(Efe) El Papa explica que ha querido dedicar la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2013 al tema «Migraciones: peregrinación de fe y esperanza», en concomitancia con las celebraciones del 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y de los 60 años de la promulgación de la Constitución apostólica Exsul familia, al mismo tiempo que toda la Iglesia está comprometida en vivir el Año de la fe, acogiendo con entusiasmo el desafío de la nueva evangelización.
Benedicto XVI recuerda el derecho de la persona a emigrar como uno de los derechos humanos fundamentales, facultando a cada uno a establecerse donde considere más oportuno para una mejor realización de sus capacidades y aspiraciones y de sus proyectos. Sin embargo, -subraya- «en el actual contexto socio-político, antes incluso que el derecho a emigrar, hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra».
En su mensaje, el Santo Padre dice que «actualmente vemos que muchas migraciones son el resultado de la precariedad económica, de la falta de bienes básicos, de desastres naturales, de guerras y de desórdenes sociales».Para el pontífice, el camino de la integración incluye derechos y deberes, atención y cuidado a los emigrantes para que tengan una vida digna, pero también «atención por parte de los emigrantes hacia los valores que ofrece la sociedad en la que se insertan».
El Obispo de Roma hace alusión a la inmigración irregular, un asunto más acuciante «en los casos en que se configura como tráfico y explotación de personas, con mayor riesgo para mujeres y niños». «Estos crímenes han de ser decididamente condenados y castigados», afirma el Papa al tiempo que pide una gestión regulada de los flujos migratorios, que no se reduzca al cierre hermético de las fronteras, al endurecimiento de las sanciones contra los irregulares y a la adopción de medidas que desalienten nuevos ingresos.
Para Benedicto XVI son muy necesarias las intervenciones orgánicas y multilaterales en favor del desarrollo de los países de origen, medidas eficaces para erradicar la trata de personas, programas orgánicos de flujos de entrada legal, mayor disposición a considerar los casos individuales que requieran protección humanitaria además de asilo político. A las normativas adecuadas -mantiene el el Papa- se debe asociar un paciente y constante trabajo de formación de la mentalidad y de las conciencias.
En todo esto -señala- «es importante fortalecer y desarrollar las relaciones de entendimiento y de cooperación entre las realidades eclesiales e institucionales que están al servicio del desarrollo integral de la persona humana». El Santo Padre recuerda que desde la óptica cristiana, el compromiso social y humanitario halla su fuerza en la fidelidad al Evangelio, siendo conscientes de que «el que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre» (Gaudium et spes, 41).
Parroquias, organizaciones y movimientos eclesiales
El Obispo de Roma insistie en que fe y esperanza forman «un binomio inseparable en el corazón de muchísimos emigrantes, puesto que en ellos anida el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la desesperación».
En el vasto campo de las migraciones, Benedicto XVI resalta el papel de la Iglesia en las operaciones de auxilio para resolver las numerosas emergencias, «con generosa dedicación de grupos e individuos, asociaciones de voluntariado y movimientos, organizaciones parroquiales y diocesanas». Es aquí -puntualiza- donde se incluyen las acciones de acogida que favorecen y acompañan una inserción integral de los emigrantes, solicitantes de asilo y refugiados en el nuevo contexto socio-cultural, «sin olvidar la dimensión religiosa, esencial para la vida de cada persona»