1.12.14

VI. Credibilidad e incredibilidad

Los motivos de credibilidad

Además de los preámbulos de la fe, puede preceder algo más  al acto de fe, los llamados «motivos de credibilidad». Al igual que los «preámbulos de la fe», soporte racional natural de la misma, los puede suplir la fe infusa, de manera parecida estos motivos pueden no estar en los que disfrutan de la fe, sin necesidad de poseerlos o buscarlos. Sin embargo, para todos son útiles, no porque sean el motivo de creer, que es la veracidad y autoridad de Dios, sino porque prueban, ante la razón humana, el hecho que Dios se ha revelado a los hombres.

La aceptación de una verdad como revelada por Dios, en la que consiste el acto de fe, está motivada, en este sentido, no sólo porque su contenido no es algo irracional, sino también porque es razonable. Puede decirse que, ante la razón, no se cree irreflexivamente o a la ligera. Aunque la razón humana no advierta la evidencia interna de lo creído, su verdad y su origen revelado, queda confirmada con obras, que sobrepasan el poder de la naturaleza.

Entre estas obras fuera del orden de la naturaleza están los milagros, como la curación de enfermedades, resurrección de los muertos o hechos que no siguen las leyes naturales. Nota Santo Tomás que: «Lo que es más admirable, la inspiración de los entendimientos humanos, de tal manera que los ignorantes y sencillos, llenos del Espíritu Santo, consiguieron en un instante la más alta sabiduría y elocuencia. En vista de esto, por la eficacia de esta prueba una innumerable multitud, no sólo de gente sencilla, sino también de hombres sapientísimos, corrió a la fe católica, no por la violencia de las armas ni por la promesa de deleites, sino lo que es aún más admirable, en medio de grandes tormentos, en donde se da conocer lo que está sobre todo entendimiento humano y se coartan los deseos de la carne y se estima todo lo que el mundo desprecia».

No obstante, precisa seguidamente, «el mayor de los milagros», y obra que manifiesta claramente la acción divina, es que la voluntad humana, movida desde dentro por la gracia de Dios,  haga que el entendimiento acepte el contenido sobrenatural de la revelación.

Además, que, de acuerdo con ella, desee los bienes espirituales sobre los sensibles. «Y que esto no se hizo de improviso ni casualmente, sino por disposición divina, lo manifiesta el que Dios lo predijo que así se realizaría, a través de muchos oráculos de los profetas, cuyos libros tenemos en veneración como portadores del testimonio de nuestra fe»[1].

 

El milagro de la Iglesia

            Hay otros fundamentos a la racionabilidad del asentimiento del acto de fe o «motivos de credibilidad». Además del hecho milagroso de la primera evangelización del mundo, se dieron otros muchos, pero de distinto valor. Estos prodigios, que confirmaron la fe,  no sólo se dieron en los inicios de la Iglesia, se continúan dando en la actualidad con los milagros, por medio de los santos de la Iglesia.  No obstante, no sería necesaria la repetición de los prodigios pasados, porque ha perdurado su efecto, que es la misma Iglesia católica.

La existencia de la Iglesia es, según Santo Tomás, un motivo de credibilidad, o de una ayuda divina externa a la fe. No sólo su existencia, sino los muchos bienes maravillosos, que se dan en ella. Además de la propagación de la Iglesia, su inagotable fecundidad a través del tiempo, su santidad y su unidad católica, son un evidente perpetuo auxilio a la credibilidad de la fe cristiana[2].

 

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15.11.14

V. Los preámbulos de la fe

 

Imposibilidad de la doble verdad

La distinción y la primacía de la fe sobre la razón, afirmada siempre por Santo Tomás, no implican unconflicto entre ambas. La fe esta por encima de la razón y, sin embargo, no es posible una verdadera disensión entre ellas. Admitirla supondría atentar contra la unidad de la verdad.

La revelación y la razón humana tienen un mismo origen: Dios, que no puede contradecirse. El mismo Dios, que  mueve a la voluntad humana en el acto de fe y que revela los misterios, objeto de la fe, es quien ha creado el espíritu humano con la facultad de la razón.

Dios, que no es contradictorio,  no se niega a sí mismo. Si, en algún caso, se presenta una contradicción entre la razón y la fe es únicamente aparente. La supuesta contradicción puede haber sido producida por la falsedad de las tesis racionales, que se han tomado, sin serlo,  por verdaderas; o bien, porque  los contenidos de la fe no han sido bien entendidos o no se han expuesto tal como la Iglesia los enseña

Estas tesis tomistas no deben tomarse como opinables, no sólo por su racionalidad, sino porque para el católico,  además,  el Concilio Vaticano I, después de afirmarlas, añadió consecuentemente: «Declaramos, pues, que toda aserción contraria a la verdad testimoniada por la fe es absolutamente falsa. Pues la Iglesia, que juntamente con el ministerio apostólico de enseñar recibió el mandato de custodiar el depósito de la fe, ha recibido igualmente de Dios el derecho y el deber de condenar la falsa ciencia (1 Tim 6,20), a fin de que nadie sea seducido por la falaz filosofía y por vanas sutilezas (Col 2,8). Por lo cual, a todos los fieles cristianos, no sólo se les prohíbe defender como legítimas conclusiones de la ciencia aquellas opiniones, que se conozcan ser contrarias a la fe cristiana, especialmente si han sido reprobadas por la Iglesia, sino que además están absolutamente obligados a tenerlas como errores, que se presentan con falsa apariencia de verdad»[1].

 

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1.11.14

IV. La razón y la fe

 

El acto de creer

«Creer es pensar con asentimiento»[1]. Esta definición de San Agustín fue asumida por Santo Tomás, al afirmar que la fe sobrenatural como acto, que brota  de la correspondiente virtud teologal, cualidad permanente o hábito sobrenatural, es una acción del entendimiento. En este sentido de la fe como acto de la virtud, se puede decir que: «Creer es un acto del entendimiento, que asiente a una verdad divina por el imperio de la voluntad movida por Dios»[2].

La fe se distingue de la razón científica, porque  no tiene la intrínseca evidencia del contenido de la ciencia. También su certeza es distinta de la certeza de la razón histórica, que  se apoya en testimonio humano. Asimismo, no es idéntica al sentimiento religioso, porque no se apoya ni en la imaginación ni en la sensibilidad. Tampoco es una opinión, porque en la fe hay total certeza. Ni es como la visión beatífica, cuyo objeto se ve claramente, y en la fe lo conocido es de modo mediático y oscuro. Con la fe, se dice en la Escritura: «ahora vemos por un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara»[3].

 

Racionalidad de la fe

La fe es racional, pero, por su carácter sobrenatural,  trasciende toda razón o inteligencia natural. Por un lado, todo lo creído, el objeto de la fe, es sobrenatural: «Las verdades de fe exceden la razón humana; no caen, pues, dentro de la contemplación del hombre, si Dios no las revela. A unos, como a los apóstoles y a los profetas, les son reveladas por Dios inmediatamente, y a otros les son propuestas por Dios mediante los predicadores de la fe por Él enviados».

Por otro, también es sobrenatural el acto interior de creer, porque: «El hombre, para asentir a las verdades de fe, es elevado sobre su propia naturaleza, y ello no puede explicarse sin un principio sobrenatural que le mueva interiormente, que es Dios». La gracia de Dios mueve a la voluntad para que el entendimiento acepte el contenido sobrenatural de la revelación.

Además de la moción interior de la gracia, puede hablarse de otra causa que interviene en el asentimiento de la fe, aunque por si misma es insuficiente. Esta causa es «inductiva exteriormente, como el milagro presenciado o la persuasión del hombre que le induce a la fe. Ninguno de estos motivos es causa suficiente, pues viendo un mismo milagro y oyendo la misma predicación, unos creen y otros no creen»[4].

Los milagros y la predicación exterior son causas exteriores inductivas  de la fe, que concurren a creer, son causas insuficientes. Se necesita una causa interior suficiente, que pueda elevar al hombre sobre su naturaleza, dada la trascendencia del objeto al que se refiere la fe. Esta causa interior no puede ser, por ello, ninguna de las facultades humanas. Es un principio interior sobrenatural, la gracia divina, infundida por Dios individualmente para que se dé el asentimiento de la fe.

Según lo dicho, hay que concluir que: «La fe es engendrada y nutrida mediante la persuasión exterior que la ciencia produce. Más la causa principal y propia de la fe es la moción interior a asentir»[5]. La  gracia de Dios es la que mueve a la voluntad humana. «El creer depende, ciertamente, de la voluntad del hombre; pero es necesario que la voluntad humana sea preparada por Dios mediante la gracia para que pueda ser elevada sobre la naturaleza»[6].

Explicaba Benedicto XVI, en su catequesis sobre la fe, que con la revelación, Dios  desvela en parte su misterio ––lo necesario para nuestra salvación––, que siempre está más allá de nuestra razón y de todas las vías para llegar a Él. Con los contenidos de la fe, Dios: «se hace accesible», pero además: «a nosotros se nos hace capaces de escuchar su Palabra y de recibir su verdad. He aquí entonces la maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros —a través de la obra del Espíritu Santo— las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo, en su voluntad de manifestarse, de entrar en contacto con nosotros, de hacerse presente en nuestra historia, nos hace capaces de escucharle y de acogerle»[7].

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16.10.14

III. Sabiduría de la fe

La confianza

En el lenguaje corriente, se entiende por fe, en el ámbito natural y sin relación con la religión, la actitud de fiarse de las palabras o de las promesas de alguien, porque se consideran  verdaderas por admitirse su autoridad, que tiene por su veracidad y bondad. Según este significado usual, fe es sinónimo de confianza.

Ya en su etimología la palabra «fe» tiene el significado de fiarse, o confiar en otro o en sus promesas. La razón es porque la palabra «fe» procede del término latino «fido», verbo que significa confiar.

 Sin embargo, la confianza, o el antiguo sinónimo «fiducía», no es el significado primario de fe. En la seguridad o confianza cierta en alguien, no sólo hay afecto o un acto voluntario, porque para tener confianza es preciso también un elemento intelectual y así poder comprender las palabras o la persona en quien se confía. El elemento primero de la fe es el intelecto y sólo después el de la voluntad o del sentimiento, que es así un constitutivo parcial y derivado de la esencia de la fe[1].

La definición real de fe debe incluir, por consiguiente, dos aspectos: uno intelectual, de comprensión y de creencia o asentimiento; y otro voluntario o afectivo, de confianza. Si se recogen estos dos constitutivos esenciales seriados, puede decirse que la fe es la aceptación o asentimiento de una aseveración por la autoridad o veracidad del que la afirma.

Además, con respecto a la confianza, constitutivo de toda fe, debe tenerse en cuenta, que  su objeto primero  es la persona  a quien se cree, porque, como nota Santo Tomás: «En los actos de fe, la voluntad se adhiere a una verdad como a propio bien; por donde la que es verdad principal tiene razón de fin último, y las secundarias de medios conducentes al fin. Dado que el que cree asiente a las palabras de otro, parece que aquel en cuya aserción se cree es como lo principal y como fin en toda fe; y, en cambio, secundarias aquellas verdades a las que uno asiente creyendo a otro»[2]. El fin de la fe, o de su adhesión, es siempre una persona y después al asentimiento a lo que manifiesta.

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2.10.14

II. las siete sabidurías

Apoteósis de Santo Tomás (Zurbarán)

Definición analógica

Si Santo Tomás afirma que las funciones del sabio son ordenar y juzgar, que puede realizarlas porque conoce con mayor o menor hondura las causas [1], podría definirse. la sabiduría como un conocimiento cierto por causas.

El rasgo esencial de la sabiduría es que se ocupa de las causas, pero puedo hacerlo en diferentes grados de profundidad. La sabiduría es múltiple, pero su diversidad está unificada, en cuanto que cada una de ellas expresa proporcional o gradualmente la esencia común de sabiduría. No hay variedad por diferencias específicas, que cuando se adicionan diversifican la misma esencia genérica, sino por la diferente graduación de unos únicos y permanentes constitutivos.

La sabiduría, por implicar grados de perfección en el conocimiento de las causas, es analógica. Las causas son así consideradas en diferentes ámbitos, como en el de la naturaleza, en sus muchos ordenes o en el del obrar humano, o bien, de una manera absoluta, como causas primeras universales.

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