(Zenit/InfoCatólica*) Lejeune (1926-1994) recibió numerosos reconocimientos internacionales, pero nunca el Premio Nobel de Medicina, según algunos, a causa de sus posiciones éticas, en particular, su oposición al aborto. Juan Pablo II le nombró primer presidente de la Academia Pontificia para la vida.
La posibilidad de diagnóstico ha acabado permitiendo técnicamente que se aborten los niños con síndrome de Down antes del nacimiento.
Monseñor Carrasco, amigo personal de Lejeune, afirmó en la presentación del Congreso "Las nuevas fronteras de la genética y el peligro de la eugenesia" que el profesor "nunca se arrepintió de su descubrimiento". "¡La ética es posible!", añadió, citando el ejemplo del hospital católico Gemelli de Roma, donde "se vive la ética".
"Los niños con trisomía allí vienen al mundo. Y gracias a la mejora de sus condiciones de vida, podemos resolver los problemas a los que deben enfrentarse", explicó.
El profesor Dallapiccola, presente también en la presentación del congreso, recordó con entusiasmo que antes del descubrimiento del profesor Lejeune, los niños que sufrían de Trisomía 21, eran considerados, en italiano, niños afectados de "idiotez mongoloide", lo que significaba la peor enfermedad de la inteligencia.
Ahora, observó, cincuenta años después, "los niños con trisomía han conseguido alcanzar una autonomía jamás vista antes, gracias a los tratamientos de psicomotricidad, y pueden integrarse discretamente en la sociedad. Consiguen títulos. El descubrimiento del profesor Lejeune pudo permitir esta victoria", explicó.
No obstante, el profesor Dallapiccola no minimizó el hecho de que la "selección prenatal" hace que un niño sobre 2.000 portador de una enfermedad rara "no tenga derecho a nacer", y que el diagnóstico también ha conducido a la muerte de los embriones diagnosticados.
Con todo, destacó que, a pesar del diagnóstico, cada año él conoce a entre 10 y 20 familias que deciden proseguir el embarazo y acoger a un niño portador de Trisomía 21.
En 1963, el profesor Dallapiccola fue a visitar al profesor Lejeune en París. Desde entonces, corrobora, "algo importante cambió en la historia" y en la sociedad de cara a estos niños, y de ello "no hay que arrepentirse".