(Reuters/InfoCatólica) Los voluntarios recorren los pasillos con bolsas en las que transportan gasas, yodo, y vendajes para los heridos, que se agolpan en el suelo de la catedral. Los médicos atienden a los más necesitados en camas improvisadas a lo largo del monasterio, mientras más personas entran en escena, a todo correr, cargando botellas de agua y víveres.
Es la imagen del orden y el silencio en medio del caos, un remanso de paz entre el humo negro que flota sobre las calles de Kiev, donde se juega la última batalla geopolítica entre Rusia y Occidente.
«Los hombres están en las barricadas, así que tenemos que ayudar», afirma una de las voluntarias, que sólo quiere dar su nombre de pila, Yulia, y dice que es abogada. «No puedo trabajar en este país, hay sobornos por todas partes», añade.
En tres meses de protestas contra el presidente Viktor Yanukovich, la catedral de San Miguel se ha erigido en protector espiritual, y no sólo, de los manifestantes.
Cisma entre las iglesias ortodoxas
La Iglesia ortodoxa del Patriarcado de Kyivan, a la que pertenece el monasterio, ha trazado una línea de separación respecto a la iglesia ortodoxa rusa. Rusia es uno de los más firmes aliados de Yanukovich. El Patriarcado de Kyivan ha apoyado activamente a los manifestantes en Ucrania, que persiguen una alianza con Europa, que el propio Yanukovich rechazó el pasado noviembre.
El martes, 26 personas, entre los que se cuentan 10 policías, murieron en los enfrentamientos entre los antidisturbios y los manifestantes. De los centenares de heridos, muchos han ido a parar a este monasterio de Kiev, donde acampan los que quieren escapar. Un pequeño hueco basta para descansar un momento de la furia descontrolada de una población que se rebela contra su gobierno.