(Irene Aguilera/La Opinión de Tenerife) Los fieles, sentados en el interior del templo, aguardaban a que la junta de gobierno de la Esclavitud del Cristo, los miembros del clero y el obispo hicieran acto de presencia. Cuando aparecieron, el himno de la Jornada Mundial de la Juventud, interpretado por la Coral Polifónica del Círculo de Amistad XII de Enero, comenzó a sonar hasta que los que presidían el acto llegaron al púlpito.
El obispo, tras advertir que el ser cristiano puede llevar a recibir el rechazo de muchos, matizó que a pesar de que “un sector de la sociedad es crítico con la Iglesia”, se pudo demostrar a través de los medios de comunicación que “millones y millones de personas” siguieron la visita del Papa y añadió que “es sumamente incómodo, cansado y duro” estar día tras día en un evento de masas, como el que se produjo en Madrid el pasado agosto”. “Pero a pesar de eso la ciudadanía respondió”, apuntó.
El final de sus palabras dieron paso al silencio. Entonces, los esclavos desfilaron para comulgar. Los nuevos miembros de la Esclavitud del Cristo recibieron las medallas por la entrada a la hermandad después de la misa. Uno por uno las recibían de mano del máximo representante clerical, hasta llegar a ocho esclavos, entre los que se encuentran tres niños de 10, 12 y 13 años, respectivamente. No obstante, hasta que no alcancen la mayoría de edad no podrán formar parte activa de la Esclavitud.
Los menores, inquietos pero atentos, protagonizaron una de las estampas que mejor resumen la mañana de ayer en la iglesia del Cristo. “Siempre he sido devoto, pero hoy es el primer día que me incorporo a la congregación como esclavo. Ha sido un día pleno”, señaló José García. Tras sentarse todos nuevamente en sus butacas, se siguió con el protocolo.
Las luces se apagaron entonces para dejar paso a los cuatro sacerdotes designados para proceder al descendimiento de la talla, ante la mirada expectante de los asistentes. Jesús Gil, delegado diocesano de Hermandades y Cofradías; Norberto Hernández, cura de la parroquia de Gracia; Esteban Vera, estudiante en Roma, y Daniel González, capellán del hospital, se encargaron de bajar la imagen y colocarla en posición horizontal con el sonido de los petardos de fondo.
Con el último estruendo se puso fin a este delicado momento y se procedió al besapié ante una nube de incienso esparcida por el obispo de Tenerife. Mons. Bernardo Álvarez fue el primero en besar la imagen. A continuación vendrían los sacerdotes y los esclavos, al compás del himno al Cristo de La Laguna. En ese instante se oyó en la iglesia a la mayoría de los devotos unirse al coro.
Lágrimas
Una larga cola de fieles a la imagen más venerada de La Laguna se dieron cita en las puertas del templo. Entre sollozos y lágrimas podía observarse a la gente dispuesta a esperar el tiempo que hiciera falta.
“Daría mi vida por el Cristo”. Así de sincera se mostró María Pérez al expresar la devoción que le despierta el Santísimo. Pero no sólo aguardaban fieles de edad avanzada. Jóvenes y niños correteaban por los alrededores esperando que les llegará el turno a sus abuelas o a sus madres para poder entrar con ellas. Los esclavos ayudaban y daban paso a todo aquel que quería acercarse a la imagen, para que no se agolparan y respetaran los turnos establecidos por los distintos encargados de proteger al Cristo.
Había personas de todos los municipios de Tenerife y del resto de las Islas, especialmente de Gran Canaria, muchos de los cuales se sumaron luego a la procesión desde la iglesia hasta el templo de La Concepción.