El Sr. Cardenal presidió en la noche del sábado, en la capilla del Seminario Mayor, la Vigilia de Pentecostés organizada por los movimientos de apostolado seglar de la diócesis. En su homilía, don Antonio Cañizares les dijo que «sois los seglares quienes tenéis que renovar el mundo».
Ante los numerosos seglares que se habían congregado en el templo, don Antonio comenzó su homilía diciendo que «necesitamos la fuerza de lo alto, el Espírito de la Verdad, para que se transforme este mundo nuestro conforme al querer de Dios». En este sentido, el Sr. Cardenal constató que vivimos en un mundo dominado por la cultura de la muerte, por eso «este mundo nuestro quiere proclamar la muerte de Dios», pero por este camino solo se llega «a la muerte del hombre».
Tras constatar que vivimos en una sociedad sin esperanza, el Primado recordó que España es el país donde se practican más abortos, donde se producen más rupturas matrimoniales y donde se da el menor índice de natalidad, y dijo que en este ambiente «sólo el Espíritu nos da la esperanza y nos ilumina sobre la grandeza del hombre».
También aseguró el Sr. Cardenal que «este Pentecostés lo celebramos en medio de una revolución cultural que no es progreso, sino retroceso, porque quiere eliminar a Dios. Eso es lo que está en el fondo de lo que sucede en estos tiempos». Por ello afirmó que «no es casual que cuando se da el gran impulso a esta cultura de la muerte que degrada al hombre y a la mujer, sea precisamente en la aquella década en que se produce un nuevo Pentecostés en el mundo, que es el Concilio Vaticano II, porque la fuerza del mal acecha sobre el hombre para adueñarse de él».
Conscientes de este panorama, «sois los seglares los que tenéis que renovar el mundo», dijo don Antonio. «Estáis llamados a ser la Iglesia que se hace presente en el mundo de la cultura, de la política, del trabajo, de los medios de comunicación, aunque cada vez se nos intente poner más trabas». «Ahora nos lamentamos, por ejemplo, por el anuncio de una nueva ley de libertad religiosa, pero a nosotros no nos importa que nos pongan trabas, porque la Palabra de Dios no está encadenada y la fe nos hace libres», concluyó el Sr. Cardenal.
Homilía en la Catedral
En la mañana del domingo, el Sr. Cardenal ha presidido la Santa Misa en la Catedral Primada, en la que ha administrado la Confirmación a un grupo de alumnos del Seminario Menor. En la homilía, el Sr. Cardenal ha querido detenerse en el análisis del proyecto cultural que se pretende imponer, afirmando que «desde hace unos decenios estamos asistiendo en todo Occidente a una profunda transformación en la manera de pensar, de sentir y de actuar. Se ha producido y pretendido consolidar una verdadera ‘revolución’ que se asienta en una manera de entender al hombre y al mundo, así como su realización y desarrollo, en la que Dios no cuenta».
«El olvido de Dios –añadió–, o el relegarlo a la esfera de lo privado es el acontecimiento fundamental de estos tiempos; no hay otro que se le pueda comparar en radicalidad y en lo amplio de sus grandes consecuencias. Esto es lo que está detrás del laicismo esencial y excluyente que se pretende imponer a nuestra sociedad; no se trata de la legítima laicidad donde se afirma la autonomía del Estado y de la Iglesia o de las confesiones religiosas. Se trata de edificar la ciudad secular, construir la ciudadanía, crear una sociedad en la que Dios no cuente para ello, enraizando, por eso, en todo y en todos una visión dominante del mundo y de las cosas, del hombre y de la sociedad, sin Dios, y con un hombre que no tenga más horizonte que nuestro mundo y su historia en la cual solo cuenta la capacidad creadora y transformadora del hombre».
Don Antonio concluyó su predicación diciendo que «este laicismo que se impone es un proyecto cultural que va al fondo y conlleva en su entraña erradicar nuestras raíces cristianas más propias y nuestro patrimonio y principios morales que nos caracterizan como Occidente sustituyéndolas por un cientifismo, o por una razón práctica instrumental, o por un relativismo ético, que a corto o medio plazo se convierte, en expresión de Benedicto XVI, en la dictadura del relativismo».