(Vatican Insider)
En la Iglesia escasean los grandes teólogos, las figuras indiscutidas. Una verdadera generación de pensadores que puedan llevar adelante un nuevo Concilio. No se trata de una opinión polémica de un improvisado, sino la reflexión meditada de un cardenal veterano. Contemporáneo y amigo de Joseph Ratzinger. Asesor durante el Concilio Vaticano II. Jorge Medina Estévez, cuyas memorias verán la luz esta semana en Santiago de Chile y de las cuales el Vatican Insider anticipa algunos pasajes.
“Amar la verdad” es el título del libro-entrevista que será presentado el próximo viernes 24 de mayo en el salón de honor de la Universidad Católica de Chile. Comentarán sus 1670 páginas páginas –producto de varias conversaciones con jóvenes escolares, universitarios y profesionales- el cardenal mexicano Juan Sandoval Iñiguez, arzobispo emérito de Guadalajara y Álvaro Zulueta, activista español de la plataforma Hazte Oír.
Primero obispo auxiliar, luego titular de la diócesis de Rancagua, guía de la Iglesia en Valparaíso, la carrera eclesiástica del purpurado chileno fue meteórica. A inicios de los 90 Juan Pablo II lo incluyó en la comisión redactora del Nuevo Catecismo de la Iglesia católica, junto a Christoph Schonborn (actual arzobispo de Viena) y al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Tanto empeño puso en el proyecto que Ratzinger reconoció de manera pública, en la presentación oficial del Catecismo, que “sin la voluntad y el trabajo” de Medina ese documento prácticamente no existiría. Jamás hubiese imaginado el purpurado chileno que muchos años después le tocaría, a él mismo, anunciar al mundo la nominación de su amigo al trono de San Pedro. Como protodiácono fue la primera persona que apareció en el balcón central de basílica vaticana, la tarde de aquel 19 de abril de 2005.
Con voz firme y en varios idiomas pronunció el nombre de Ratzinger a quien, luego, le tocó imponer la indumentaria litúrgica del palio. Al hacerlo le susurró: “Quien se iba a imaginar que nos íbamos a encontrar en estas circunstancias”. Benedicto XVI replicó inmediatamente: “¡Querido amigo!”.
A esa altura de las circunstancias Medina Estévez era ya un “viejo conocido” de la Curia Romana. En 1996 había sido designado como prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Era parte de la “patrulla latinoamericana” en el pontificado de Juan Pablo II. Pero su historia romana venía de más atrás. Durante el Concilio fue asesor del arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez. Estuvo presente en todas las sesiones de aquella reunión y esa experiencia la recordó en el libro.
“Tengo la convicción de que el Concilio fue un don de Dios para la Iglesia, sin dejar de reconocer que valiéndose de un falso recurso a ‘su espíritu’ se han hecho a veces cosas que el Concilio nunca pensó hacer y jamás las aprobó, ni las avaló, ni las propició. Eso ha pasado también con otros Concilios en la historia”, aseguró.
Ante la posibilidad de un Concilio Vaticano III, que algunos ven como necesario, sostuvo que la convocatoria y realización de un encuentro de esa magnitud implica un esfuerzo tan grande que se debería pensar muy seriamente si es necesario repetir la experiencia en un futuro próximo. Aunque reconoció que en el pasado los Concilios tenían lugar cada 20 o 30 años, destacó que el Vaticano II aún no termina de absorberse.
“Falta todavía mucho por hacer de manera que no veo la urgencia de convocar nuevamente un Concilio. Además diría yo –pero me puedo equivocar-, que no veo que en la Iglesia de hoy exista una generación tan importante de teólogos como la que hubo en tiempos del Vaticano II, en que los grandes teólogos muy destacados, eran numerosos. No creo que hoy día esa sea la realidad en la Iglesia. ¿Por qué motivo?, lo ignoro; pero pienso que nuestra realidad en el campo teológico es menos rica que lo que lo era en vísperas del Vaticano II”, ponderó. Palabra de cardenal, a sus 86 años.
Serafines susurran.- Que menudo embrollo se armó con motivo del supuesto exorcismo que habría realizado el Papa Francisco el domingo 19 de mayo, tras la misa de Pentecostés que presidió ante más de 200 mil personas en la Plaza de San Pedro. La noticia había pasado inadvertida en la gran prensa entre otras cosas, dicen los que saben, porque tanto el TG1 como el TG2 (los telediarios de los canales 1 y 2 de la cadena pública RAI), habían preferido no transmitirla para evitar convertir al Papa en el “santón exorcista” de moda.
Pero la buena voluntad pasó a mejor vida el lunes cuando la mismísima televisión de los obispos italianos, TV2000, anunció “urbi et orbi” que varios expertos concluían sin dudas: Jorge Mario Bergoglio había exorcizado a un hombre. Como anticipación de su programa sobre demonología “Vade retro", que el viernes 24 de mayo iba a tener como argumento principal justamente el gesto del Papa Francisco, el canal reprodujo las imágenes en cuestión (que abajo compartimos con los lectores de Sacro&Profano).
El anuncio hizo saltar todas las alarmas en El Vaticano, donde lamentaron que la TV no haya siquiera consultado al portavoz Federico Lombardi para obtener una confirmación. Pero a esa altura de las cosas la noticia ya había dado la vuelta al mundo: “El Papa exorcizó a plena luz del día, lo afirma el canal de los obispos italianos". El episodio inmediatamente provocó chispas. Tanto que por la noche del lunes, alrededor de las 10 de la noche, Lombardi llamó por teléfono a Dino Boffo, director de TV2000, para avisarle que estaba a punto de difundir la siguiente declaración: “El Santo Padre no pretendía hacer ningún exorcismo. Pero, como hace con frecuencia con las personas enfermas y con los que sufren, ha querido sencillamente rezar por una persona que sufría y que le habían presentado".
Al día siguiente, el mismo martes, Boffo salió a pedir disculpas públicas en uno de los programas del mismo canal. Pero lo hizo bien a la italiana: con una declaración que buscaba salvar lo salvable, quiso descargar parte de la responsabilidad en la prensa amarillista y garantizó que la cosa no se iba a repetir.
No obstante todas las explicaciones del caso, la diatriba continúa. Porque para algunos especialistas lo del Papa fue un exorcismo en toda regla, para otros no. Por ejemplo el padre Gabriele Amorth, el exorcista italiano más famoso, asegura que aquello sí fue un acto exorcizador. Según él cualquier imposición de manos sobre un poseído es ya un exorcismo. Mientras para mi amigo demonólogo, José Antonio Fortea, aquello sólo fue una plegaria, sin más.
Estas diferencias parecen dejar en claro que no existe unanimidad en la materia, porque el exorcismo no es una técnica matemática. No existen escuelas de exorcistas (aunque sí se han abierto cursos de encomiable valor) y la mayoría de los sacerdotes que ejercen ese ministerio aprendieron lo que saben gracias a las enseñanzas de un mentor. Por lo pronto una cosa resulta innegable: el Papa tiene más que clara la existencia del maligno y su funesta incidencia sobre este mundo. ¿Por qué no iba a creer en la eficacia de una oración liberadora?