El nombre de Dios es Misericordia

El Jubileo de la Misericordia alcanza uno de sus momentos álgidos en la invitación que el Papa Francisco nos dirige para acercarnos al sacramento del Perdón de los pecados. Justo antes de partir hacia México en su viaje apostólico, en el marco incomparable de una basílica vaticana abarrotada por los «misioneros de la misericordia», y ante los cuerpos de San Pío de Pietrelcina y de San Leopoldo Mandic, dos de los grandes apóstoles del sacramento de la Confesión; el Santo Padre recuerda al mundo que existe esperanza, porque la misericordia de Dios se nos ofrece a todos, sin excepción.

El Jubileo de la Misericordia alcanza uno de sus momentos álgidos en la invitación que el Papa Francisco nos dirige para acercarnos al sacramento del Perdón de los pecados. Justo antes de partir hacia México en su viaje apostólico, en el marco incomparable de una basílica vaticana abarrotada por los «misioneros de la misericordia» (expresión con la que el Papa ha querido designar a los sacerdotes enviados en su nombre a administrar el sacramento de la Reconciliación), y ante los cuerpos de San Pío de Pietrelcina y de San Leopoldo Mandic, dos de los grandes apóstoles del sacramento de la Confesión; el Santo Padre recuerda al mundo que existe esperanza, porque la misericordia de Dios se nos ofrece a todos, sin excepción.

¿Cuáles pueden ser, en el momento presente, los principales obstáculos para acoger esta invitación a abrirnos a la misericordia? En mi opinión, son tres:

El primero es la proyección en Dios de nuestra propia desesperanza. No en vano dice el refrán: «Se piensa el ladrón que todos son de su condición». Y sucede que cuando en nuestras relaciones ha primado el desengaño, la sospecha o el temor; llegamos a generar una resistencia interior, que se traduce en una incredulidad hacia la posibilidad de un cambio. La confianza, en el fondo, es una expresión combinada de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La etimología del término es significativa: confiar (del latín «confidere») es actuar con fe. Significa tener fe en que Dios es infinitamente bueno, y al mismo tiempo, tener esperanza en que su Amor es también para mí.

Pero existe también una segunda dificultad en el pensamiento contemporáneo, que nos indispone en gran medida para abrirnos al don de la misericordia. Me refiero a la contaminación del concepto de misericordia por el relativismo. En determinados contextos, se invoca la misericordia negando la misma existencia del pecado: «No existe pecado, ¡Dios es misericordioso!». De esta forma, se olvida que Jesucristo nos urge en el Evangelio a la conversión y a dar frutos de buenas obras. Baste recordar en este inicio de la Cuaresma, las palabras que acompañan al signo de la ceniza sobre nuestra cabeza: «Conviértete, y cree en el Evangelio». El relativismo vacía de contenido la misericordia, la desdramatiza hasta el punto de hacer innecesaria la redención de Cristo que conmemoramos en la Semana Santa.

En el libro-entrevista recientemente publicado por Andrea Tornielli (El nombre de Dios es misericordia, Planeta Testimonio), se recogen las siguientes palabras del Papa Francisco: «También el relativismo hiere mucho a las personas: todo parece igual, todo parece lo mismo».

Pues bien, teniendo en cuenta que el relativismo no es otra cosa que una hipertrofia del «yo», hemos de subrayar que la condición para acoger la misericordia es la humildad, propia de quien reconoce su propia miseria. Si la misericordia no es otra cosa que el amor de Dios volcado sobre el mísero, la primera condición para acogerla es nuestra conciencia de ser pecadores.

Todavía hay un tercer obstáculo que dificulta nuestra apertura al don de la misericordia: la desconfianza en el sacramento de la Confesión. En el citado libro, el periodista le dirige a Francisco una pregunta muy práctica, que a buen seguro hemos escuchado con frecuencia: ¿Por qué es importante confesarse con un sacerdote? ¿No bastaría con arrepentirse y pedir perdón directamente a Dios? Curiosamente, en su respuesta a esta pregunta, el Papa Francisco menciona un episodio bastante desconocido de la vida de nuestro santo patrono, San Ignacio. En efecto, cuando Ignacio cae herido en la defensa del Castillo de Pamplona, comprende que su vida corre peligro e intenta buscar un sacerdote para confesarse. Al no encontrarlo, pide a un soldado que le escuche en confesión. Aun sabiendo que este no podría darle la absolución por no ser sacerdote, Ignacio sentía la necesidad de objetivar su arrepentimiento ante alguien.

Las palabras del Papa comentando este episodio de la vida de San Ignacio son muy interesantes: «Somos seres sociales. Si tú no eres capaz de hablar de tus errores con tu hermano, ten por seguro que no serás capaz de hablar tampoco con Dios y que acabarás confesándote con el espejo, frente a ti mismo. Somos seres sociales y el perdón tiene también un aspecto social, pues también la humanidad, mis hermanos y hermanas, la sociedad, son heridos por mis pecados. Confesarse con un sacerdote es un modo de poner mi vida en las manos y en el corazón de otro, que en ese momento actúa en nombre y por cuenta de Jesús.»

Si yo tuviese que elegir dos fotografías entre las imágenes que mejor definen el carisma del pontificado del Papa Francisco, me quedaría con la imagen en la que besa con ternura el rostro terriblemente deformado de un enfermo; y en segundo lugar, escogería la imagen del Papa arrodillado confesándose. Son dos imágenes tan impactantes como significativas, que traducen a la perfección lo que la Iglesia entiende por MISERICORDIA.

[N.de R. En la Diócesis de San Sebastián] Siguiendo la iniciativa de la Santa Sede, celebraremos las «24 Horas para el Señor» en la Basílica de Loyola, en el Santuario de Aránzazu y en la Catedral del Buen Pastor. En este último lugar, desde las 19:00 del 4 de marzo, hasta las 19:00 del 5 de marzo. Obviamente, existen otros horarios y lugares para confesarse. Pero se trata de visualizar un signo de que las puertas de la misericordia están siempre abiertas. Dios no se cansa nunca de perdonar, aunque nosotros nos hayamos cansado de pedir perdón.

 

Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de San Sebastián

 

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9 comentarios

antonio
Me refiero a la contaminación del concepto de misericordia por el relativismo. En determinados contextos, se invoca la misericordia negando la misma existencia del pecado: «No existe pecado, ¡Dios es misericordioso!». De esta forma, se olvida que Jesucristo nos urge en el Evangelio a la conversión y a dar frutos de buenas obras. Baste recordar en este inicio de la Cuaresma, las palabras que acompañan al signo de la ceniza sobre nuestra cabeza: «Conviértete, y cree en el Evangelio». El relativismo vacía de contenido la misericordia, la desdramatiza hasta el punto de hacer innecesaria la redención de Cristo que conmemoramos en la Semana Santa.Sin conversión, interior, sin arrepentimiento, es seguir pecando, por nuestra gran bajeza interior San Juan de la Cruz.
14/02/16 8:14 AM
antonio
Pero es posible, recuerdo mi conversion, tal aborrecimiento, a todo lo que me habia hecho mal, y abrazar la verdad, la felicidad inmensa!!!!!!que tuve, siempre sigo féliz a veces agotado, de escuchar conflictos, y como solucinarlos, pero en ese momento, no tuve más felicidad en la tierra.DIOS!!!!!!!!


Estoy releyendo a San Francisco de Sales,Introducción a la Vida Devota, aconseja un director, la gracia!!!!!Virtudes que se pueden ejercitar en cualquier estado.

Y después el combate espiritual, una batalla!!!
14/02/16 1:45 PM
Gregory
La misericordia es el ofrecimiento de Dios al hombre al mundo esto desde luego amerita una conversión un golpe de timón, es necesario insistir en esto siempre en todo momento es más es preciso señalar de que es necesario convertirse denunciar todo aquello que va en contra del Plan de Dios.
15/02/16 1:13 PM
Fred
Debido a la terrible confusión del concepto de Misericordia que existe hoy en día, hay que decir que el nombre de Dios es Misericordia y Justicia.

Según Sta. F. Kowalska, Dios da a la humanidad un tiempo de Misericordia, para que los hombres se conviertan, pero quien no se acoge su Misericordia, deberá acogerse a su Justicia.
16/02/16 4:04 PM
Tomás Bertrán
En Dios Misericordia y Justicia son una misma cosa. No están separadas.
Misericordia sin Justicia es relativismo (se excusa el pecado, e incluso se llega a negar la existencia del pecado).
Justicia sin Misericordia es venganza.
Si no fuera por la Misericordia-Justicia de Dios no se salvaría nadie. Debemos abrazarnos a la cruz, en donde la Misericordia y la Justicia son un todo.
17/02/16 5:35 PM
Juan Carlos
no es misericordia invitar al hombre o mujer a seguir pecando al disminuir o anular la gravedad del pecado sea cual sea este. Esta invitando a la condenacion de los fieles catolicos el pastor que hace esto.
18/02/16 3:09 AM
Tatiana
Espectacular artículo señor obispo.
Gracias
18/02/16 5:50 AM
Gregory
Algo más Monseñor Munilla hace su labor pastoral a dejar en claro que Dios es misericordioso, y espera de nosotros que la conversión es parte de esa vuelta. Tenemos ese deber anunciar la conversión.
18/02/16 6:31 PM
TH
Desde el punto de vista teológico y estrictamente hablando, no veo cómo el nombre de Dios pueda ser misericordia. La razón es ésta: Es a través de la misericordia cómo Dios trata a nosotros pecadores. Si no hubiera habido pecado original ni otros pecados, Dios no hubiera tenido necesidad de manifestarse como misericordioso. El nombre de la persona en la Biblia manifiesta quién es esta persona, pero Dios en su misma esencia intratrinitaria no es misericordia sino AMOR, según indica la Primera Carta de San Juan. Con esta precisación, no es mi intención denigrar la misericordia o pensar que en el caso nuestro como pecadores la misericordia no sea la manifestación más exquisita del amor de Dios, como ha afirmado San Juan Pablo II.
22/02/16 8:13 AM

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