27.07.09

(19) La batalla final

–¿Con tanto diablo y tanta batalla final no estará usted cayendo en el tremendismo?
–Lo tremendo es que muchos cristianos ignoren que estamos en plena guerra con el diablo.

«Aquí estamos en paz, hay tranquilidad y no pasa nada». Ateniéndose a ese juicio, los hombres «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; pero en cuanto Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y acabó con todos. Lo mismo pasará el día en que se revele el Hijo del hombre» (Lc 17,28-30). Cuántos cristianos hoy, al menos entre aquellos que gozan de una relativa prosperidad y tienen una mentalidad liberal-mundana, son moderados, también a la hora de considerar los males del mundo, en el que de ningún modo aceptan vivir «como peregrinos y forasteros» (1Pe 2,11), y menos aún como combatientes. Piensan que no hay que dar crédito a los profetas alarmistas, y que los males del mundo actual son, con un poco de paciencia, tolerables. Tranquilos todos. En esta actitud, no pierden su tranquilidad aunque continuamente los medios de comunicación les informen de que crece la criminalidad, la droga, el espiritismo y los cultos satánicos, la promiscuidad sexual, las enfermedades mentales, la violencia, la pobreza de los países pobres, la homosexualidad, la irreligiosidad, el ateísmo y el agnosticismo, el laicismo contrario a Dios en todo, política, leyes, educación, sanidad, etc. ¿Y con todo esto pueden seguir pensando que no estamos en guerra?… Tendremos que encender en la oscuridad la luz del Evangelio.

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25.07.09

(18) El demonio –y III

–¿Y con qué autoridad dice usted esto? ¿Es usted profeta? –No soy.
–¿Es hijo de profeta? –Tampoco soy, aunque por ahí vamos más cerca.
–¿Y por qué habla entonces, si no es profeta ni hijo de profeta?
–Por la escasez de profetas verdaderos y la vocinglería de los falsos profetas. En cuanto aparezcan los profetas verdaderos, yo me callo. En cuanto cesen de engañar al pueblo los falsos profetas, también me callo. Por lo menos, así lo espero (P. Leonardo Castellani).

El demonio vence al hombre cuando éste se fía de sus propias fuerzas, y a ellas se limita. Pensemos, por ejemplo, en un cristiano que deja la oración, la santa Misa, el sacramento de la penitencia. Y esto sucede, observa Pablo VI, porque al ataque de los demonios «hoy se le presta poca atención. Se teme volver a caer en viejas teorías maniqueas o en terribles divagaciones fantásticas y supersticiosas. Hoy prefieren algunos mostrarse valientes y libres de prejuicios, y tomar actitudes positivas» (15-11-1972). Por esa vía se trivializa el mal del hombre y del mundo, y se trivializan los medios para vencerlos: van a la guerra atómica armados de un tirachinas. Pero ya se comprende que la decisión de eliminar ideológicamente un enemigo, que persiste obstinadamente real, sólo consigue hacerlo más peligroso.

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22.07.09

(17) El demonio –II

–O sea que vamos a tener que creer en el demonio y en su acción…
–Ciertamente. Al menos, si quiere usted ser cristiano, ha de creerlo. Es enseñanza de Cristo y de su Iglesia.

Los libros de espiritualidad cristiana que ignoran al demonio son un fraude. La vida espiritual del cristiano lleva consigo una lucha permanente contra el demonio. Ya sabemos que la vida cristiana es ante todo y principalmente amor a Dios y al prójimo; ésta es su substancia. Pero no puede ir adelante esa vida sin vencer a los tres enemigos, demonio, mundo y carne, y especialmente al demonio. La ascesis cristiana no es como una ascesis estoica, por ejemplo, es decir, una lucha de la persona contra sus propias debilidades y desviaciones, no. San Pablo lo dice bien claramente: «no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus del mal» (Ef 6,12).

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19.07.09

(16) El demonio –I

–Me lo temía, me lo veía venir. Y más de uno… Mejor no digo nada.
–Yo también me lo temía, me veía venir su comentario. Lo que me sorprende gratamente es su prudente decisión de no decir nada. Comienzo a sospechar que va usted mejorando.

Hoy no creen en el demonio muchos cristianos, sobre todo entre los más ilustrados. Actualmente, la existencia y la acción del demonio en la vida de los hombres y de las sociedades es silenciada sistemáticamente por aquellos sacerdotes que han perdido la fe en esta realidad central del Evangelio. O que tienen la fe tan débil, que ya no da de sí para confesarla en la predicación y la catequesis. Hemos de reconocer, sin embargo, que esta deficiencia en la fe es muy grave, ya que falsifica el Evangelio y toda la vida cristiana. En todo caso, esto es lo que hay: aleccionados por la Manga de Sabiazos omnidocente de los últimos decenios,

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16.07.09

(15) El adulterio –y II

–Leí el post anterior y el caso Pavarotti me vale, pero el caso Martini no, porque es aislado.
–¿Aislado? Sus declaraciones recibieron muchos apoyos. Según los directores de Vida nueva y de Religión digital, por ejemplo, representan el pensamiento de una gran parte de la Iglesia. Y es verdad.

Adulterio-perverso y adulterio-mal-remedio. En el post precedente cité yo intencionadamente dos casos muy especialmente escandalosos: el adulterio de Pavarotti, que termina en la apoteosis catedralicia de Módena, y las increíbles declaraciones de un Cardenal partidario de que la Iglesia cambie su doctrina y su modo de tratar a los cristianos «divorciados que han vuelto a contraer matrimonio» (sic). Lo hice para mostrar hasta qué punto el horror al adulterio ha ido derivando a una tolerancia próxima a la complicidad.

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