(Inmaculada Álvarez/Zenit.org).- Es necesario recuperar la actitud socrática de buscar la verdad en el mundo de la enseñanza, según expuso el profesor de Antropología Pedagógica de la Universidad Complutense de Madrid José María Barrio, en el Primer Congreso Internacional de Educación Católica inaugurado recientemente en Valencia por el cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación vaticana para la Educación Católica.
Se trata de responder a uno de los mayores problemas que afronta el mundo de la enseñanza actualmente, y que es, según Barrio, el desánimo cada vez mayor de los profesores. «Ese malestar docente tiene algo que ver con la angustiosa sensación de desarme intelectual y moral que muchos colegas experimentan ante el nihilismo banal actual», afirmó.
«Con el relativismo escéptico no es posible educar. Sólo se puede educar desde una concepción ideal de cuál es la mejor manera de ejercer como persona humana, o por lo menos alguna mejor que otras. Únicamente desde la convicción, evidentemente no escéptica, de que un ideal de humanidad merece ser transmitido, cobra sentido decirlo e intentar vivirlo, es decir, profesarlo».
La crisis de la educación es doble: por un lado, en los profesores cunde «el desaliento al verse abocados a tener que dar referencias de sentido en el contexto del sinsentido», mientras que entre los alumnos, «el nihilismo posmoderno y postilustrado se lleva por delante oleadas de personas jóvenes, dejándolas sin apenas recursos morales y vitales para afrontar el futuro con esperanza».
Este nihilismo actual, según Barrio, «no es agresivo como antaño, sino que se desglosa en propuestas suaves e inocuas como el «pensamiento débil» (Vattimo), la realidad como broma y juego (Derrida), la «prioridad de la democracia sobre la filosofía» (Rorty), etc.; propuestas éstas que son bien acogidas en la sociedad del bienestar, caracterizada por el escrupuloso celo en evitar todo tipo de aristas».
Barrio definió esta sociedad del bienestar como «una sociedad anestesiada contra todo conflicto a base de domesticar el discurso mediante la multiplicación exponencial de los protocolos de corrección política, ética y académica».
«La nuestra es una sociedad de la desvinculación y el descompromiso que, amorfa e invertebrada, reproduce cada vez más aquella decadencia que espantaba a Nietzsche. Y esto contra todo pronóstico, pues una posmodernidad sedienta de la tranquilidad del redil es precisamente la que se reclama heredera de Nietzsche, el gran transgresor».
«El relativismo al que esta postura aboca supone una capitulación del pensamiento. Con el relativismo escéptico y nihilista no es posible vivir humanamente, y menos aún educar», afirmó.
Buscar la verdad
Ante esto, propone una vuelta al principio socrático de búsqueda de la verdad: «La verdad es el bien propiamente humano, el que más puede satisfacer y plenificar al animal racional (homo sapiens). Y a la inversa, vivir sin verdad es la peor desgracia, mucho peor que vivir sólo a medias, como siglos más tarde dirá Tomás de Aquino que les pasa a los seres animados no cognoscentes. Pero que la verdad sea ese bien humano de mayor categoría y que el hombre sea capaz de verdad, de hecho significa que la verdad siempre puede enriquecerle porque nunca termina de abrazarla por completo».
«Esta actitud socrática de buscar la verdad -modestamente pero decisión- unida al cultivo de la interioridad, ha proporcionado a Europa sus mejores logros de humanismo. El socratismo también ha transmitido a Occidente una peculiar percepción de la verdad práctica, una verdad que no sólo se conoce, sino que se dice y se vive». Hoy existe, según Barrio, un «desprestigio cultural de la noción de verdad -incluso el rechazo que en no pocos ambientes intelectuales y académicos».
El profesor afirma que esa actitud es impracticable en la vida real: «Hace poco vi por la calle el anuncio de una serie televisiva sobre un fiscal norteamericano sin escrúpulos, cuyo lema era: «La verdad es relativa; escoge la que mejor te funcione». Quien piensa eso, y quien actúa y vive como si eso fuera así -a saber, que no hay nada fijo y estable- es alguien que normalmente consideramos poco de fiar. Sin embargo, dicho lema podría figurar hoy en el ideario -incluso educativo- de muchas personas o sistemas políticos muy respetables, bien instalados en la corrección ética, política y académica. Pero en el fondo es la mejor tarjeta de presentación para ingresar en una banda mafiosa, o la acreditación más eficaz para formar parte de un régimen totalitario».
Ante esto es necesario, según Barrio. «subrayar la necesidad de reponer la razón en el lugar destacado que en la educación le corresponde. Y más en concreto el valor teórico y práctico de la razón, por encima de su valor instrumental. En otras palabras, se trata de restituir a la razón su competencia para decir algo acerca de la verdad y del bien, y no cercenar su horizonte reduciéndolo al de la utilidad, el dominio y el poder».
«Los excesos del racionalismo y los grandes relatos del idealismo, que con toda justicia desdeña la sensibilidad posmoderna, no se curan con el arrumbamiento nihilista de la razón, que sólo puede fraguar «almas de paja». Tampoco cabe suponer que la verdad ya no tiene interés en democracia. Si el valor es lo que acuerda valorar la mayoría y si la justicia es el interés del grupo, vivir supondrá estar permanentemente en vilo», añadió.
«Los niños tienen como por instinto la necesidad de distinguir entre lo verdadero y lo engañoso, lo que es un constructo o una ficción, hasta dónde llega la broma y dónde comienza lo serio. Ese tipo de límites, que la sociedad adulta tiene cada vez más desdibujados, sin embargo los niños los reclaman y exigen, y los adolescentes aún más», afirmó.
«La realidad siempre compromete, y la gente joven es muy dada al compromiso, a veces en formas poco razonables. Si todos los caminos humanos son igualmente válidos -lo cual significa lo mismo que decir que son igualmente falsos- de ahí lo único que puede salir es la perplejidad, no la decisión de optar por uno de ellos. El gran reto actual de la educación es devolverle al lenguaje la posibilidad de decir algo serio sobre qué es el hombre, cuál el sentido de la vida y cómo puede vivirse una vida lograda y plena».
«Recuperar esa conversación esencial de la humanidad, y retornarle a la razón voz para aducir y contrastar argumentos en ella, es precisamente lo que el nihilismo escéptico trata de hacer imposible. Pero fuera de esa conversación la educación carece de sentido», concluyó.