(CEE) El Documento arranca con algunos interrogantes queBenedicto XVI lanzó a los jóvenes durante la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011: «¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca?».
Con este trasfondo y en continuidad con el impulso renovador que supuso el Año Sacerdotal, la misma JMJ o el Doctorado de San Juan de Ávila, los obispos españoles ofrecen este texto con la finalidad de «propiciar la oración por las vocaciones, reflexionar sobre el trabajo de promoción vocacional, compartir tanto las dificultades como las esperanzas de quienes trabajan en el ámbito de la pastoral vocacional, y, finalmente, ofrecer algunas propuestas pastorales».
Les mueve a ello la preocupación causada por «el descenso progresivo de las vocaciones sacerdotales que tiene lugar en Occidente en las últimas décadas» y ante el que es preciso abordar algunas preguntas clave que están en el ambiente, de cara a descubrir «las causas de la confusión o desorientación que pueden afectar a un joven de hoy» y al mismo tiempo plantearse cómo despertar en él «esas energías de donación que posee en sí mismo y la capacidad de seguir con totalidad y certeza a Jesús».
El texto está dividido en tres grandes capítulos: el encuentro con Cristo, la llamada al sacerdocio y, en un solo apartado, lugares de llamada y propuestas de acción pastoral. Los obispos concluyen con una explícita llamada a la esperanza.
El encuentro con Cristo
El primer capítulo parte del reconocimiento de un contexto sociocultural muy complejo, que incluye un proceso de secularización aparentemente imparable y fuertes corrientes de pensamiento laicista que pretenden excluir a Dios de la vida de las personas y los pueblos. Vivimos inmersos en una crisis cultural que afecta particularmente a la institución familiar. La despreocupación por el bien común da paso a menudo a la realización inmediata de los deseos y en este contexto «la capacidad de corresponder a la llamada de Dios queda en cierta medida debilitada».
Pero no todo es negativo. Los obispos destacan también numerosos aspectos positivos de la sociedad en general y del mundo juvenil en particular, como por ejemplo, el hecho de que la juventud sea la etapa de la vida en la que se devela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la misma; el que se dé un mayor respeto a la persona humana y a su dignidad, y en líneas generales también una mayor sensibilidad por la promoción de los derechos humanos, aunque con dolorosas excepciones en temas fundamentales que afectan a la vida y a la familia; se destaca también el deseo de libertad personal propio de la edad juvenil y el sentido innato de la verdad que los jóvenes tienen; el valor que dan al testimonio y a la coherencia de vida; y la experiencia de voluntariado, tan extendida hoy entre el mundo juvenil.
Con las sombras y las luces dibujadas, el Documento aborda a continuación el hecho de que todos estemos llamados al encuentro con Cristo. La vida cristiana comienza después de un encuentro personal con Él. Como resume Benedicto XVI en Deus caritas est «no se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
Por todo ello, los obispos subrayan que se ha de propiciar ese encuentro, conociendo bien la realidad personal del joven y la situación en que se encuentra en relación a la fe y a la religión. «Actualmente nos encontramos con una gran diversidad de personas y de situaciones que exige a su vez una gran variedad de itinerarios y de pedagogía. Sólo así podremos ofrecer una propuesta personalizada y con sentido». Y concluyen este apartado alentando la esperanza en los jóvenes, en «una época marcada entre otras cosas por una manifiesta crisis de esperanza debido a las dificultades acuciantes del momento presente». La vida cristiana es un camino, una peregrinación y también una escuela de aprendizaje y de ejercitación de la esperanza. «Por tanto, para reavivar la esperanza de los jóvenes, es preciso que la pastoral juvenil y vocacional se dirija a todos ellos, a los más próximos y a los que están más alejados, y se oriente a devolverles el entusiasmo por encontrar el verdadero sentido de su vida», afrontando el reto de educarles en la fe, ante la situación de emergencia educativa que estamos viviendo, «sin miedo de confrontar la fe con los avances del conocimiento humano», al contrario, es preciso «promover una pastoral de la inteligencia, de la cultura, de la persona, que responda a todos los interrogantes».
La llamada al sacerdocio
El segundo capítulo está dedicado a la llamada al sacerdocio. «Todo comienza con una iniciativa y una llamada de Cristo a la puerta del corazón del hombre».
La llamada de Dios es personal, pero los obispos nos recuerdan la dimensión eclesial y comunitaria que tiene toda vocación. «Las comunidades diocesanas y parroquiales están llamadas a reforzar el compromiso a favor de las vocaciones al sacerdocio ministerial. Sólo las comunidades cristianas vivas saben acoger con prontitud las vocaciones y después acompañarlas en su desarrollo».
Cuando en el texto se explica con detalle la vocación sacerdotal se incide en que «la llamada es doble: la comunión con Él y la participación en su misión (…) No somos repetidores de una doctrina aprendida, sino comunicadores de su palabra, de los misterios del Reino, de Cristo mismo. Los envía para que den testimonio ante los hombres de lo que han visto y oído, de lo que han experimentado. Los envía a llevar la salvación a los confines de la tierra».
El apartado concluye exponiendo cómo «la gracia de la llamada y la libertad en la respuesta no se oponen», deteniéndose en el discernimiento vocacional y en el camino de las mediaciones, con especial atención a la familia cristiana, un «primer Seminario». A pesar de las dificultades por las que atraviesa en la actualidad la institución familiar, los obispos alientan a las familias, «la Iglesia sigue confiando en su capacidad educativa y de transmitir aquellos valores que capacitan al sujeto para plantear su existencia desde la relación con Dios. El futuro de las vocaciones se forja, en primer lugar, en la familia. Para ello es imprescindible que la familia cristiana esté abierta a la vida, cumpliendo generosamente el servicio a la vida que le corresponde y aplicándose con dedicación y esmero en la tarea de educar a los hijos en la fe».
Lugares de llamada y propuestas para la acción pastoral
Por último, en el tercer capítulo, se presentan algunos lugares y ambientes propicios para la llamada, como por ejemplo, la parroquia y las comunidades cristianas, la familia, las instituciones de educación y ámbitos formativos y los eventos diocesanos, nacionales e internacionales.
Se indican también algunas propuestas pastorales centradas en la oración, como «principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia», la Palabra de Dios, la participación activa en la vida sacramental, la catequesis, el planteamiento de la vida como vocación, el trabajo vocacional con los monaguillos y, entre otros, la importancia de los planes y de los centros de pastoral vocacional.
Se termina subrayando la fuerza y la importancia del testimonio sacerdotal: «los jóvenes necesitan un ideal de altura que comprometa toda su existencia. No hay que tener miedo a los planteamientos de exigencia en la vida espiritual, en la formación y en el compromiso», y en esta misma línea, se apunta la «importancia de presentar el testimonio histórico de los santos como estímulo para identificarse con los valores que no coinciden con los héroes ni los triunfadores de la cultura dominante». Para llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones es fundamental que «los sacerdotes vivan con radicalidad su ministerio»: sacerdotes enamorados de Jesucristo, fieles a su misión, que se entreguen en totalidad, verdaderos hombres de comunión, llenos de celo por la evangelización del mundo, que vivan como apóstoles de Cristo y servidores de los hombres, que experimenten la grandeza y la belleza del ministerio sacerdotal, hombres, al fin, de alegría y de esperanza.
Una llamada final a la esperanza
El Documento concluye con una llamada explícita a la esperanza. «Nos hallamos en un tiempo apasionante para vivir el sacerdocio y para trabajar en la promoción de las vocaciones sacerdotales. Para ello es necesario mantener clara y manifiesta la identidad sacerdotal y ofrecer a nuestros contemporáneos el testimonio de que somos hombres de Dios».
Más allá de las apariencias y de las dificultades, «tenemos una certeza clara: la iniciativa es de Dios, que continúa llamando, y la Iglesia tiene capacidad de suscitar, acompañar y ayudar a discernir en la respuesta». Para ello hay que «salir al encuentro de los niños y de los jóvenes, responder a sus expectativas, a sus problemas e inseguridades, dialogar con ellos proponiéndoles un ideal de altura que comprometa toda la existencia, una elección que comprometa toda su vida. Nuestra tarea consistirá en sembrar, en anunciar el evangelio de la vocación. Una siembra oportuna y confiada (…) Es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional».