(VERITAS) Dentro del XVII Congreso Fe y Cultura dedicado a “La Mujer” -que se clausuró ayer, viernes 25 de abril, en La Laguna-, el catedrático de la Facultad de Teología del Norte de España, Eloy Bueno, pronunció el pasado miércoles 23, una ponencia titulada “La mujer en la Iglesia y en la Sociedad”.
El catedrático propuso una amplia “mirada al desarrollo del proceso de liberación que han emprendido las mujeres para lograr su emancipación y el pleno reconocimiento de sus derechos” (proceso del que reconoció su grandeza, pero también algunas “insuficiencias”) y señaló “sus repercusiones en el cristianismo en general y en la Iglesia Católica en particular”.
Bueno reconoció que “dada la ambigüedad de la historia, no se puede negar que durante siglos la Iglesia ha estado implicada en la sociedad que no respetó adecuadamente la dignidad y el protagonismo de las mujeres”, pero añadió que “tampoco se puede negar que las reivindicaciones y los logros más significativos se han producido en el ámbito cristiano”.
En clave cristológica, el profesor explicó que “el comportamiento de Jesús deja ver con claridad que, precisamente por respetar el orden de la creación, rompe los estrechamientos que dominaban respecto a la mujer”.
Bueno recuerda que “en la sociedad de Jesús las mujeres se encontraban en situación de sometimiento, pues les estaban negados derechos que correspondían exclusivamente a los hombres. En este sentido, de modo acorde con su modo de actuar, Jesús opta por la parte más débil frente a la parte dominante u opresora”.
También en “la praxis de la Iglesia primitiva” hay una consideración especial hacia la mujer: “En el ámbito judío la mujer adquiere una importancia singular en la Iglesia que se desarrolla a partir de la Pascua. Y ello de un modo que no podía dejar de sorprender al entorno judío”.
Asimismo, “la referencia a la Virgen María es constante en la reflexión teológica sobre la mujer. En el cristianismo, hemos visto, se ha dado más importancia a la mujer que en cualquier religión. Y ello se debe en gran medida al papel que se otorga a María en la historia de la salvación. Sin ella, podríamos decir, no hubiera tenido lugar ni la encarnación ni la redención”.
Sobre “el papel de la mujer en la Iglesia”, el profesor advierte ya en el siglo XIX y principios del XX, algunas “iniciativas cristianas” y entrado el siglo XX a algunas escritoras o intelectuales católicas que ofrecen reflexiones sobre la mujer inspiradas desde la fe de cara a señalar la peculiaridad femenina, el “genio” de la mujer, como Gertrud von Le Fort o Edith Stein.
El catedrático menciona intervenciones de Pío XII y Juan XXIII que reflejan la plena consciencia que la Iglesia tenía del fenómeno que se estaba produciendo, y explica como, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II y la recepción que de él hace Pablo VI, marcan un punto de “inflexión en la consideración de esa nueva realidad de la vida social”.
Asimismo, Bueno destaca que durante “su largo pontificado Juan Pablo II ha intervenido varias veces, y en ocasiones significativas, sobre el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia” (Catequesis sobre “La redención del cuerpo y de la sacramentalidad del matrimonio”, pronunciadas entre 1979 y 1984; Exhortación apostólica Mulieris Dignitatem (1988); Carta a las mujeres (1995)).
El profesor afirma que aumenta “el protagonismo de la mujer en la Iglesia”, precisa respecto al controvertido tema de la admisión de las mujeres al sacerdocio, que “ya el 15 de octubre de 1976 la Congregación para la Doctrina de la fe publicó una Declaración sobre la cuestión de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial bajo el título “Inter insigniores”, en la que se indica que “la Iglesia no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación sacerdotal”, porque “quiere permanecer fiel al tipo de ministerio sacerdotal deseado por el Señor Jesucristo y mantenido cuidadosamente por los apóstoles”.
Finalmente, Bueno hizo algunas reflexiones en torno al “adecuado modo de presencia de las mujeres en la Iglesia”. Entre sus propuestas, sugiere “un cambio de lenguaje”, puesto que “el lenguaje contribuye no sólo a reflejar la concepción que tenemos del mundo, sino que de hecho configura el mundo en el que vivimos. Y por ello puede suceder que en el lenguaje eclesial –o en el de muchos eclesiásticos- muchas mujeres perciban un mundo en el que no se encuentran a gusto”.