(Bruno Moreno/InfoCatólica) Javier Garisoain es Secretario General de la Junta de Gobierno de la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC), la principal organización política carlista de España.
–¿Cree que el carlismo es actualmente el gran desconocido de la tradición política española?
Lo peor no es que los españoles nos desconozcan a los carlistas sino que se hayan olvidado de su propia tradición política. Nosotros queremos ayudarles a recordar cómo nacieron sus propios pueblos y ciudades, qué eran las cortes o juntas regionales, de qué forma los fueros limitaban el poder real... El carlismo, no es un partido «del sistema», es un movimiento político que sirve y cree en esa Tradición. Así pues, lo que afirmamos los carlistas no son «cosas nuestras», sino ideas, principios y experiencias que pertenecen a todos los españoles.
–¿Es una ideología de otra época? ¿Es correcta la imagen que tienen algunos del carlismo como una especie de club dedicado a disputas dinásticas?
Para empezar, no es una ideología en el sentido de sistema de pensamiento artificial. Es una forma de pensar la vida social y política que pretende ser realista y respetuosa con la tradición recibida. Le aseguro que nuestras «disputas dinásticas» son actualmente bastante escasas y más bien aburridas.
–¿El lema «Dios, patria, fueros, rey» resulta actual en el siglo XXI?
Supongo que la vigencia del lema «Dios y Patria» no necesito explicársela a alguien que sea católico y español. Si un católico no pone su concepción católica de la vida como termómetro para hacer lo que quiere -también en política-, mal vamos.
Por otra parte, nuestra idea de patria está muy unida a la de fueros. Lo que rechazamos es la idea de estado-nación. Nos parece mucho más natural pensar en España como un conjunto de familias, de municipios, de regiones... de pequeñas patrias que todas juntas construyen la Patria grande común.
Los fueros son las leyes justas, simplemente. Un conjunto de libertades sociales originarias elevadas a categoría de Ley por quien tiene la potestad de legislar. El liberalismo adora a la «diosa Libertad» pero en la práctica, para ordenar la masa de individuos o ciudadanos, convierte a las instituciones en una fábrica que produce leyes como si fueran salchichas. Nosotros en cambio queremos leyes que den a cada uno lo suyo, a cada cuerpo social lo suyo, que garanticen las libertades concretas.
En cuanto al rey estoy convencido que es un anhelo que en el fondo todos llevamos dentro. Todos los españoles quisiéramos que en la cúspide de nuestra gran comunidad social y política hubiera un gobierno templado, estable y apartidista. Pues eso es precisamente lo que ofrece la monarquía tradicional.
–¿Tiene algo que decir, por ejemplo, sobre la actual crisis de Cataluña y las autonomías en general?
Por supuesto que tenemos mucho que decir. La raíz del problema secesionista está en el concepto de soberanía nacional. Si los nacionalistas catalanes quieren aplicar la autodeterminación a su territorio, ¿qué argumento tienen los nacionalistas españoles para oponerse?, ¿porque lo dice la constitución? La unidad de España no se la debemos al referéndum del 78, sino a un proceso de siglos que merece más respeto. La unidad de España es sagrada porque ha costado sangre sudor y lágrimas a lo largo de muchos siglos.
Y por cierto que es una unidad totalmente compatible con la diversidad. Por otra parte el nacionalismo catalán tampoco tiene futuro pues lo único que les podría unir sería una hipotética «constitución catalana» frente a la que podrían levantarse en cualquier momento pequeños secesionismos comarcales igualmente legítimos. No tiene ningún sentido. España debe recuperar su unidad sobre fundamentos más sólidos que el Boletín Oficial del Estado.
–¿Convendría hacer una reforma de la Constitución?
Naturalmente. Para que no la conozca «ni la madre que la parió»… ¿de qué me suena esa frase?
–¿Reconocer la Realeza de Cristo en nuestra norma fundamental supondría una falta de tolerancia o respeto para con los no creyentes? ¿Y la aprobación de leyes acordes con la moral católica?
La confesionalidad es un bien. ¿Cómo no va a ser bueno que una persona, una familia, un pueblo, una región o un país entero se pongan nombres del santoral, bendigan la mesa, santifiquen las fiestas, fijen sus normas según la moral del Evangelio, entierren como Dios manda a sus muertos, dediquen a los templos sus mejores edificios, protejan la inocencia de los niños, honren a las personas consagradas, etc., etc.? No me cabe en la cabeza que un cristiano renuncie a todo eso solo por no molestar.
Además la confesionalidad solamente molesta a algunos ateos, a los laicistas y a los liberales (lo cual incluye por desgracia a los católico-liberales). Quien mejor puede comprender a un creyente sincero es otro creyente sincero. Un estado confesionalmente católico sería mucho más tolerante con otras creencias que un estado confesionalmente ateo.
–¿Por qué el voto católico no tiene ninguna influencia en los sucesivos gobiernos españoles?
Lo ha explicado muy bien don José María Iraburu en varios de sus escritos publicados en InfoCatólica. El voto católico ha sido aplastado por el catolicismo liberal que se ha empeñado en recluir la fe al ámbito de la pura intimidad individual. Y así nos va, porque hemos dejado el campo libre a otros.
–¿Qué es eso de «partitocracia»? ¿Tiene el carlismo una alternativa frente a ella?
La partitocracia reduce la inmensa riqueza de una sociedad viva al cauce único de los partidos políticos, de forma que todas las decisiones que afectan a la vida pública son tomadas, en última instancia, por sus comités directivos.
La alternativa pasa por devolver a la sociedad todas las «competencias» que le han sido arrebatadas. Lo complicado del asunto es que la gente a veces no quiere asumir nada. Es más cómodo limitarse a votar una vez cada cuatro años.
–¿La solución de los problemas políticos de España está que gane las elecciones un partido u otro, incluida la CTC, o precisa una transformación de la sociedad entera?
Como acabo de decir tenemos una sociedad adormecida por un sistema electoral que es una caricatura de participación y representación. La gente está acomodada y pasiva. Mientras sigamos sumidos en la llamada «cultura de la subvención» será muy difícil que las familias españolas asuman su responsabilidad social y política. Por tanto el ganar las elecciones será un objetivo que requiere antes un trabajo enorme.
–¿La crisis económica actual es coyuntural o se trata de un síntoma de un problema más profundo?
La crisis económica actual es en realidad un conjunto de varias crisis que se entremezclan. Y que anuncian la próxima caída de un gigante que tenía los pies de barro. Creo que los cristianos tenemos que verla como una gran oportunidad de renovación en todos los campos.
–¿Hay unos principios económicos carlistas?
Sí, pero lo que no hay son recetas mágicas. Quien diga que tiene recetas para que esto vuelva a ser Jauja es un mentiroso. O hará el ridículo como lo ha hecho Rajoy con la subida del IVA y otros impuestos. Las medidas a corto plazo solamente las puede imaginar y tomar quien esté en el gobierno.
Nuestros principios son los mismos de la Doctrina Social de la Iglesia tal como fueron concretados en España por la Escuela de Salamanca, y se basan en la búsqueda de una economía más humana, más realista, que procure la unidad por encima de la lucha de clases, que se base en el patrón oro o en algún otro para acabar con las burbujas financieras, que ponga a la economía familiar en la base. Tenemos una delegación de economía familiar y tratamos de levantar la voz frente a los abusos con herramientas como la plataforma Grito contra la Usura (www.gritocontralausura.com)
–¿Qué semejanzas y qué diferencias tiene el carlismo con el liberalismo económico actual?
Nosotros, al igual que los liberales, somos partidarios de que haya oxígeno para respirar, que las administraciones públicas y la maraña legislativa se reduzcan drásticamente. Es una coincidencia básica, de sentido común, prepolítica, pero una vez que hemos cogido aire se terminaron las coincidencias. Ellos quieren oxígeno para el individuo. Se contentarían con un reparto más o menos general de mascarillas. Nosotros en cambio queremos aire para todos, para la sociedad y para cada uno de los cuerpos sociales que naturalmente la constituyen. Aire para construir una sociedad y un estado nuevos. Porque nosotros no negamos el estado. Lo queremos respetuoso con una sociedad que ya estaba ahí antes, mucho antes. Pero lo queremos. Justo y fuerte.
Los neoliberales dicen que no quieren estado pero, de alguna forma, al sacar de quicio la libertad individual, al negar los vínculos, promesas y votos que hacen al hombre responsable con los suyos, dejan el campo social abandonado para que venga un estado-pulpo y se lo apropie. Sufren la clásica incoherencia de las ideologías, que consiguen en los hechos lo contrario de lo que proclaman en sus filosofías.
–¿Pueden colaborar los partidos actuales de inspiración católica para preservar los principios no negociables?
El mínimo de los llamados principios no negociables (la vida, la familia, la libertad y el bien común) es mínimo para nosotros pero para el catolicismo-liberal dominante es como si fuera un reto imposible. Los grandes partidos como el PP están demasiado acostumbrados a negociar con lo no-negociable y por eso los católicos no tienen nada que hacer en su seno. El hecho es que los únicos que estamos en condiciones de defender esos principios somos los grupos políticos católicos.