ellas era no acudir solo, llevar siempre a alguien nuevo, y estaba prohibido que los chicos se separarán de las chicas, es decir, la segregación. De este modo tarde o temprano se generaban lazos entre algún muchacho y alguna muchacha.
Los últimos 25 años he seguido realizando estas reuniones, despertando el interés sobre el cristianismo a los japoneses. Y de ellas conseguí que se realizaran 500 matrimonios de bautizados. Primero se hacían católicos y después se casaban. Algunos de ellos, pasado el tiempo, me buscaban para que fuese el testigo de sus matrimonios; algo muy bonito para mí.
Lo más difícil en Japón es crear precedente. Lo que no existe, es muy difícil de implantar. En Japón si no hay precedentes, no se puede hacer nada. Tú llegas con una idea y si no hay precedentes, te la desechan. Si es la primera vez que se plantea ¿cómo va a ver precedentes?