(Vatican Insider/InfoCatólica) «Solo ocho de los cardenales electores tenían menos de 65 años (y la mitad de los más jóvenes eran estadounidenses: los cardenales Burke, Di Nardo, Dolan y Harvey)».
Después, Weigel hizo notar que ni el decano ni el vicedecano del colegio tenían derecho de voto. Y también observó que la India tenía, por ejemplo, más cardenales electores que Francia (cinco contra cuatro) y que Gran Bretaña (ninguno, después de la renuncia del escocés Keith O’Brien). El cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor emérito de la Iglesia católica oriental más grande, no participó en el Cónclave porque había cumplido 80 años el 26 de febrero, dos días antes de la sede vacante, mientras el presidente emérito del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, Walter Kasper, participó en la elección a pesar de haber cumplido los ochenta años 5 días después de la renuncia oficial de Benedicto XVI.
El colegio cardenalicio, según indicó George Weigel, no es efectivamente representativo de la población católica, puesto que América Latina, en donde vive la mitad de los fieles católicos, envió solo 19 electores a la Capilla Sixtina, mientras Italia, «en donde la práctica católica no es, digamos, robusta» y cuya población representa el 4 % del total de fieles a nivel global, tuvo 28 cardenales electores.
Weigel, pues, propone algunas reformas al respecto. Sobre todo la cancelación del automatismo de la creación cardenalicia para las arquidiócesis en las que la fe «está muriendo». «Si el 7% de la población católica local va a misa los domingos», como sucede en algunas ciudades de la vieja Europa, ¿por qué sus obispos deberían tener garantizada la participación en el colegio cardenalicio? Weigel propone esperar que los obispos de estas diócesis demuestren que son capaces de re-evangelizar sus territorios antes de obtener la púrpura.
La segunda propuesta es la de transformar los Pontificios Consejos en «institutos de investigación» que estén bajo la guía no de cardenales, sino de sacerdotes religiosos o laicos cualificados. Una tercer propuesta está relacionada con el «automatismo» que lleva al cardinalato a los líderes de los diferentes departamentos administrativos del Vaticano, como el Gobernatorado, la Aspa, la Prefectura de asuntos económicos...
Para concluir, Weigel propone que el colegio de los cardenales electores sea reorganizado según un criterio geográfico y demográfico, y que el número máximo sea de 144 miembros (actualmente son 120): el 144 es un número «bíblico», 12 tribus por 12 apóstoles. Además, indica que sería necesario que todos los cardenales pierdan el derecho a votar cuando renuncien a sus servicios en las diócesis o en la Curia, y no cuando cumplan los 80 años, porque, argumenta: «un electorado en el que casi uno de cada cinco está jubilado no es un electorato bien planeado». Ni el decano ni el vicedecano del colegio cardenalicio deberían ser cardenales electores. Weigel también propone que los electores se reúnan regularmente, cada 18 meses, para que se conozcan mejor entre sí.