(140) La Cruz gloriosa –IV. La Cruz en los cristianos. y 2
–¿Y cómo participamos nosotros de la Cruz de Cristo?
–Lea con atención y conozca la verdad, aunque solo sea de oídas.
Toda la vida cristiana es una continua participación en la Cruz y en la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Cada instante de vida sobrenatural cristiana es pascual: está causado por el Espíritu Santo, que por la gracia nos hace participar en la muerte y en la vida del Misterio pascual de Cristo. Sin tomar la cruz, no podemos seguir a Cristo, no podemos ser cristianos. Sin participar de su Pasión, no podemos ser vivificados por su Resurrección. Merece la pena que consideremos esta realidad central de la espiritualidad cristiana en –el Bautismo, –la Eucaristía, –la Penitencia, –el bien que hacemos, –el mal que sufrimos, y también en –las penitencias voluntariamente asumidas por mortificación. Así es como participamos de la Cruz vivificante de nuestro Señor Jesucristo.
–En el Bautismo, uniéndonos sacramentalmente a la Cruz de Cristo, morimos al pecado original, y en virtud de su Resurrección, nacemos a una vida nueva. Así lo entendió la Iglesia desde el principio.
«¿Ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos con él sepultados por el bautismo en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; cf. Col 2,12-13).
–En la Eucaristía hallamos los cristianos la participación más cierta, más plena y santificante en la Cruz de Cristo. Es en la Santa Misa donde nuestras cruces personales, uniéndose a la cruz del Salvador, reciben toda su fuerza santificante y expiatoria. Es en la Eucaristía donde Cristo, por la fuerza de su Cruz, nos fortalece para que debilitemos y matemos al hombre viejo y carnal; y por la fuerza de su Resurrección, nos da nuevos impulsos de gracia que acrecientan al hombre nuevo y espiritual. Es en la Eucaristía donde, así como en el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, también nosotros nos vamos transfigurando en Cristo progresivamente. Con toda razón, pues, enseña la Iglesia que la Eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11a).
–En la Penitencia sacramental, cada vez que el pecado disminuye nuestra vida de gracia o nos la quita, de nuevo la Cruz y la Resurrección del Salvador nos hacen posible morir al pecado y renacer a la vida. Una oración del Ritual de la penitencia lo expresa así:
«Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz. Y yo te absuelvo + … La pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna. Amén».
–En todo el bien que hacemos participamos de la cruz de Cristo, porque sin tomarla, no podríamos seguirle y vivir su vida (Lc 9,29). El cristiano toma cada días la cruz en todos los bienes que hace, y esto es así por una razón muy sencilla. En cada uno de nosotros coexisten el hombre carnal y el hombre espiritual, que tienen deseos contrarios, tendencias absolutamente inconciliables: «la tendencia de la carne es muerte, pero la del espíritu es vida y paz… Si vivís según la carne, moriréis; mas si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis» (Rm 8,4-13).
Por tanto, en cada obra buena, meritoria de vida eterna, en cada instante de vida de gracia, es la Cruz de Jesús la que nos permite morir a la inclinación de la carne, y es su Resurrección la que nos mueve eficazmente a la obra buena y santa. Cruz y Resurrección son inseparables en Cristo y en nuestra vida.Sin cruz, sin muerte, no hay acceso a la vida en Cristo; es imposible. Pero también es imposible que la participación en la cruz no cause en nosotros vida y resurrección. Podemos comprobar esta verdad grandiosa en algunos ejemplos.
–Dar una limosna requiere negar el egoísmo de la carne (Cruz), para poder afirmar el amor de la vida fraterna (Resurrección). Un matrimonio, por ejemplo, renuncia a gastar 3.000 euros en un precioso viaje de vacaciones, que ya tenía proyectado (muerte), para poder pagarle a una pariente el arreglo necesario de su dentadura, presupuestado en 3.000 euros (vida). Así es la cosa: solo de la Cruz («mi cuerpo que se entrega») brota la donación, la entrega, la limosna. Es cierto que si esa obra buena se realiza con una caridad inmensa, apenas se notará el dolor de la cruz, solo el gozo: «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7). En cambio, si el amor es pequeño, dolerá no poco la cruz de la donación. Y son precisamente los actos intensos de la virtud, los que, movidos por la gracia, dan mayor crecimiento a las virtudes. En todo caso, esté la caridad más o menos crecida, cueste más o menos esa limosna, lo que es cierto es que toda entrega, toda donación está causada (causa ejemplar y causa eficiente) por la pasión y la resurrección de Cristo.
–Perseverar en la oración es con frecuencia una penalidad muy grande para el hombre carnal (Cruz), y es vida y gracia para el hombre espiritual (Resurrección). Por tanto, sólo es posible perseverar en la oración porque Cristo murió y resucitó por nosotros. Concretando más el ejemplo: para un cristiano que solamente puede ir a Misa los días de labor si asiste a ella temprano, el acostarse pronto por la noche, privándose de conversación, lectura, TV o lo que sea (Cruz),es condición necesaria para participar en la Eucaristía diariamente (Resurrección). El tiempo es limitado, 24 horas cada día: sin quitar tiempo de un lado (negación) es imposible ponerlo en otro (afirmación).
–Decir la verdad en este mundo pecador, y también en un ambiente de Iglesia descristianizada, en el que abundan más los errores que la verdad, es imposible sin aceptar hostilidades muy penosas (Cruz); pero aceptándolas podremos iluminar a nuestros hermanos con la alegría de la verdad (Resurrección). Está muy claro que quien no ame de todo corazón la Cruz de Cristo no sería capaz de predicar el Evangelio. (Por eso el Evangelio es tan escasamente predicado).
Sin amor a la cruz es imposible discernir la voluntad de Dios. Sin amor a la cruz es imposible conocer la propia vocación; es imposible concretamente que haya vocaciones a dejarlo todo y seguir a Cristo, sirviéndole en los hermanos. Sin amor a la Cruz es imposible que una joven de hoy vista decentemente. Es imposible vivir el Evangelio de la pobreza. Es imposible librarse de las tentaciones continuas del consumismo y de la lujuria. Es inevitable que confundamos nuestra voluntad con la de Dios, aunque ésta sea muy distinta. Es la cruz el árbol que da frutos más abundantes y dulces. Es la cruz la llave que nos abre la puerta a un vida nueva en Cristo Resucitado, a una vida maravillosa, que excede con mucho a todos nuestros sueños.
Por tanto, siempre que pecamos rechazamos la Cruz de Cristo, y no dejamos que ella mortifique al hombre viejo y carnal, haciendo posible la obra buena. Siempre que pecamos despreciamos la Sangre de Cristo, hacemos estéril en nosotros su Pasión, nos avergonzamos del Crucificado, lo rechazamos. Por eso exhorta el Apóstol:
«mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia… Despojáos del hombre viejo con todas sus obras (Cruz), y vestíos del nuevo (Resurrección)» (Col 3,5-10). Así es como el Padre «nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados» (1,13-14).
–En todo el mal que padecemos participamos de la Cruz de Cristo, con toda su virtualidad santificante y expiatoria… Y esto se cumple diariamente a través de las innumerables penas que sufrimos en este valle de lágrimas, penas corporales, espirituales, psicológicas, de convivencia, de trabajo, sin culpa, con culpa, pasajeras, crónicas, ocultas, espectaculares, enormes, triviales… Todas ellas han de servirnos, gracias a la Cruz de Cristo, para expiación de nuestros pecados y para crecimiento en la gracia y en el premio de la vida eterna.
Por eso es importantísimo que aceptemos todas y cada una de nuestras cruces libre, amorosa, esperanzadamente. Que en modo alguno vivamos nuestras cruces como algo malo, negativo, inútil, estéril, frustrante. Si veneramos la Cruz de Cristo, veneremos también nuestras cruces, pues son penas que la Providencia divina dispone en nuestras vidas para «completar la Pasión de Cristo» (Col 1,24) y para nuestra santificación.
En todo mal que padecemos, éstas son las verdades principales que nos ayudan a aceptar las cruces.
1. Queremos colaborar con Cristo en la salvación del mundo, completando en nuestro cuerpo lo que falta a su Pasión por su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24). Queremos «ayudarle a Cristo a llevar la cruz», aunque en realidad es Él quien nos conforta para que podamos llevar la nuestra.
2. Reconocemos en todos los sucesos de cada día, gratos o dolorosos, la voluntad de Dios, y queremos hacerla nuestra. Ya estudiamos este tema (135-136). En cada momento de nuestra vida queremos hacer la voluntad de Dios providente, y no la nuestra propia. Cuando la voluntad divina nos es penosa, no dudamos en tomar la cruz, convencidos de que «todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28). Estamos seguros de que, como dice Santo Tomás, «todo está sometido a la Providencia, no solamente en general, sino en particular, hasta el menor detalle» (STh I, 22,2). En todo vemos la mano de Dios, y la besamos con amor.
3. Nuestras cruces son Cruz de Cristo, y por eso las aceptamos incondicionalmente. Si nosotros somos su Cuerpo, nuestras cruces son cruces suyas, y por tanto son cruces santas, santificantes y venerables. En el artículo anterior cité a San Agustín: Cristo y nosotros «estamos unidos en una sola carne y en unos mismos sufrimientos». Y cité también a Juan Pablo II: estamos llamados «a participar en ese sufrimiento [de Cristo] mediante el cual se ha llevado a cabo la redención… Todo hombre, en su sufrimiento puede hacerse partícipe del sufrimiento redentor de Cristo» (Salvifici doloris 19).
4. Las cruces que sufrimos tienen un inmenso valor santificante y expiatorio para nosotros y para toda la comunión de los santos, y por eso las aceptamos de toda voluntad. De tal modo los santos conocían el valor santificante de las cruces, que no las temían, sino que las deseaban y pedían, estimándolas como lo más precioso de sus vidas –sujetándose al pedirlas, por supuesto, a lo que la Providencia divina dispusiera–. He de volver en otro artículo más ampliamente sobre este tema, haciendo antología de los escritos de los santos. Pero adelanto aquí algunos textos:
Santa Teresa de Jesús (+1582): «Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí» (Vida 40,20).«Gran cosa es entender lo mucho que se gana en padecer por Dios» (34,16). Es argumento frecuente en sus cartas: «Si consideramos el camino que Su Majestad tuvo en esta vida, y todos los que sabemos que gozan de su reino, no habría cosa que más nos alegrase que el padecer» (Cta. 56, 11-V-1973). «Dios nos dé mucho en qué padecer, aunque sean pulgas y duendes y caminos» (Cta. 47, VI-1974). «Cada día entiendo más la merced que me hace el Señor en tener entendido el bien que hay en padecer» (Cta. 298, 17-IX-1980).
San Claudio La Colombière (+1682): en el cielo «nos reprocharemos a nosotros mismos el habernos quejado de lo que debería aumentar nuestra felicidad… Y si un día han de ser ésos nuestros sentimientos ¿por qué no entrar desde hoy en una disposición tan feliz? ¿Por qué no bendecir a Dios en medio de los males de esta vida, si estoy seguro de que en el cielo le daré por ellos gracias eternas?» (El abandono confiado en la Providencia divina 2).
5. Recordemos bien que nuestras culpas son siempre mucho mayores que las penas que nos oprimen, y eso nos ayudará mucho a la hora de aceptar las cruces personales. El Señor «no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (Sal 102,10). Y por otra parte, “los sufrimientos de ahora no son nada en comparación con la gloria que un día ha de manifestarse en nosotros” (Rm 8,18).¿Habrá algún cristiano que niegue estas verdades?
Algunos consejos para asegurar la aceptación diaria de las cruces.
1. De ningún modo experimentemos nuestras cruces como si fueran algo puramente negativo, como si no tuvieran valor alguno, como si nada bueno pudiera salir de ellas, como si no nos las mereciésemos, quejosos ante Dios y ante los hombres: «qué asco, qué rabia, qué miserable situación». Una cosa es que sintamos dolor por nuestras penas, y otra muy distinta es que con-sintamos en nuestra tristeza, autorizándonos a estar tristes y alegando que tenemos causas sobradas para ello. Tengamos en esto mucho cuidado, pues «la tristeza según el mundo produce la muerte» (2Cor 7,10). En cambio, la alegría cristiana ha de ser permanente, en la prosperidad y en la adversidad: «alegráos, alegráos siempre en el Señor» (Flp 4,4).
El discípulo de Cristo ha de rechazar enérgicamente, con la gracia de Dios, los sentimientos estables de negatividad ante ciertas realidades penosas de su vida. De otro modo, más o menos consciente y culpable, estará rechazando la Cruz de Cristo: se avergüenza de ella, estima que la cruz, concretamente su cruz, es una miseria lamentable, inútil, que debe ser eliminada cuanto antes, por el medio que sea. Este error terrible y frecuentísimo hace que perdamos o disminuyamos miserablemente los méritos más preciosos de nuestra vida.
Recuerdo el caso de una religiosa de clausura que en el locutorio se me quejaba amargamente de su Priora: «como no se fía de la Providencia, nos hace trabajar mucho, lo que nos quita tiempo para la oración. Es muy influenciable, y cambia de criterio cada dos por tres, lo que altera la vida de la comunidad», etc. Detrás de todas estas numerosas quejas se entendía que había una convicción clara: «es muy difícil que con una Priora así podamos ir adelante en la vida de la perfección». Por lo visto, mientras la Providencia no les quite las cruces que la Priora ocasiona, es para ellas imposible crecer en santidad… Asombroso. Esta bendita monja, después de veinte o treinta años de vida monástica, aún no le ve a las cruces ninguna gracia. Ninguna. Está convencida de que sin esas cruces podrían santificarse mucho mejor. Qué espanto. Y habla piadosamente, como con ansias de santidad.
2. Es muy importante que localicemos en nuestra vida personal las cruces que experimentamos como «negatividades» (–), para positivizar cada una de ellas (+), integrándolas en la Cruz misma de Cristo.Después de todo el signo de la cruz es el signo «más», el signo positivo por excelencia.Hemos de revisar, pues, atentamente cuáles son nuestras penas más habituales para, reconociendo en ellas la Cruz del Señor, la que nos salva, hacerlas realmente «nuestras» por la aceptación de la voluntad de Dios providente. De otro modo, las penas que rechazamos con amargura y protesta no son nuestras propiamente, sino que las padecemos como puede padecer su dolor un perro apaleado o enfermo.
3. Hay penas «limpias» –sin culpa propia o ajena que las cause– y penas «sucias» –causadas por culpa propia o ajena–. Sin duda alguna, son las penas sucias las que más nos cuesta llevar con aceptación y paciencia. Pues bien, todas las penas, limpias o sucias, han de ser positivizadas, con la gracia de Dios, por la conformidad con la Providencia divina. Todas. Y advirtamos desde el principio que la Cruz de Cristo fue ciertamente una pena sucia, la más sucia posible, toda ella hecha de pecado: traición de Judas, abandono de los discípulos, ceguera del Sanedrín, cobardía de Pilatos… Y en ella se realizó la obra de la redención.
Ejemplos de cruces limpias.
–Sufro una enfermedad cerebral, que me ha dejado débil y desmemoriado. (–) Es realmente una miseria. Según me dicen los médicos, no hay medicina que sane mi dolencia, y probablemente, aunque poco a poco, irá a peor. Qué mala suerte, qué asco. (+) Alabado sea Jesucristo que, a mí, incapaz de mortificaciones voluntarias, me da con todo amor, en su peso y grado justos, esta cruz no pequeña. Así estoy colaborando con la obra de la Redención mía y de todos.
–Soy fea, irremediablemente fea, y nadie me busca ni aprecia, porque además esta fealdad me ha causado una timidez insuperable. (–) Qué vida tan triste me ha tocado. Pasan los años, y me veo siempre en la misma miseria. Estoy sola, completamente sola. (+) El Señor me ama inmensamente, y me ha dado una vocación de ermitaña en medio del mundo. Sin el prestigio espiritual de ser ermitaña, de hecho, «mi vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Doy gracias a Dios que me ha configurado un poquito al Siervo de Yahvé: «no hay en él hermosura que atraiga las miradas, despreciado, habituado al sufrimiento, tenido en nada» (Is 53)… De muchas tentaciones me ha librado el Señor por mi fealdad. Bendita es la belleza y bendita la fealdad: bendita es siempre la voluntad de Dios providente.
Ejemplos de cruces sucias.
–Porque mi hermana es una irresponsable, yo tengo que trabajar el doble (cruz sucia por culpa ajena). (–) Es indignante. Se lo he dicho cien veces, y cuanto más se lo digo peor se porta. Mi vida es inaguantable… (+) Bendito sea Dios que, por la pereza de mi hermana, echa sobre mí la cruz de un trabajo abrumador. Dios me asiste con su gracia, y acepto la situación exactamente igual que como la aceptaría si mi hermana estuviera gravemente enferma y no pudiera trabajar nada. Digo lo de Santa Teresa: «si queréis que esté holgando, quiero por amor holgar. Si me mandáis trabajar, morir quiero trabajando… ¿Qué mándáis hacer de mí?»
–Mis excesos en la bebida me han llevado a la cirrosis. Y ahora estoy sin trabajo y mi familia me trata como una carga inútil (cruz sucia por culpa propia).(–) No hay modo de sanarme; a lo más pueden aliviarme y prolongar un tanto mi vida, es decir, mi tormento. Es sencillamente desesperante. ¿Cómo no voy a estar amargado? (+) Gracias, Señor, que me concedes pagar por mis culpas en esta vida, y reducir así mi purgatorio. Siendo yo un pobre pecador, me concedes colaborar contigo en la obra de la Redención.
La aceptación de las cruces, positivizando sus negatividades, no impiden ni dificultan en modo alguno que se procure el remedio de sus causas –si es que tienen remedio y si es que está de Dios que sean superadas–, sino que de suyo facilitan el remedio grandemente. Si la hermana del primer ejemplo no se amarga, ni se queja, sino que mantiene toda su bondad y su paz hacia su hermana perezosa, sintiendo por ella no rabia, sino amor compasivo, hay muchas más probabilidades de que ésta finalmente se corrija y asuma sus deberes. Si el enfermo mantiene su buen ánimo, aumentan sin duda sus posibilidades de curación o de alivio. La aceptación de la cruz nunca disminuye la capacidad de remediar en lo posible los males que la causan, sino que acrecienta muchísimo la fuerza espiritual para enfrentarlos y superarlos, en cuanto ello sea posible.
«Los enemigos de la cruz de Cristo» (Flp 3,18), inspirados por el Padre de la Mentira, argumentan que el amor a la cruz solo vale para debilitar el esfuerzo que debe hacerse para superar los distintos males, la enfermedad, la injusticia social, etc. Pero eso es mentira. La cruz es infinitamente positiva. Es abnegación del egoísmo, es «entrega de la propia vida» por amor a los demás. Es paciencia y fortaleza en las situaciones más duras. Es la perseverancia en el buen empeño, aunque no se reciba por él ninguna gratificación sensible. Ésa es la cruz. Falsificaciones de la cruz puede haber muchas y distintas. Pero ésa es la verdadera cruz de Cristo en los cristianos. Por tanto, si algunos males se derivaran de la cruz, no será de su verdad, sino de su falsificación.
La cruz mantiene a los enfermos en paz y buen ánimo, aunque a veces estén con dolores y mal asistidos. La cruz guarda unidos a los esposos en una entrega mutua, incesante y generosa, que sabe perdonar. La cruz hace que los padres se dediquen abnegadamente al bien de los hijos, sin ahorrar por ellos ningún sacrificio. La cruz hace que un rico no se dedique simplemente a «pasarlo bien», sino a «pasar haciendo el bien» (Hch 10,38), entregándose a los demás con su trabajo y su fortuna. La cruz consigue que no se rompa la fraternidad en una familia a causa de una herencia, pues cada uno está mirando por el bien de los otros. La cruz hace que, cuando todos están amargados y desanimados por males sociales que parecen insuperables, haya hombres fuertes y esperanzados (Juan Bosco, Alberto Hurtado, Teresa de Calcuta y tantísimos más en la historia de la Iglesia), que con la fuerza de la caridad divina saquen adelante obras buenas humanamente inalcanzables.
Cualquier feligrés de santa vida cristiana que, ante un análisis clínico alarmante, 1) declara «que sea lo que Dios quiera», 2) cumplirá luego con buen ánimo todo lo que los médicos le indiquen para recuperar la salud. Y el cristiano ilustrado que entre lo uno 1) y lo otro 2) ve solamente una «contradicción necesaria» bien puede ser calificado de cristiano esquizofrénico, pues disocia morbosamente lo que está unido. Una vez más, los sabios y eruditos no entienden lo que comprenden perfectamente los pequeños y sencillos (Lc 10,21).
–En las mortificaciones y penitencias voluntarias participamos también de la Cruz de Cristo, colaborando con Él en nuestra salvación y en la del mundo. (Nota bene.–Llega a mis oídos el rechinar de dientes de «los enemigos de la cruz de Cristo». Oigo sus insultos tremendos. Y esto me hace seguir escribiendo con mayor entusiasmo, confirmado en la necesidad de decir la verdad católica sobre las penitencias voluntarias). Es un tema muy amplio, y me limitaré a citar algunas enseñanzas de Pablo VI en su maravillosa constitución apostólica Paenitemini (17-II-1966).
«Durante el Concilio, la Iglesia, meditando con más profundidad en su misterio… ha subrayado especialmente que todos sus miembros están llamados a participar en la obra de Cristo y, consiguientemente, a participar en su expiación» (2). «La penitencia –exigencia de la vida interior confirmada por la experiencia religiosa de la humanidad y objeto de un precepto especial de la Revelación divina– adquiere en Cristo y en la Iglesia dimensiones nuevas, infinitamente más vastas y profundas» (10).
«Cristo pasó cuarenta días y cuarenta noches en la oración y el ayuno», inaugurando así su vida pública (11). La metanoia «adquiere nuevo vigor por medio del sacramento de la penitencia… En la Iglesia el pequeño acto penitencial impuesto a cada uno en el sacramento, se hace partícipe de forma especial de la infinita expiación de Cristo, al paso que, por una disposición general de la Iglesia, el penitente puede unir a la satisfacción sacramental todas sus demás acciones, padecimientos y sufrimientos» (16).
«El carácter eminentemente interior y religioso de la penitencia, no excluye ni atenúa en modo alguno la práctica externa de esta virtud» (18). «La verdadera penitencia no puede prescindir en ninguna época de la ascesis física. Todo nuestro ser, cuerpo y alma, debe participar activamente en este acto religioso… Este ejercicio de la mortificación del cuerpo –ajeno a cualquier forma de estoicismo [o de dolorismo]– no implica una condena de la carne que el Hijo de Dios se dignó asumir. Al contrario, la mortificación mira por la “liberación” del hombre, que con frecuencia se encuentra, por causa de la concupiscencia, casi encadenado por la parte sensitiva de su ser. Por medio del “ayuno corporal” el hombre adquiere vigor y “la herida producida en la dignidad de nuestra naturaleza por la intemperancia queda curada por la medicina de una saludable abstinencia” (Or. viernes I sem. de Pascua)» (19).
«En el Nuevo Testamento y en la Historia de la Iglesia –aunque el deber de hacer penitencia esté motivado sobre todo por la participación en los sufrimientos de Cristo– se afirma, sin embargo, la necesidad de la ascesis que castiga el cuerpo y lo reduce a esclavitud, con particular insistencia para seguir el ejemplo de Cristo» (20). En este punto hace el Papa una antología de enseñanzas de Cristo, de San Pablo y de antiguos documentos de la Iglesia.
En fin, los cristianos participamos y hacemos nuestra la gloriosa Cruz de Cristo en –el Bautismo, –la Eucaristía, –la Penitencia sacramental, –todo el bien que hacemos, –todo mal que padecemos y –en las penitencias voluntariamente procuradas.
Bendigamos a nuestro Señor Jesucristo que, enseñándonos el camino sagrado de la Cruz, nos hace posible seguirlo, ser discípulos suyos y colaborar en la obra de la Redención del mundo.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
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19 comentarios
Gracias por este, también, gran trabajo.
Es asombroso, verdaderamente milagroso.
Gracias,
¿Podría ser ejemplo de "cruz sucia" los pecados que cometemos recurrentemente, a pesar de confesarlos, intentar evitarlos de nuevo, pero que nos hacen ver nuestra fragilidad y miseria, poniendo nuestra esperanza en Dios?
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JMI.- El peso de nuestra miseria moral es sin duda una gran cruz. Por la oración y el esfuerzo de la voluntad auxiliada por la gracia, hemos de procurar, evidentemente, no reiterar una y otra vez nuestros pecados. Pero bien sabemos por experiencia que a veces caemos una y otra vez, y el Señor nos vuelve a levantar. Clara que es una cruz, aunque sea sucia, esa debilidad moral. Y en lo que tiene de cruz, es santificante. Ciertamente.
Creo que Santa Teresa de Lisieux procuraba no enfadarse con una monja que la salpicaba con agua sucia. Visto así, parece nimio. Para ella, puesto que lo percibe y lo relata, debía de ser muy molesto, pero su santidad estaba en amarlo.Tal vez si no amamos esas "crucecitas" no seremos merecedores de otras mayores.
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JMI.- Ya voy preparando la publicación de una primera serie "Gracia y libertad" (56-75), tamaño A4, dos columnas, guardando las imágenes. Pido oraciones. Y luego, si Dios, quiere, irán otras.
Hay quien no entiende que en ocasiones el Seños nos bendiga con su Cruz. Me hizo gracia una afirmación que leí no se dónde: a veces Dios nos castiga concediéndonos lo que le pedimos (pues le pedimos cada cosa...).
Me ha gustado esa distinción entre "limpias" y "sucias".
Ojalá algún día la exclamación "¡Ay que cruz!" se emplee sólo en tono jocoso (p.ej., cuando uno cuenta un chiste muy malo por enésima vez)...
Muchas gracias.
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JMI.-
Es falso que yo escribiera contra la reinstauración normalizada etc. Me parece muy bien y doy gracias a Dios porque moviera al Papa a reinstaurarla.
Es también falso que yo haya escrito algo defendido el caos litúrgico, y menos con pasión e intransigencia. En la medida en que hay liturgia arbitraria, me horroriza. Y así lo he escrito en muchas ocasiones.
No espere, pues, ninguna justificación mía por haber escrito lo que no he escrito. O si quiere esperar, le recomiendo que se siente y se ponga cómodo.
P.d.-Normalmente no doy el pase a comentarios que NADA tienen que ver, ni de lejos, con el artículo publicado. Ésta es una excepción, pero advierto que no sienta precedente.
TEXTUAL:
Por lo visto, mientras la Providencia no les quite las cruces que la Priora(espos@, hijos, jefe, vecino, gobierno, circunstancias, etc.) ocasiona, es para ellas imposible crecer en santidad… Asombroso. Está convencida de que sin esas cruces podrían santificarse mucho mejor. Qué espanto. Y habla piadosamente, como con ansias de santidad.
–Soy fea, irremediablemente fea, y nadie me busca ni aprecia, porque además esta fealdad me ha causado una timidez insuperable. De muchas tentaciones me ha librado el Señor por mi fealdad. Bendita es la belleza y bendita la fealdad: bendita es siempre la voluntad de Dios providente.
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Mirando nuestra vida a la luz de estas verdades y con la mano en el corazón, vemos que no tenemos nada, absolutamente nada de que quejarnos, ni justificar nuestra tibiesa, y todo, absolutamente todo para ser santos, la cual es la Voluntad de Dios.
Gracias padre, que el Espiritu Santo nos haga entender y practicar toda esta grandeza de doctrina.
Una cuestión, en el ejemplo de la limosna, siempre he entendido que lo importante de la limosna no es el hecho en sí, sino que debe ir acompañada del estar en gracia, del arrepentimiento. Aunque es cierto que el texto parece sugerirlo al final, entiendo que la limosna dada en pecado y sin interés en arrepentirnos, no tiene valor a los ojos de Dios puesto que así también lo hacen los demás, por pura filantropía, por humanismo, por solidaridad.
"Amar como yo os he amado", leyendo a Guardini entendí de siempre, que quiere decir que hay que amar al prójimo, dar limosna en este caso, pero procurando estar en gracia, sin pecado, como Él nos amó...¿es así?
Gracias de antemano.
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JMI.- A veces la causa inmediata de un sufrimiento es un pecado, propio o ajeno. Pero ciertamente que al fondo fondo fondo de todo sufrimiento está, claro, siempre el pecado primero original y el de otros pecados.
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JMI.- No esté confusa. Cuando yo he escrito sobre González de Cardedal he transcrito textos suyos y he dado mi opinión sobre ellos. Si le parece bien fundamentado mi criterio, siga Ud. con él, por muchos premios que le den a Dn. Olegario. Y si no le convencen, rechace Ud. mis discernimientos y estimaciones. Pero el premio es aparte.
Este comentario suyo, como es obvio, no tiene nada que ver con el artículo presente sobre "la Cruz en los cristianos". Contesto a su pregunta por excepción, pero ésta no sienta precedente para más consideraciones del tema.
Un cordial saludo.
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JMI.- La Revelacion divina, como insiste Juan Pablo II en la Salvifici doloris, da muchísima luz sobre el misteriodel sufrimiento humano, su origen, su valor, su eficacia misteriosa en la Redención, llevado con fe y caridad.
Pero evidentemente que, como todas las cosas de la fe, sigue siendo un misterio.
"El justo vive de la fe", y la fe es de lo que no se ve.
Mysteria semper erunt mysteria.
Creemos que Cristo está presente en la Eucaristía real, verdadera y substancialmente. Pero ya ve Ud. que éste es un grande, enorme misterio.
¡Gracias Padre! ¡Gracias a Dios!
El Cielo... va a ser maravilloso! Sorpresa para los que andábamos ciegos por el mundo... ¿resplandecerán las llagas de las cruces de la multitud de cristianos santos como las de Cristo glorificado! de aquellos que "no amaron tanto su vida que temieran la muerte(cruz)" ...
...y "nosotros lo vimos desfigurado, sin hermosura que atrajera nuestras miradas..."
¡Qué misterio!
¡Rece para que seamos de Cristo!
pd: Un hombre que... rezo por ud y los suyos! La Virgen Sma lo guarde y obtenga bendición especial de Dios
pd: Un hombre que... rezo por ud y los suyos! La Virgen Sma lo guarde y obtenga bendición especial de Dios
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Un millón de gracias. Necesito ahora la oración más que nunca. Un fuerte abrazo y que Dios la guarde.
Por cierto pater, la oración de absolución que citas al comienzo, según un conocido sacerdote exorcista mío, es la oración de exorcismo más potente y eficaz que existe, pues el ministerio del exorcismo saca a Satanás del cuerpo, pero la oración de absolución lo saca del corazón del hombre, lo cual es mucho mejor.
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JMI.- Gracias por su gratitud.
Bendición +
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