(InfoCatólica) Por su interés, reproducimos la homilía de Mons. Bernard Fellay, que ha sido publicada en Rorate Caeli y traducida al español por el blog Página Católica:
«Cuando celebramos esta fiesta de San Pedro y San Pablo, no podemos dejar de pensar en Roma. Y no podemos olvidar el amor que nuestro fundador tuvo para con Roma; amor que deseaba y que quería inculcar en sus hijos. ¡Somos romanos! ¡Y esto no lo podemos poner en segundo plano!
Aunque vivamos en tiempos difíciles, incluso si la Roma actual nos hace sufrir, en absoluto se debilitará nuestro amor verdadero, efectivo y afectivo hacia ella, porque fue Dios quien escogió esta ciudad como cabeza de la Iglesia.
Esto no significa que nos gusten los errores, por supuesto que no, los sufrimos. Pero no podemos dejarnos intimidar por lo que pasa, al punto de darnos por vencidos. No, es necesario perseverar, que es lo que tratamos de hacer.
Seguramente me preguntarán ¿qué pasa con Roma? Si hasta ahora no hemos dicho casi nada, es porque no tenemos mucho que decirles. Podríamos decir que hasta ahora, las cosas están en punto muerto. En el sentido de que, efectivamente, han habido idas y venidas, intercambio, negociaciones, ofertas, sin embargo, estamos en el punto de partida, condición en la que ya habíamos dicho que no podíamos ni aceptar ni firmar. Estamos ahí, eso es todo.
Vemos, por otro lado, que la situación se va complicando. Desde el año 2009 vengo diciendo y repitiendo que hay una contradicción en Roma. Y bien, es lo que ocurre todos los días. Es el estado de la Iglesia, ¿qué puede esperarse?
Están los que tratan, los que desean seguir adelante con el Progresismo y sus consecuencias. Hay otros que desean correcciones. Y nosotros, en el medio, nos hemos convertido en una pelota de ping-pong que todos golpean.
Sabemos que al final, al final, la Iglesia de reencontrará nuevamente a sí misma. Y a nosotros nos pertenece el anhelo de no sentirnos satisfechos con cierta, digamos, comodidad. Con una situación que simplemente no es normal. No podemos acostumbrarnos a considerar que el estado en el que nos encontramos es normal, aún cuando éste nos permita hacer lo que deseamos. Esto no es cierto, simplemente no es verdad.
Lo normal es que busquemos, una vez obtenidas las condiciones necesarias, recuperar el título que es nuestro, el título al cual tenemos derecho, el título de Católicos. Lo cual no quiere decir que debamos colocarnos en las manos de los modernistas; no tiene nada que ver con eso.
Pero la situación es difícil, difícil, todo parece desquiciado. Vemos claramente al Demonio que, desencadenado, da vueltas por todos lados. Y por eso este es el tiempo de la oración. Es un momento difícil, en el cual se dice de nosotros cualquier cosa. Oh Dios, la única cosa que queremos es hacer tu voluntad, eso es todo.
La voluntad de Dios se expresa mediante actos... Y es claro que nada bueno aportaremos a la Iglesia si no permanecemos fieles a la herencia de nuestro Arzobispo (Mons. Marcel Lefebvre). Es por eso que varias veces hemos pedido esas famosas, digamos, “condiciones”, “garantías”, que son necesarias para asegurar que la Fraternidad permanezca tal como es.
Las circunstancias nos mostrarán cuándo y de que modo podremos concebir alguna colaboración».