(Ricardo Benjumea/Alfa y Omega) El médico católico tiene una misión insustituible: hacer “más visible” y proclamar, “a través del testimonio personal de su actividad médica, el plan de Dios para el matrimonio y la familia y para la vida. En esta misión a la que los médicos hemos sido especialmente llamados, no podemos olvidar que nuestra tarea es, por una parte, la re-evangelización interna de los miembros de las instituciones católicas, y, por otra parte, una nueva evangelización hacia afuera, hacia todas las instituciones y áreas de la vida, lo que puede requerir de gran entrega, coraje y sacrificio personal”, sostiene el documento.
Hay que admitir, sin embargo, que existe “un vacío devastador en el conocimiento acerca de la problemática de la regulación de la natalidad”, incluso entre los propios católicos. Al no entender que “la posibilidad de transmitir la vida humana es un don, un tesoro que el hombre no puede ir malversando”; ocurre que, “a muchas personas, les cuesta distinguir entre la regulación natural de la natalidad y la anticoncepción”, la primera siempre abierta a acoger una nueva vida, mientras que “todos los tipos de anticoncepción planeados están orientados directamente, sin rodeos, contra Dios, contra su plan creador, contra su infinito amor...”, aun cuando no tengan un efecto abortivo, lo que de hecho sucede en no pocos casos.
El documento advierte de que “el ejercicio médico no puede llegar nunca al extremo de poner en peligro la salvación eterna del paciente o del médico”. Especial hincapié se hace en cuestiones como la esterilización, la fecundación in vitro, la selección de embriones, el aborto... Frente al peligro de participar en una cultura de la muerte, “hay que insistir en el derecho a la objeción de conciencia”, un derecho -lamenta la FIAMC- cada vez más cuestionado.
También se menciona la problemática de recetar la píldora bajo pretexto terapéutico. Se advierte, sin embargo, de que, “sin un deseo contraceptivo adicional, la mayor parte de estas dolencias no se tratarían, o serían tratables con otras terapias mejores o más económicas... Este abuso carga de culpa a los responsables, que se mienten a sí mismos intentando justificar el uso de la píldora por su principio de doble efecto”.
Terremoto cultural
Todas éstas -explica el Presidente de la FIAMC, el médico español don José María Simón- son consecuencias prácticas que se derivan de la encíclica Humanae vitae, de Pablo VI, referente de la moral sexual y de la bioética católica. El doctor Simón, no obstante, subraya que son principios a los que, igualmente, puede llegarse por la razón.
Pero es quizá en negativo como más destaca el acierto profético de la encíclica, que se opuso a lo que, en un primer momento, se llamó píldora antibaby, con víctimas muy heterogéneas. Para la mujer, supuestamente la gran beneficiaria, hay incentivos adicionales a la anticoncepción, como el control de los ciclos menstruales o la prevención de algunas enfermedades, aunque el documento los considera exagerados y, en todo caso, injustificados, por los efectos secundarios. Se cita, como contraste, el caso de Lipobay, un preparado contra el colesterol lanzado al mercado en 1996, y retirado 4 años después, tras 52 casos de muertes sospechosas, 0,2 por cada 100.000. Entonces -se pregunta el documento-, con la píldora, “¿cómo es posible que una tasa de mortalidad aproximadamente 20 veces mayor no conlleve ningún tipo de consecuencia incluso después de 47 años de comercialización?”
¿Y el varón? Las hormonas que terminan en las aguas subterráneas y proceden en gran parte de la píldora, han reducido los espermatozoides en los hombres en un 50%... Y están también los niños. Además de malformaciones en los bebés, la píldora puede provocar abortos. Si 100 millones de mujeres la toman, se destruyen entre 3,2 y 11,4 millones de embriones al año, sin mencionar que la píldora es un poderoso propagador de la mentalidad abortista, la principal causa de muerte hoy en el mundo.
Porque ése es otro capítulo: los efectos más devastadores de la píldora se producen en el ámbito cultural, fruto de la disociación entre sexo y procreación. “Cualquier intervención en la sexualidad es un acto muy delicado que se asemeja al efecto de un terremoto”, advierten los Médicos Católicos. Entre las consecuencias, se mencionan el hedonismo, el aumento de las rupturas matrimoniales, la pornografía infantil, el aumento de las agresiones sexuales...
Lo curioso es que la píldora y toda la mentalidad que la rodea parecen vacunadas contra este tipo de críticas. Se aprecia claramente en la inculcación a la juventud de los ideales de la revolución sexual. “Se les hace creer que tienen derecho a la sexualidad, sin explicarles sus consecuencias... No es extraño que los embarazos de adolescentes y la tasa de abortos hayan aumentado drásticamente”. Todo forma parte de un mismo paquete, pero, cuando salta una alarma, ¿cuál es la respuesta? Más anticonceptivos y más educación sexual. Hay un círculo vicioso en marcha, y costará romperlo.