(Vatican Insider/InfoCatólica) El miércoles, 28 de mayo, a las tres de la tarde, un grupo de hombres armados atacó la Iglesia dedicada a Nuestra Señora de Fátima, en Bangui.
Es una Iglesia de frontera, a 500 metros de la línea roja que la separa del barrio del mercado, el «PK-5», uno de los más peligrosos de la ciudad. Fue una hora de terror: «Arrojaron dos bombas de mano contra las puertas de la Iglesia, querían entrar. Dispararon contra la gente, a los transeúntes, a los desplazados que albergábamos en nuestro terreno. Por suerte, muchos no estaban en ese momento».
El padre Gabriele estaba en la casa parroquial cuando escuchó los primeros disparos. «Quería salir, pero mis parroquianos me lo impidieron. Nos quedamos todos en la habitación, que estaba llena de gente». Entre las víctimas hay un sacerdote centroafricano, que estaba de paso y había buscado refugio en la parroquia.
La parroquia de Nuestra Señora de Fátima llegó a alojar hasta cuatro mil desplazados, cristianos y musulmanes, que buscaban un sitio seguro, protegido, frente a los constantes desórdenes que desde hace más de un año destrozan la vida en la República Centroafricana. Ahora, tras la masacre de Fátima, solamente hay 20. Los demás están desperdigados en otras Iglesias.
«El jueves pasado, en la Misa de la Ascensión, éramos más los sacerdotes que los fieles», comentó el padre Gabriele. «Las campanas –añadió– suenan regularmente, antes de cada celebración. Pero después de este ataque, los fieles que vienen a misa con nosotros son, a lo mucho, unos quince. Antes eran entre doscientos y trescientos».
Con el padre Gabriele viven otros tres misioneros combonianos: un etíope, un ugandés y un centroafricano. Todos están todavía allí: «Desgraciadamente, la gente está muy enojada, la situación se está complicando cada vez más. Lo único que podemos hacer es rezar para que las cosas cambien», comentó el sacerdote.
Después de la masacre ha habido en Bangui manifestaciones en contra del gobierno y también hubo algunos enfrentamientos, que provocaron por lo menos tres muertos y una decena de heridos. La población protesta porque no se siente protegida ni por el gobierno ni por los militares franceses de la misión Sangaris, ni por los africanos de la Misca.