(Portaluz/InfoCatólica) Un reportaje transmitido por la cadena norteamericana CBN recuerda los pasajes más importantes de la experiencia de Dan, en la que un simple error administrativo cuando gestionaba su salida, detonó en una confusión que casi le cuesta la vida. «Sin explicación, me llevaron a otra habitación, me golpearon hasta el cansancio y después de seis horas, me arrastraron de vuelta al lobby donde me reuní con Glenn nuevamente, quien también había sido golpeado en otro cuarto. Nos pusieron ropa de reos, nos vendaron los ojos y nos llevaron a un sótano».
En instantes, sintió, dice, cómo se le oprimía el pecho y un nudo en el estómago. Pero se aferraba a la idea de que este entuerto se resolvería en un pronto. «Pero las horas pasaban, todo estaba fuera de mis manos y no había nada que pudiera hacer, o Dios hacia un milagro o me quedaría ahí».
El miedo colándose en las rendijas del alma
Ya era de noche cuando nuevamente los vendaron y escoltados por la policía, los subieron a un vehículo en el que recorrieron las calles de Teherán. Ambos temblaban no sólo por el frío, sino palpando el temor a lo desconocido. «En una fracción de segundo pensé que aprovecharía cualesquier oportunidad para lograr zafarnos y escaparnos de los guardias. Pero estaba demasiado intimidado para intentar una necia huida al estilo de James Bond… fácilmente podíamos acabar muertos en una cuneta de carretera con una bala en la nuca. Además, reflexioné, sin pasaportes, nadie sabría quiénes éramos o de dónde veníamos. En ese mismo instante, con el miedo paralizando mi cuerpo, bajé la cabeza y elevé una plegaria silenciosa abandonándome en Dios, diciéndole que Él estaba en control de toda la situación».
Llegaron a destino, un centro de detención, del que recuerda el número de peldaños que presa del pánico, fue contando mientras los iban subiendo, hasta llegar al sector de calabozos donde lo obligaron a desnudarse. Tambaleantes, fueron sentados juntos en un banco unos instantes. Apenas unas palabras pudieron cruzar, pero suficientes para saber «que a Glenn no lo habían interrogado tanto como a mí, y que la mayor parte de las preguntas que le hicieron giraron en torno a mi… sobre mi nacionalidad estadounidense, y a lo que yo estaba «realmente» haciendo en Irán».
¿Estaba Dios conmigo?
Dan fue encerrado en una celda de aislamiento donde se aferraba a la certeza de que pronto se descubriría que habían cometido un error al detenerle. «La embajada me sacará de aquí en un día como mucho ¿o acaso no?, pero tenía mis dudas acerca de la influencia que tendría una embajada extranjera en Irán. Poco a poco sentí la náusea paralizante de la desesperanza, mezcla de temor y desesperación que empezaba a emerger del fondo de mi ser. Me abracé las rodillas y las apreté en un vano intento por consolarme».
El frío lo carcomía y los días pasaban. «Me sacaban del cuarto cada vez que me interrogaban… sabía que la paliza comenzaría de nuevo y me comenzarían a golpear en la cara, en el estómago, y a veces pateándome. Internamente, luchaba por sostenerme en la fe, y me preguntaba ¿está Dios conmigo?, ¿me ama? Si Dios era Dios ¿por qué permitiría esta situación?, estaba acabado por dentro».
El amor de Dios Padre
Relata que pensó suicidarse en varias ocasiones y en una de ellas, cuando ya tenía todo listo para ahorcarse, ocurrió lo inesperado. Jadeó tanto que cayó al piso, y «de repente el cuarto se llenó con una luz gloriosa, y me volteé para ver qué estaba pasando… ¡y era Jesús! Estaba de pié en frente mío con una gran sonrisa en su rostro. Y fue en ese, mi punto más bajo, que Él me conoció. Me miró, estiró sus manos, las puso sobre mí y me dijo: «Dan, te amo, yo te cuidaré en estos momentos».
A partir de ese instante, recuperó las fuerzas y el espíritu, dice, para hacer frente al encierro. No sabía entonces que también sus captores serían tocados por la misericordia… «El Señor comenzó a desafiarme con su amor para relacionarme con nuestros guardianes y me dijo «Dan, pregúntame lo que pienso acerca de este hombre». ¡Dios me había preguntado sobre el hombre que era mi interrogador, que me golpeó y que parecía odiarme más! Pasaron un par de días para que atinara a aceptar aquél emplazamiento y dije «Bueno sí, ¿Qué opinas de este hombre?». Al momento de plantear esa inquietud, mi corazón se abrió y empecé a ver el amor de Dios por este hombre; que le amaba desde el principio, tal como a mí».
Dios tenía una misión para Dan
Fue entonces que comenzó a orar sin descanso y estando en esa intimidad espiritual recuerda que alguien desde afuera le habló. «Alguien me dijo «Si te voy a ver todos los días, ¿por qué no nos convertimos en amigos?» y pensé: «¡No, esto es imposible!», pero repliqué «Puedes empezar por decirme tu nombre», extendí mi mano hacia él, extendí mi mano para estrecharla junto a la suya y quedamos paralizados. Luego de unos minutos él empezó a temblar y unas lágrimas empezaron a rodar por su cara. Finalmente me miró y me dice «Dan, mi nombre es Rizak, y me encantaría ser tu amigo»
«Luego oí a los otros guardias que hablaban de los «extranjeros» y dicen: «Son cristianos, ellos siguen a Jesús», y otro dice: «Sabían que podrían tener problemas cuando llegaron aquí, pero tienen un propósito… tienen una razón para vivir y una razón para morir».
Luego de estar nueve semanas retenido, vejado y torturado, Dan fue llevado a la corte donde se le informó que estaba acusado de ser espía norteamericano. No obstante, cuando estaba en la sala del tribunal Supremo de Irán, «me levanté en el estrado y ante cientos de personas el juez me preguntó «¿Por qué viniste a Irán?». Algo se levantó en mí, recuerdo haber mirado al juez y decirle «He venido a Irán para hablar de Cristo». Y entonces comprendió que «Dios tenía en todo una misión para mí».
El desenlace de la amarga experiencia de Dan Baumann llegó el 16 de marzo de 1997, día de su liberación, y marcó la victoria del amor sobre el mal. Tiempo después plasmó su testimonio en el libro Prisionero en Irán, del cual extraemos la siguiente reflexión de su experiencia:
«Nuestra vida fue pagada con la sangre de Jesús y mi hogar está en el Cielo, nadie podrá quitarme eso… Me di cuenta que en medio de la muerte, Dios me dio la gracia para ponerme de pie y decir la verdad. Y al hacerlo, trajo la libertad a mi corazón sabiendo que esta vida no es todo. Hay más y me voy a casa un día y nadie me lo puede quitar».