(Huellas/InfoCatólica*) "Lo incurable no es la enfermedad, sino la vida". Sylvie Ménard lo tiene muy claro, con 64 años, casada y con un hijo, es oncóloga en el “Instituto dei Tumori” de Milán. Para ella, cuya opinión sobre la eutanasia cambió cuando supo que tenía cáncer de huesos, la enfermedad no se puede separar de la humanidad del paciente, de sus esperanzas. Ménard forma parte de una comisión de médicos enfermos promovida por el Ministerio de Sanidad del gobierno italiano para «humanizar la medicina», y cree que no se puede curar el dolor prescindiendo de ese anhelo de vida que todo hombre lleva consigo desde que nace.
La Doctora Ménard reconoce que "cuando uno enferma, la muerte deja de ser algo virtual –la muerte de los demás–; se convierte en algo que acompaña la vida día a día; uno la siente cercana. Y cuanto más cercana la percibe, más se dice: `Voy a hacer todo lo posible para vivir el mayor tiempo´".
Ménard asegura que los médicos nunca deben "inducir al paciente a que pida la eutanasia porque sufre", sino buscar la forma de evitar que sufran. De hecho, la doctora recuerda que en los últimos años la terapia del dolor ha progresado considerablemente. Por ello, hoy en día los que más piden la eutanasia son los enfermos que viven en total dependencia de los demás, y su motivación principal es la idea de que "la vida se considera digna mientras uno es autosuficiente, cuando uno ya no lo es, se revindica la «dignidad de la muerte», lo cual es terrible". Sylvie Ménard asegura además que estamos ante el riesgo de que "semejante derecho se convierta en un deber".
Convencida de que "la depresión es algo que, en mayor o menor medida, todos los enfermos experimentan, antes o después", la oncóloga italiana denuncia la irracionalidad de dar una hoja a los pacientes en ese estado "mediante la cual autorizan al médico a que les quite de en medio. Es como dar un empujón al primero que te encuentras asomado a un puente, en lugar de agarrarle para que no se precipite".
Ménard asegura que "ningún tipo de depresión o sentimiento de inutilidad o sufrimiento, es motivo suficiente para pedir la muerte; se trata de situaciones que son potencialmente reversibles. Lo incurable no es la enfermedad, sino la vida. De esta vida nadie sale vivo".
Uno de los aspectos más desconocidos por el gran público es, según la doctora italiana, que mientras que en la profesión médica hay doctores favorables a la eutanasia, apenas existe ninguno entre los "especialistas en cuidados paliativos y los que asisten a los pacientes en fase terminal. De estos médicos, al menos los que yo he conocido, ni tan siquiera uno está a favor de la eutanasia". Uno de esos especialistas, que se dedica a esto desde hace quince años, dijo a la doctora Ménard que "el paciente que se acerca al final de su vida, lo que necesita es estar acompañado hasta el momento final, haciendo todo lo posible para que no sufra, para que llegue serenamente a la muerte" y que en tan solo una ocasión un paciente le pidió que le ayudase a morir. Por lo tanto, afirma, "no es cierto que el paciente terminal desee morir".
Sylvie Ménard forma "parte de un equipo de personas que está afrontando un problema: cómo humanizar la medicina. Con los años, la medicina se hace más tecnológica y el médico se especializa cada vez más. El resultado es que muchas veces no se ve al paciente como tal, sino como muchos trozos. Lo que falta es lo que une todas las piezas. Al paciente, con sus preocupaciones y sus preguntas, se le abandona. El Ministerio ha pedido a un grupo formado por médicos enfermos, que pueden contemplar el sistema sanitario desde los dos puntos de vista –el del médico y el del paciente–, que determinen cuáles son las carencias que pueden subsanarse y cuáles, por el contrario, son estructurales".
Ménard se lamenta de que haya "médicos que nunca miran a la cara a los pacientes. El paciente ingresado tiene derecho a tener, al menos una vez al día, una conversación con su médico; si esta visita se produce de manera humana, el paciente estará sereno durante las otras veintitrés horas y cincuenta y cinco minutos sin el médico. Todo esto parece obvio, pero lo es aún más cuando uno lo vive. La humanización y la eutanasia parecen cosas diferentes pero en realidad van unidas. Con una medicina verdaderamente humana no se plantea el problema de si el paciente quiere vivir o morir. Este problema no debería plantearse".