(Alfa y Omega/InfoCatólica) El nombre de Soile Lautsi probablemente no le diga nada, pero seguro que su historia sí. Es la mujer de origen finlandés que, en el año 2001, inició en Italia la conocida como guerra de los crucifijos. Ella, su marido y sus hijos de 13 y 11 años descorcharon años después, en 2009, una botella de vino tinto para celebrar que la justicia europea les había dado la razón: los crucifijos en las aulas, dijo la Corte de Estrasburgo, violaban la libertad religiosa de los jóvenes y había que quitarlos.
El Gobierno italiano recurrió el fallo y el Tribunal determinó, en 2011, y en sentencia inapelable, que la cruz no supone un menoscabo de la libertad religiosa y que su visión en los muros de un aula escolar no puede tener influencia sobre los alumnos.
El caso Lautsi, que entonces dio la vuelta al mundo por asombroso, es hoy un expediente más en la larguísima lista de procesos iniciados contra la religión católica en Europa, un continente que no siempre puede presumir de libertad de culto, por más que haya firmado un sinfín de declaraciones y tratados sobre derechos humanos.
Que se lo pregunten, si no, a las familias del colegio Therese Leon Blum, en Francia, que, en 2012, vieron cómo la profesora de Historia prohibía a los alumnos santiguarse al entrar en la catedral de Saint-Just y amenazaba con tres horas de castigo a la salida del colegio a quien desobedeciera la orden. El padre de uno de los alumnos escribió al Ayuntamiento para denunciar los hechos, y nunca recibió respuesta. ¿Libertad de culto?
Inglaterra, noviembre de 2012. Se hace público el trágico caso de una familia cristiana que vio cómo la Corte de justicia londinense ordenaba la retirada del soporte vital que mantenía a su hijo de ocho años, a pesar de estar los padres en contra de esa decisión por motivos religiosos. ¿Respeto a las convicciones personales?
España. La iglesia toledana de Santa María Magdalena, de Villamuelas, prepara una misa de reparación por la profanación del sagrario, que fue encontrado en medio del campo y con las Formas consagradas esparcidas por el suelo. Era el 12 de febrero de 2014. Tres días antes, la iglesia de Sant Miquel, de Palma, había recibido la visita de un grupo de proabortistas. En plena celebración de la misa, y entre gritos de Fuera rosarios de nuestros ovarios, los fieles tuvieron que asistir a mofas e insultos a su fe hasta que consiguieron sacar a los individuos del templo. ¿Respeto a la práctica religiosa?
La todavía vigente ley Aído -oficialmente Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo- contempla, en su artículo 8, la inclusión de la formación práctica del aborto provocado en Medicina y otras carreras del área de salud. De nada sirvieron las protestas de numerosas universidades católicas, que no estaban dispuestas a impartir docencia sobre el aborto provocado.
Sin salir del capítulo de la docencia, los padres españoles han tenido que hacer frente a una asignatura, Educación para la ciudadanía, que, en determinados aspectos como los relativos a la educación sexual, violentaba el derecho de educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones personales. Es la dictadura de la ideología de género que denunció, el pasado diciembre, el Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, cardenal Grocholewski, que lamentaba que el documento publicado por la Organización Mundial de la Salud, «prácticamente, quiere que se enseñe a los niños desde los cuatro años qué es la masturbación, y se les hace recibir imágenes homosexuales. También antes de madurar, se les obliga a conocer técnicas sexuales como el uso del preservativo. Esto nos asusta».
Lo mismo ocurre en Suecia, donde la institución educativa pública Educational Broadcasting Company difundió, en 2011, el módulo Poniendo el sexo en el mapa, dirigido a alumnos del primer ciclo de Secundaria. No hay posibilidad legal de eludirlo, y los padres denuncian la existencia de imágenes de sexo explícito y la ausencia de información alguna referida a la abstinencia sexual, la fidelidad o los riesgos de un inicio temprano de las relaciones sexuales. ¿Respeto a la libertad de conciencia?
Todos estos ejemplos, recogidos en el Informe 2012 del Observatorio de intolerancia y discriminación contra cristianos en Europa, ponen de manifiesto que, «si bien en Europa no podemos hablar de falta de libertad religiosa, sí podemos decir que hay una falta de respeto hacia el hecho cristiano», según señala el director de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) en España, don Javier Menéndez Ros.
En el mismo sentido se expresa la representante de AIN ante la Unión Europea, Marcela Szymanski, que experimenta a diario las consecuencias de una Europa cada vez más laicista: «¡Cuántos parlamentarios de misa dominical conozco que, al llegar al Parlamento, esconden su fe!», señala a Alfa y Omega Szymanski, que este viernes participa, junto a Menéndez Ros, en la IV Jornada sobre libertad religiosa que AIN organiza en Valencia bajo el título ¿Cristianofobia en Occidente?
Ante esa misma pregunta, la respuesta de Szymanski es: «Sí». Existe un acorralamiento de lo cristiano en nombre de la libertad individual. «Un deseo de meter a los cristianos en las catacumbas, de relegar la fe al ámbito privado». Eso, y una corriente de impunidad que refuerza la idea de que reírse de lo católico sale gratis, denuncia Menéndez Ros. No le falta razón, al menos en una España que permite exposiciones fotográficas blasfemas, como la que mostraba a un actor desnudo con la imagen del Cristo de Velázquez en los genitales, o procesiones con nombres e imágenes irreverentes, como la feminista que recorrió Sevilla el Jueves Santo.
El fenómeno, eso sí, tiene una doble cara sorprendente: la de una Unión Europea preocupada por la libertad religiosa fuera de sus fronteras. Gracias al trabajo de asociaciones civiles como AIN y a la existencia de unas Directrices para la promoción y protección de la libertad religiosa, aprobadas en junio pasado, la UE puede intervenir en países como Siria, donde el acoso a las minorías cristianas ha causado ya cientos de muertes. Las últimas reportadas informan de dos jóvenes cristianos crucificados por negarse a renegar de su fe. El Papa Francisco se refirió, hace escasos días, a este hecho, y reconoció haber llorado por las muertes de estos jóvenes: «Todavía hoy hay gente que mata y persigue en nombre de Dios», lamentó.
Frente a situaciones así, y conmovida por la violencia por odio religioso en el mundo, la Unión Europea reacciona unida. De ahí nace el documento antes citado, con origen en la Comisión de Exteriores, que aborda la lucha contra la discriminación religiosa, y ofrece líneas de actuación en países no miembros.
Así, la Vieja Europa no duda en enviar fondos para ayudar a los cristianos coptos, ni en denunciar en el Europarlamento el acoso a las minorías en Asia. Pero, señala Szymanski, «cualquier texto referido a Europa que incluya la palabra cristianismo tendrá el veto de socialistas y liberales».
Una afirmación que concuerda con los datos del instituto estadounidense Pew Research Center, que, en su informe de 2012, señala un incremento de las hostilidades religiosas en el 33% de los países analizados, y de manera especial en la zona europea. «Las restricciones por parte del Gobierno también han aumentado. Ahora se ponen barreras a la literatura religiosa y se intimida a determinados grupos».
En España, no hay más que remitirse al pasado marzo, cuando un grupo de estudiantes de Atlántida (asociación nacida del movimiento eclesial Comunión y Liberación) que repartía el manifiesto provida Es bueno que tú existas fue atacado por un grupo antisistema. Varios jóvenes fueron zarandeados y amenazados en la Universidad Complutense, al grito de Fuera fascistas de la universidad. Dos meses antes, el cardenal Sebastián fue denunciado por el movimiento homosexual Colegas por asegurar que la homosexualidad es una «manera deficiente de manifestar la sexualidad». Aunque la Fiscalía no dudó en calificar las palabras del prelado como muy desafortunadas, archivó el proceso y cerró las diligencias abiertas. Parece que hay camino para la esperanza.