(ACI/InfoCatólica) Desde la ciudad de Río de Janeiro, el prelado envió una carta titulada «La vida, la fecundidad y la muerte» en donde condena el hecho de violencia contra la Catedral: «Nadie tiene derecho a ultrajarla; nadie tiene derecho a insultar nuestra fe en Dios ni a los feligreses reunidos en la Santa Misa», afirmó.
«Han sido jóvenes desquiciados que no creen en la libertad de los demás. Una bomba de tiempo para nuestra democracia si no logramos establecer leyes claras y precisas que propicien la defensa y la promoción de la vida, así como el destierro de la violencia. Son los exponentes de una anticultura de la muerte a quienes debemos denunciar en sus programas «terapéuticos» y «eugenésicos», advirtió Contreras.
Reflexiones respecto a la vida, la fecundidad y la muerte
Tras las palabras de firme condena a la violencia, Mons. Contreras hizo un llamado a los cristianos en Chile a respetar el derecho a la vida y defender el matrimonio; en vistas a las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile.
«Da que pensar, y mucho, que la sacralidad de la vida dependa, en la práctica, de quienes tienen el poder político, económico y cultural. Ellos son los que determinan quien tiene derecho a la vida y quien va derecho a la muerte».
«Da que pensar, y mucho, que el derecho a la buena muerte, doctrina tradicional en la ética cristiana, pase a mal llamarse «eutanasia» para disfrazar el poder arrogante de quienes procuran matar a un moribundo, a un anciano, o a otros seres humanos que las mayorías parlamentarias pudieran considerar inservibles.
El prelado comentó que la naturaleza siempre llega a imponerse por la razón de su propia esencia. «Las arremetidas ideológicas contra natura, han dejado siempre una estela de atrocidades a lo largo de la historia», comentó
Finalmente, hizo un llamado a referirse a estos temas por su nombre real y renunciar a eufemismos: «Hablemos directamente de aborto, sin invocar el derecho a la vida de la madre (mal llamado aborto «terapéutico»), situaciones que la técnica médica ha superado desde hace décadas».
«Prefiero que hablemos de matar a enfermos terminales o inservibles, y no llamarlo «eutanasia». ¡Para qué engañarnos! Es mejor enfrentar los hechos que tratar de sacárselos de encima buscando palabras de buena crianza, eufemismos, para nombrar lo que no queremos afrontar y que son crímenes y punto», finalizó.
Carta completa
La vida, la fecundidad y la muerte
Escribo desde Río de Janeiro, en la Jornada Mundial de la Juventud. He sido testigo de la profunda alegría de la expresión pública y pacífica de la fe eclesial en Jesucristo. He encontrado a más de dos mil quinientos jóvenes chilenos en la Misa de los peregrinos. He encontrado, en tres catequesis, a cerca de dos mil peregrinos provenientes de diversos países de América Latina, España y Estados Unidos. Han sido más de nueve mil chilenos que han venido a Brasil a encontrar a otros jóvenes de todos los continentes, naciones, razas e idiomas. Han venido para ser confirmados en la fe por nuestro Papa Francisco.
En medio de esta alegre realidad, he recibido con profundo pesar y también con indignación la noticia de la profanación de nuestra Iglesia Catedral, justo en el día de nuestro Santo Patrono, Santiago, el primer mártir de la Iglesia. Nuestro Arzobispo, monseñor Ricardo Ezzati, ha enviado un claro comunicado a los católicos y a la opinión pública. La Iglesia Catedral ha sido el lugar que ha acogido los gozos y esperanzas, así como las angustias y tristezas de nuestro pueblo a lo largo de cuatro siglos. Nadie tiene derecho a ultrajarla; nadie tiene derecho a insultar nuestra fe en Dios ni a los feligreses reunidos en la Santa Misa.
¿Quiénes lo han hecho? Ha sido un grupo de fanáticos, animados por organizaciones internacionales que pretenden ilusoriamente desterrar el sustrato cristiano de nuestra cultura, propiciando el aborto. Han sido jóvenes desquiciados que no creen en la libertad de los demás. Una bomba de tiempo para nuestra democracia si no logramos establecer leyes claras y precisas que propicien la defensa y la promoción de la vida, así como el destierro de la violencia.
Impresiona, además, el cinismo de quienes han convocado a la marcha por la muerte del indefenso, justificando la irrupción violenta en la Catedral alegando que la Iglesia tiene poder para oponerse a la libertad de los que propician la peor de las masacres: la muerte de un ser indefenso en el vientre de la madre. Son los exponentes de una anticultura de la muerte a quienes debemos denunciar en sus programas «terapéuticos» y «eugenésicos» que ni siquiera el Tercer Reich, del nazismo de Hitler, hubiese soñado. La Iglesia no tiene el poder de la fuerza ni de la violencia. Sólo tiene el de Jesucristo. Pero eso no significa que los creyentes en Cristo seamos ciudadanos de segunda categoría. Por eso, nuestro Arzobispo ha hecho un claro llamado a salvaguardar la expresión pública de la fe de los ciudadanos chilenos, católicos y no católicos, garantizada por nuestra Constitución.
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Formulado este doloroso escenario, propongo a los cristianos la siguiente reflexión respecto a la vida, la fecundidad y la muerte. Aquí se juega el futuro de nuestra democracia y la coherencia de los políticos cristianos, por quienes deberemos decidir en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias.
1. Da que pensar, y mucho, que la sacralidad de la vida dependa, en la práctica, de quienes tienen el poder político, económico y cultural. Ellos son los que determinan quien tiene derecho a la vida y quien va derecho a la muerte. Los ejemplos sobran. También en Chile.
2. Da que pensar, y mucho, que elementos tan esenciales como la diferencia y complementariedad entre un varón y una mujer hoy parezcan una disquisición propia de gente enajenada o de retrógrados «conservadores». «Igualdad» o «igualitario» es la consigna. De poco vale la diferencia. ¿Hay algo más «paritario» que el matrimonio entre varón y mujer? Por lo mismo, la fe cristiana no impone a las personas homosexuales el «matrimonio», propio del varón y la mujer, necesario para procrear.
3. Da que pensar, y mucho, que el derecho a la buena muerte, doctrina tradicional en la ética cristiana, pase a mal llamarse «eutanasia» para disfrazar el poder arrogante de quienes procuran matar a un moribundo, a un anciano, o a otros seres humanos que las mayorías parlamentarias pudieran considerar inservibles. Lo mismo ocurre con el aborto y los eufemísticos apellidos que encubren su esencia criminal: a los seres humanos se les detecta, juzga y condena en el vientre materno.
4. Da que pensar, y mucho, que el decálogo de Moisés y otros códigos tan básicos para la convivencia humana, al transformarse en «derechos humanos», tan esenciales y aplaudidos, sean susceptibles de cambios, adiciones y enmiendas que determinan las sociedades poderosas para imponerse después a las naciones más débiles y dependientes.
De ahí que la vida pase de absoluta a relativa; la libertad se transforme en un comodín en el juego de influencias para alcanzar el poder; y varón y mujer sean simples adjetivos con poco o nada de sustantivo, cuya naturaleza de sólo dos (varón y mujer) es modificada con otras clasificaciones. Una nación europea ya no habla de papá y mamá, sino de progenitor uno y progenitor dos. Pero la naturaleza siempre llega a imponerse por la razón de su propia esencia. Las arremetidas ideológicas contra natura, han dejado siempre una estela de atrocidades a lo largo de la historia.
En lo personal, promuevo y celebro el progreso de la humanidad y de las leyes, sólo que no acepto que líderes de opinión consideren inhumana la pena de muerte y sin embargo la apliquen sin asco a un feto sin derecho a defenderse, quien literalmente se aferra al vientre y a las entrañas de la que debe ser su madre y protectora.
Ni quiero que me engañen con la muerte, que es parte dramática de la existencia, cuando ésta es decretada por los fuertes y la aplican contra los débiles, llamando a un crimen «eutanasia», es decir, buena muerte. ¡Qué manera de prostituir el lenguaje!
Prefiero por eso que, también, hablemos directamente de aborto, sin invocar el derecho a la vida de la madre (mal llamado aborto «terapéutico»), situaciones que la técnica médica ha superado desde hace décadas. Prefiero que hablemos de matar a enfermos terminales o inservibles, y no llamarlo «eutanasia». ¡Para qué engañarnos! Es mejor enfrentar los hechos que tratar de sacárselos de encima buscando palabras de buena crianza, eufemismos, para nombrar lo que no queremos afrontar y que son crímenes y punto.
A esta alturas quizá valga de nuevo recurrir a los tres primeros capítulos del libro del Génesis, respetadas por las «religiones del Libro», es decir, judíos, musulmanes y cristianos. En esa tradición se reconoce que el pecado radical –original en cuanto a su raíz– es el endiosarse para ser nosotros dueños de la historia. Y que por esa razón, Dios aparece poniendo un arcángel a custodiar el otro árbol del paraíso, el de la vida, porque si tal ha sido el daño de endiosarse con el árbol del bien y del mal, Dios no quiere ni siquiera pensar que hará la humanidad si se adueña de la vida.
Lamentablemente hay políticos cristianos y políticos humanistas, y también comentaristas y líderes de opinión, todos declarados muy demócratas, que parecen no entender estos núcleos elementales en los que se fundamentó desde su fuente el humanismo cristiano.
+Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago