(AFP/InfoCatólica) El informe Abrir espacios a la seguridad ciudadana y el desarrollo humano, presentado el año 2010 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), señala que El Salvador, junto a Guatemala y Honduras, es la región (de países sin conflicto armando) más violenta del mundo. Desde luego hay que incluir a México.
Así las cosas, en el año 2004 en El Salvador se hablaba de una tasa de homicidios de más de 50 por cada 100 mil habitantes, ya que se registraron entre 8 y 12 muertes violentas cada día. El año 2009 fue considerado como el más violento de su historia con una tasa de homicidios de más de 70 por cada 100 mil habitantes. Si bien es cierto, toda la problemática no está comprendida en la cuestión de las «maras», estas pandillas acaparan el triste record de ser las principales generadoras de violencia y muerte en el país centroamericano.
Génesis y evolución de la violencia juvenil
A decir de los profesores Nelson Portillo y José Miguel Cruz, -quienes han hecho interesantes y profundos estudios sobre esta realidad-, las «maras» representan uno de los fenómenos sociales más dramáticos de la historia reciente de El Salvador y otros países del istmo centroamericano. Suelen caracterizarse no sólo por la alta dosis de violencia que ejercen, sino también por la complejidad de su estructura grupal y rápido crecimiento.
«A finales de la década de los 90, la policía salvadoreña estimaba la existencia de 10 mil a 20 mil jóvenes pandilleros, esparcidos en la mayor parte de las zonas urbanas y rurales del territorio de El Salvador», señalan los investigadores. Las maras están conformadas en un 80% por hombres jóvenes y adolescentes cuyas edades rondan entre los 14 y los 25 años.
Aunque se sabe que desde la década de los noventa del siglo pasado las «maras», con el perfil que ahora tienen, saltaron al escenario público y tuvieron mayor visibilidad, los estudiosos del fenómeno señalan que «la dinámica pandilleril propia de las grandes urbes estadounidenses nutrió el fenómeno de las pandillas en El Salvador».
El surgimiento y el fortalecimiento de estos grupos está muy ligado a la migración, que se catapultó con el conflicto armado y fue alentado por la débil economía de posguerra. Eso permitió que un buen número de jóvenes saliera del país y se uniera a pandillas en ciudades como Los Ángeles y Washington, DC. Muchos que fueron deportados de aquél país regresaron y se unieron o formaron su propia pandilla.
«Este proceso de transculturación grupal gestó nuevas formas de ser pandillero en El Salvador y definió la emergencia de dos pandillas principales, cuyos orígenes están en la ciudad de Los Ángeles: la Mara Salvatrucha (MS) y el Barrio o Calle 18» señalan los académicos Portillo y Cruz. Estas pandillas se encuentran conformadas, a la vez, por subgrupos conocidos como clikas, las cuales protegen ciertos territorios o barrios y poseen, en algunos casos, su propio nombre. Las «maras» MS y Barrio 18 han sido enemigas acérrimas y la trasgresión de territorios controlados por cada una de ellas se defiende con armas y hasta con la propia vida, como se ha evidenciado en estos años.
Una tregua endeble
El 9 de marzo de 2012 las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18, anunciaron un pacto de no agresión que fue ampliamente divulgado y con el cual se redujo drásticamente el número de muertos, que pasó de 13 a 6 en promedio diario, según cifras oficiales. Esa tregua fue lograda bajo la mediación del vicario castrense Fabio Colindres y el ex comandante guerrillero Raúl Mijango.
Sin embargo, en los últimos días de junio y principios de julio de este año los homicidios se han duplicado. El repunte obedece a que los líderes de las pandillas quieren que el gobierno les devuelva algunos beneficios dentro de las prisiones. Según cifras oficiales, en las cárceles de El Salvador están detenidos un poco más de 10 mil pandilleros, mientras que en las calles circulan otros 50 mil más. Para muchos observadores en el país, el pacto siempre ha tenido puntos débiles y esa es la razón por la cual los asesinatos no han bajado más y las extorsiones continúen.
Estudiosos del fenómeno de las «maras» y la violencia que conlleva su presencia, han señalado que la tregua sería útil si estuviera unida a la rehabilitación. «Si logramos realmente ir desarmando esas estructuras y que esta gente se vaya integrando a la vida social; pero para eso se necesita la participación de todos los actores sociales», señaló el analista Juan Ramón Medrano.
El papel de la Iglesia en la pacificación del país
La Iglesia católica de El Salvador desde años ha venido exhortando a los involucrados en las «maras» a dejar el camino de la violencia y a insertarse en la sociedad de manera productiva y pacífica. Ya en una carta pastoral del 2005, el episcopado salvadoreño planteaba varios puntos de reflexión: «Primero la realidad, pues estamos ahogados en un mar de violencia. Vencer al mal con el bien; para lograr el bien hay que poner a la persona en el centro del debate; y finalmente, debemos arrancar de raíz los problemas que generan la violencia, incluyendo la pobreza, la injusticia y la falta de oportunidades» señaló monseñor Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador.
Los obispos denunciaron recientemente, mediante un comunicado, los actos de «terrorismo» que realizan las pandillas pese a haberse declarado una tregua entre ellas, pero que, en su opinión, en más de un año no ha dejado beneficios que la población honrada y trabajadora esperaba para sí misma. Los obispos han exhortado a las autoridades a asumir su responsabilidad de «neutralizar a los agresores de la sociedad», puesto que «la preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio».
«El secuestro y la desaparición violenta de personas hacen que impere el terror. El terrorismo causado por las pandillas que amenaza, hiere y mata sin discriminación es gravemente contrario a la justicia», señalaron los obispos de El Salvador. Los obispos recordaron a los pandilleros que «el séptimo mandamiento prohíbe el robo y la extorsión», y por lo tanto «para nadie el robo y la extorsión pueden ser medios justos para vivir».
El obispo auxiliar de San Salvador dijo que no puede asegurar si la tregua se ha roto, no obstante confirmó que «estamos en un momento crítico. Todos los sentimos así». Además recordó que desde un principio de la tregua el gobierno planteó un diálogo con todos los sectores, y «supongo que la mantienen todavía esa visión, donde la sociedad tendría un papel más activo y poder dialogar con los grupos que hacen violencia».
En los medios salvadoreños, desde que se pactó la tregua, se había venido mencionando que la Iglesia católica era la principal promotora de este acuerdo, debido a que el capellán de los Militares y la Policía, monseñor Fabio Colindres; sin embargo a principios de este mes de agosto, el episcopado salvadoreño ha declarado que «monseñor Colindres actuó personalmente y por razones humanitarias».
Por su parte el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, declaró que «la posición de la Iglesia es la que se expresó en el comunicado (citado arriba) y no ha sido modificada. Ese proceso no es nuestro, lo respetamos pero es del Gobierno», Y añadió que «monseñor Colindres con toda bondad y, sin duda, con la mejor intención se ha sentido movido a colaborar con este esfuerzo y en su condición de capellán del Ejército y de la Policía es natural que apoye al Gobierno». No obstante, el arzobispo aclaró que el desligarse de la tregua no significa que la Iglesia no esté a favor de que se hagan esfuerzos para reducir la violencia en el país.
Al finalizar las recientes fiestas patronales del Divino Salvador del mundo, en la catedral metropolitana de San Salvador, el arzobispo Escobar Alas hizo el enésimo llamado a la unión para lograr acuerdos que permitan poner fin a problemas como la violencia generada por las pandillas: «Es verdad que vivimos un momento histórico muy difícil, enlutado por la violencia fratricida. Es este el momento de unirnos todos los cristianos y de aportar lo mejor de nosotros mismos y superar esta situación difícil»,