(ZENIT.org).- «La Iglesia debe responder al gran desafío que plantea la educación en estos momentos de la Historia, debe disponerse una vez más a aportar su contribución a la formación de la persona humana», afirmó este lunes el cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, durante la apertura del primer Congreso Internacional sobre Educación Católica que se celebra estos días en la Universidad Católica de Valencia.
Para el purpurado polaco, la educación no es una tarea accesoria, sino que «forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia considera que la misión educativa forma parte de su ser y de su responsabilidad ante la humanidad». En estos momentos en que la educación está en crisis, «la escuela católica debe reafirmar su identidad para poder afrontar estos desafíos».
Los agentes educativos, la escuela y la familia, «atraviesan hoy una fuerte crisis» ante la que «hay que dar respuesta». Según el cardenal, los tres criterios fundamentales que deben fundar la educación católica son el «interés por la persona humana», la centralidad de Cristo y el «sensus ecclesiae».
«La Iglesia funda el interés por el hombre, factor esencial de la acción educativa, en la doctrina del «imago Dei»: el hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es «capaz de Dios», necesita plantearse la existencia de Dios».
Por otro lado, cualquier empeño educativo de la Iglesia «debe tener como piedra angular a Cristo. Los agentes educativos deben unir la vida de fe a la competencia profesional». En tercer lugar, la escuela católica «debe ser consciente de que participa de la misión evangelizadora de la Iglesia. La educación católica debe orientarse como una misión compartida entre laicos y religiosos, en comunión», añadió.
El reto del individualismo
Uno de los factores que ha producido la crisis de la educación actual es, según el cardenal Grocholewski, «el secularismo creciente en la vida pública y el fuerte impulso del individualismo, que causa estragos en la sociedad, y que genera un fuerte escepticismo hacia la verdad, separándola totalmente de la fe».
«La gran perjudicada de esta visión individualista es la dimensión espiritual de la persona, el alma del hombre. Se limita la razón humana al saber que puede demostrarse empíricamente, pero deja al hombre sin capacidad de responder a los grande retos de la existencia».
A nivel religioso, este individualismo «se traduce en un eclecticismo, en una especie de «religión a la carta» que no deja espacio a la conversión ni al encuentro de la persona con Cristo», añade.
Precisamente, según el cardenal, más que nunca la Iglesia católica debe «llevar a los alumnos a la búsqueda de la verdad integral del ser. Llevar a alguien a la verdad es un acto de caridad intelectual».
El purpurado afirmó que no existe contradicción entre la fe y la razón: «no se pueden contradecir, porque es el mismo el Autor de la Creación y el de la Redención». Recordó las recientes palabras de Benedicto XVI en su viaje a Estados Unidos: «La Iglesia debe promover en todos los ámbitos de su enseñanza una apología encaminada a afirmar la verdad de la Revelación Cristiana, la armonía entre la fe y la razón, y una sana comprensión de la libertad».
La interculturalidad
Otro de los retos que debe afrontar la educación actualmente es el de la interculturalidad: «el pluralismo religioso no es en sí negativo, ni para la evangelización ni para la educación, pero sí comporta un riesgo: el del indiferentismo religioso, el de considerar que todas las religiones son iguales».
«El antes cardenal Ratzinger invitaba a los católicos, en uno de sus libros, a resistir a este igualitarismo: si todas las religiones son iguales, la evangelización es una forma de imperialismo de unas sobre otras. Pero si en Cristo ha sido otorgada al hombre la gracia de la salvación, entonces la evangelización es un deber».
En este contexto, señala el cardenal, la educación católica «debe superar el drama de la ruptura entre el Evangelio y la cultura: a la aceptación de la multiculturalidad y la no exclusión de las personas por su pertenencia cultural y religiosa, debe seguir la superación teniendo en cuenta las aspiraciones al bien, a la justicia, a la verdad y al amor que están presentes en todas las culturas».
Laicismo
El cardenal planteó la necesidad de responder a la ideología del laicismo, que pretende excluir la religión del ámbito público. «La laicidad, entendida como la legítima autonomía de las cosas temporales, es buena y necesaria, y los creyentes deben promoverla. Sin embargo, el laicismo como ideología supone una fuerte hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión».
Esta ideología, recordó el purpurado, «no es neutral, sino que niega la trascendencia, es una creencia impuesta que no respeta la conciencia de las personas», sino que comporta «la reducción de la educación a los aspectos técnicos mientras que la persona en su integridad pasa a segundo plano».
En este estado de cosas, la educación «se convierte en una pieza más del mercado consumista. Una educación fragmentada, ambigua y en la que los valores fundamentales de la persona están ofuscados».
Educación en valores
Ante esto, la educación católica «debe formar a la persona en su integridad, para que sepa usar su saber para hacer el bien. La educación no debe responder sólo al cómo, sino también al por qué y al para qué».
En este sentido, consideró que otro de los retos es «la influencia de los medios de comunicación, su poder para crear modelos e imponer categorías. Esta influencia ha llegado a sustituir a la familia en la transmisión de valores. Sometidos a las ideologías y a los intereses del mercado, lejos de formar mejor a las personas, las convierten en sujetos pasivos al servicio de intereses concretos».
Precisamente, la educación en valores «es necesaria para que lo moral tenga primacía sobre lo económico. Hay que educar a los jóvenes en la justicia, en el amor, en el sacrificio, en el dominio de sí. Como decía Juan Pablo II, la educación consiste en lograr que el hombre sea cada vez más hombre, que los jóvenes crezcan desde dentro».
«La educación católica debe buscar la maduración de la conciencia moral que permita a los jóvenes ser críticos ante su entorno, para que puedan desenmascarar las ideologías que hoy esclavizan al hombre».