(135) Providencia divina –I. Dios nuestro Señor gobierna el mundo
–No olvide usted decir que Dios es omnipotente.
–De acuerdo. Cuente con ello.
En los dos artículos anteriores, Cristo vence los males del mundo (133-134), he respondido a los incrédulos y a los cristianos de poca fe que se escandalizan neciamente de Dios a causa de los males del mundo. Pero una respuesta más a fondo nos exige exponer la fe católica en la Providencia divina. Hago notar desde el principio que Dios entrega a Cristo resucitado el gobierno providente del mundo, dándole «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Pero de este aspecto trataré más a fondo al hablar del misterio de la Cruz gloriosa.
Hoy la fe en la Providencia divina está muy débil. Predominando en muchos ambientes católicos formas modernas del pelagianismo o de su forma suavizada, el semipelagianismo, que se le asemeja no poco (61-65), no se admite fácilmente que un plan de Dios providente dirija la vida del hombre y de las naciones, porque no se cree en la primacía de la gracia (66-75). Se piensa más bien que la línea vital del hombre y de los pueblos es aquella que sus opciones libres van diseñando. Por tanto, es el hombre, es la parte humana, la que en definitva decide lo que ha sido, lo que es y lo que será su vida. La misma palabra predestinación, tan importante en la Escritura, en la Tradición y en la teología clásica, prácticamente ha desaparecido de los textos de teología.
Cualquier predicador o profesor de teología puede hoy decir, por ejemplo, que si tal persona se accidentó en su coche y quedó parapléjico, nada tiene que ver la Providencia divina con tal suceso: ha de atribuirse a la conducción imprudente del vehículo o a un error del mecánico que lo preparó o a lo que sea. La misma Pasión de Cristo no es, según eso, cumplimiento de un plan eterno de Dios, anunciado en las Escrituras. Cristo murió porque los poderosos de su tiempo lo mataron. Y punto. Fue así su muerte, como podía haber sido de otro modo. Estas teologías anti-cristianas sobre la Providencia no suelen tener formulaciones sistemáticas y precisas, que chocarían abiertamente con doctrinas dogmáticas de la Iglesia. Pero se expresan suficientemente.
Por ejemplo, en el Dictionnaire de Spiritualité, iniciado en 1937, que durante muchos decenios mantuvo una alta calidad tanto en sus voces históricas como en las sistemáticas, ya en la voz Providence, expuesta por Pierre-Juan Labarriére, nos ofrece una teología de la Providencia sumamente débil e imprecisa, por no decir falsa (Beauchesne, París 1986, 12, 2464-2476). Acerca de la Providencia divina, reduce a un mínimo, unas pocas líneas, la fundamentación bíblica, ignora prácticament el Magisterio apostólico, y al parecer «l’intuition centrale de Teilhard», liberté en genèse, le convence más que las doctrinas de San Agustín o de Santo Tomás: «on parlera alors de synergie croisée, c’est-a-dire telle qu’existe entre Dieu et l’homme un réel échange de determination»… No me pregunten qué quiere decir el autor con esas palabras, porque probablemente ni él mismo sabría explicarlas.
Será, pues, necesario reafirmar la fe católica en la Providencia de Dios omnipotente, uno de los fundamentos principales de la espiritualidad cristiana. Pues ¿cómo creerán los fieles en la Providencia, «cómo la creerán… si nadie les predica?» (cf. Rm 10,14-17). Citaré especialmente el Catecismo de la Iglesia Católica [301-314], poniendo entre corchetes sus números.
«Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y lo gobierna» (Vaticano I, 1896: Dz 3003). Las criaturas no son causas-de-sí-mismas ni en el ser ni el obrar. Su causa primera y continua es Dios. «Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No solo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término» [301]. Por tanto, Dios «no solo conserva y gobierna las cosas que existen, sino que también impulsa, con íntima eficacia, al movimiento y a la acción a todo cuanto en el mundo es capaz de moverse o actuar, no destruyendo, sino previniendo la acción de las causas segundas» (Catecismo Romano I,1,22). No exagera, pues, San Pablo cuando les revela a los griegos que en Dios «vivimos, nos movemos y somos» (Hch 17,28). La acción de Dios, como causa primera universal, es la única que explica suficientemente la armonía del mundo creado, que permanece a lo largo de los siglos. Y esa acción de Dios providente obra no solamente en las criaturas necesarias, sino también en las libres, en los hombres.
Santo Tomás lo explica diciendo que «nuestro libre arbitrio es causa de su acto, pero no es necesario que lo sea como causa primera. Dios es la causa primera que mueve las causas-naturales [las criaturas] y las causas-voluntarias [los hombres]. Moviendo las causas-naturales, no destruye la naturalidad y espontaneidad de sus actos. Igualmente, moviendo las causas-voluntarias, no destruye la libertad de su acción, sino más bien la confiere, la hace en ellas. En una palabra, Dios obra en cada criatura según su modo de ser» (STh I,83,1 ad 3m).
La verdad maravillosa de la Providencia, siendo una de las principales de la fe cristiana, es hoy sin embargo ignorada o incluso negada por no pocos sacerdotes y fieles ilustrados. En buena parte su ignorancia es debida a que no conocen las sagradas Escrituras o no creen en ellas, y a que no fundamentan su vida en la Liturgia de la Iglesia: «el Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder: así está firme el orbe y no vacila» (Sal 92,1). «Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado» (46,9). ¡Todos los días confesamos varias veces esa verdad de fe!: «por Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén». Pero no acabamos de enterarnos.
Dios interviene continuamente en el orden de causalidades intramundano. ¡Claro que Dios interviene en la marcha del mundo! Continuamente. ¿Quién podrá negar esto, y seguir diciéndose creyente?… El Señor reina sobre las naciones, lleva adelante sus planes infaliblemente, nada ni nadie puede resistirle, es bueno y es omnipotente, permite los males que quiere permitir, y produce con absoluta eficacia el bien temporal y eterno de todos aquellos hombres que le aman.
Ése es el Dios de la Biblia, el Dios de Jesucristo. No es el Dios de pelagianos y semipelagianos, que se limita a acompañar la vida libre de hombres y de pueblos, dejando que sean éstos quienes en definitiva determinen su grado de perfección, según «su generosidad». No es tampoco el Dios relojero de los deístas, que construye el reloj inmenso del mundo, le da marcha, y se limita luego a contemplar distante, como espectador indiferente o impotente, el curso de los acontecimientos en esa enorme maquinaria, tic-tac-tic-tac, herméticamente cerrada en su orden interno de causalidades. Abramos la Biblia por cualquier página, y veremos que ésa no es sino una falsificación perversa del único y verdadero Dios.
–Dios, en providencia ordinaria, cuando y como quiere, detiene la acción del malvado, iluminando su mente, cambiándole el corazón, paralizando su mano con el terror o la enfermedad. Él impulsa con su gracia a los buenos, para que enseñen la verdad, para que alerten del error y del mal, frenen los abusos, promuevan el bien de mil maneras, sosteniéndoles en sus empeños y dándoles perseverancia. «Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador que Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: “Es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Flp2,13; cf. 1Cor 12,6) [308]. «Cuanto hacemos, eres Tú quien para nosotros lo hace» (Is 26,12).
–Y Dios, en providencia extraordinaria, convierte, por ejemplo, en un instante de gracia irresistible la mente y el corazón de Saulo, que va a Damasco para perseguir a los cristianos, haciendo de él un gran Apóstol. Es el Señor, el Autor de la vida, quien realiza todas esas maravillas, el que resucita un cadáver de cuatro días, o convierte a lo largo de los siglos el pan y el vino comunes en el Cuerpo y la Sangre del Cristo glorioso…
Por tanto, todo lo que sucede está dispuesto por Dios pro-vidente. «¿Quién puede resistir su voluntad?» (Rm 9,19). Nada escapa a la guía omnipotente de la Providencia divina. Todos los bienes son causados por Dios, y ningún mal sucede sin su permiso. Nada sorprende o se impone al Señor de la creación y de la historia. Dios «ha hecho al pequeño y al grande, e igualmente cuida de todos» (Sab 6,7). Nada sucede en este mundo, grande o pequeño, la concepción inmaculada de María o el asesinato de Jesús en la Cruz, la construcción de una Catedral, el establecimiento o la caída de un imperio, y por supuesto, el hundimiento del Titanic, los terremotos y tsunamis arrasadores… Nada, nada acontece sin la voluntad positiva o permisiva de un Dios omnipotente, que nos ama inmensamente y que todo lo gobierna, todo, hasta lo mínimo, siempre por amor.
En efecto, «el Señor reina, tiemblen las naciones…» (Sal 98,1). «El Señor frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad» (32,11). «Levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor; pero más que la voz de aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor» (92,3-4). «El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables…» (96,1). Él mismo Señor lo afirma: «el pasado lo predije de antemano: de mi boca salió y lo anuncié; de pronto lo realicé y sucedió». Y ahora el futuro «te lo anuncio de antemano, antes de que te suceda te lo predigo» (Is 48,3-5).
¿Quién podría acusar a Dios, que así nos habla y se nos revela, de alardear en vano de un infalible poder providente que no tiene? Confesemos, pues, con alegría: oh Dios, «tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad» (Sal 144,13). Dice el Catecismo: «el testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina Providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: “nuestro Dios está en los cielos y en la tierra, y todo cuanto quiere lo realiza” (Sal 115,3). Por eso, “hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero solo el plan de Dios se realiza” (Prov 19,21)» [303].
El amor providente de Dios gobierna todo, lo grande y lo mínimo. Algunos filósofos antiguos alcanzaron a intuir una Providencia divina, pero que gobernaba solamente las grandes líneas de la historia: «dii magna curant, parva negligunt» (Cicerón). Pero, como consta ya en los libros primeros del Antiguo Testamento, Dios revela a Israel desde el principio que todo está sujeto a su dominio. Se comprueba esto, por ejemplo, en la historia de José, vendido por sus hermanos, a quienes acoge más tarde en Egipto como primer ministro del Faraón (Gén 45,8; cf. 39,1ss). Toda esa historia es un encadenamiento providencial de sucesos puramente contingentes, unos buenos, otros criminales: fueron así, como podrían haber sido de otro modo; pero fueron así, cumpliendo el plan de Dios. Y del mismo modo, toda la historia de Israel es sagrada, toda está transida de la providencia del Señor. Y en la plenitud de los tiempos, Jesús nos enseña que «ni un solo gorrión caerá al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están contados» (Mt 28,18).
Esta doctrina es negada por innumerables pelagianos y progresaurios actuales, que se avergüenzan de la fe bíblica y tradicional, la verdadera, y que la consideran una teología sumamente primitiva, hoy insostenible. Pero ésta es la fe de la Iglesia, la que enseña con insistencia el Catecismo: «El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina Providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia» [303]. Por lo demás, si el eficaz gobierno de la Providencia divina no llegara a lo mínimo, no podría gobernar lo grande, que no pocas veces depende de sucesos mínimos. La muerte, por ejemplo, de un Rey en accidente, un cambio de dinastía, la esterilidad de una Reina, la llegada de un mensajero que pide refuerzos en una batalla, pueden traer consigo que varias naciones se integren durante siglos en la Cristiandad o en el Islam.
Providencia amorosa, llena de misericordia. Dios es amor y todo cuando sucede es una manifestación del amor divino providente. Nosotros sabemos que «Dios es amor» (1Jn 4,8), y que su acción providente es siempre amorosa, pues su acción se identifica con su ser. Él es cariñoso con todas sus criaturas, y su reinado va de edad en edad (Sal 144,9.13). Por eso, con la seguridad absoluta de la fe, «nosotros sabemos que todas las cosas suceden para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28).
Fundamentados en la fe, soltamos los nudos de nuestra angustia en una confianza total que ponemos en Dios. Y por eso en el sufrimiento lejos de volvernos contra Dios, nos volvemos a Dios apasionadamente, espantándonos de haber podido buscar fuera de Él –como el hijo pródigo– nuestra felicidad y nuestra prosperidad: «Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte» (Sal 17,1-2).
«El testimonio de los santos –dice el Catecismo– no cesa de confirmar esta verdad. Así Santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor [de Dios], todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin” (Diálogo 4,138). Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (Carta)» [313].
Providencia misteriosa, incomprensible para los hombres. Todo es providencia y amor de Dios; y por eso mismo todo es para nosotros un inmenso misterio. «¡Qué insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién conoció el designio del Señor? O ¿quién fue su consejero?» (Rom 11,33-34) ¿Cómo no van a ser misteriosos para nosotros los planes de Dios? ¿Cómo vamos a entender nosotros lo que Dios quiere, hace o permite? ¿Entiende un perro lo que hace su amo? Pues mucha más distancia hay de la inteligencia divina a la humana, que de la humana a la animal. «No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice el Señor» (Is 54,8).
El niño pequeño piensa que su madre le está castigando sin causa alguna al ponerle una inyección, cuando en realidad le está dando más vida y fuerza. El salvaje que entra a mirar en un quirófano, piensa que un criminal, vestido con bata y con media cara tapada, está atormentando con sadismo a un pobre hombre atado e indefenso, abriéndole con un cuchillo las entrañas. Habrá que explicarle que se trata de un médico, y que no está matando, sino salvando la vida de un enfermo.
No dudemos nunca de la Providencia divina, sea sobre nuestra vida o sobre la vida del mundo y de la Iglesia. Dios es el Señor, y ayer, hoy y siempre puede dar explicaciones convincentes de todo cuanto hace o permite, también de la tragedia de guerras, incendios, tsunamis, riadas catastróficas, etc. Pero no nos las va a dar, porque ha dispuesto que nos salvemos precisamente por la fe. Nosotros, los creyentes, como Job, no pedimos a Dios explicaciones, y menos aún se las exigimos. Lo único que hacemos en el dolor es llorar, pedir a Dios la confortación, el final del mal que nos afligue, la fuerza para ayudar a los atribulados, golpearnos el pecho por las culpas que tengamos, y, sobre todo, volvernos más a Dios, que es siempre nuestro Creador y Padre, nuestro consuelo y fortaleza. Pero nunca consentiremos en nuestro corazón, y menos en nuestros labios, la queja llena de amargura, la duda, la acusación contra Dios. «Oh, hombre, ¿quién eres tú para pedirle cuentas a Dios?» (Rm 9,20), pregunta San Pablo indignado. De Él sólo nos viene la verdad y la belleza, el bien y la vida.
«Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara” (1Cor 13,12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo (Gén 2,2), en vista del cual creó el cielo y la tierra» [314]. Es el ejemplo clásico del tapiz que están tejiendo: desde este lado no es más que una maraña revuelta de hilos sin sentido; pero desde el otro lado, todo es orden, figura y belleza.
Muy grandes bienes obra Dios por su gracia permitiendo grandes errores, males y pecados. Nos parece normal que Dios haga el bien a través de cosas buenas, pero nos cuesta entender que Dios obra innumerables bienes permitiendo males. No habría mártires si Dios no permitiera que hubiera verdugos. Y en la vida ordinaria, cuántas veces las consecuencias del pecado abruman al pecador, y son ocasión de que se vuelva a Dios, en busca de misericordia y confortación, y se convierta de sus pecados. Un hombre, por ejemplo, dado a la bebida, acaba sin trabajo y enfermo de cirrosis, y se vuelve a Dios en su miseria y en su enfermedad, acepta su cruz, deja de beber, y va cumpliendo ya en esta vida la pena debida por sus pecados, pasando el purgatorio en la tierra.
Cuántas veces las situaciones creadas por el pecado –tener paciencia, por ejemplo, con un hijo drogadicto, al que se ha educado mal, y de cuya drogadicción en parte son los padres culpables–, son ocasión de actos de bondad heroica. Pues bien, recordemos en esto que las virtudes crecen por actos intensos, y que éstos no se ponen mientras la persona no se ve en el apremio de hacerlos. Es evidente que, con la gracia de Dios, las penas traídas por el pecado –esa cirrosis, por ejemplo–, suscita en el hombre actos intensos de aceptación de la voluntad de Dios, de cruz, de humildad, de paciencia, de confianza en la Providencia. Actos que de ningún modo hubieran sido realizados en la salud y la prosperidad.
Nunca el error o el pecado cortan sin remedio el hilo providencial de nuestra vida. Piensan algunos –o más bien sienten, y propiamente no son pensamientos, son pensaciones– que su vida cristiana quedó ya espiritualmente maltrecha y deformada para siempre, sin remedio, a partir de una decisión hace años tomada por error o por pecado: «me casé con él contra el consejo de todos, y ahora mi vida es una miseria que ya no tiene arreglo»; «rechacé la vocación religiosa, la que Dios me daba, y ahora estoy encerrado en una mediocridad insuperable»; «acepté por ambición o por orgullo un trabajo que soy incapaz de llevar con paz, y que de ningún modo puede servirme como medio de santificación», etc. Lo que viene a significar: «esto mío no tiene remedio. Estoy perdido, dejado de la mano de Dios».
Enorme error: podemos nosotros fallarle a la Providencia divina, pero la Providencia jamás nos falla a nosotros, y sigue cuidando nuestro crecimiento en gracia y santidad tanto o más que si la hubiéramos obedecido en su día. Valga el ejemplo: viajando en su coche un conductor, a causa de ciertas obras en la carretera, sufre el desconcierto de su GPS y pierde por unos minutos la dirección debida; pero más adelante, el GPS se recupera y vuelve a orientarle con exactitud, sin que el error precedente haya desviado su viaje.
La beata Isabel Canori Mora (1774-1825) falló a la vocación que con todo amor Dios le había dado cuando era una niña. «A los doce años una mañana, después de la santa comunión, mi Señor me dió orden de hacer el voto de castidad» (Diario 4)… «Me da horror continuar mi relato»… con el paso del tiempo «olvidé el voto que había hecho, olvidé a mi Dios, y despreciando su amor, me entregué a la vanidad del mundo» (5)… «Finalmente pasé al estado matrimonial, y llegué así a consumar el cúmulo de mi abominación (nefandità)» (6)…
«En el pecado va la penitencia». Su marido, Cristóforo, muestra con el tiempo que es un sinvergüenza: la arruina económicamente, lleva a la casa a sus amantes, la trata como si fuera una criada. En esta tremenda situación, una visión de poca fe hubiera podido llevar a Isabel a sentirse «dejada de la mano de Dios» a causa de su infidelidad vocacional. Sin embargo ella, sostenida por la oración, la eucaristía y el voto de obediencia hecho a un santo religioso pasionista, se entrega a una vida muy profunda de caridad familiar, oración y penitencia. Y aunque toda su familia se lo pide, nunca acepta separarse de su esposo, para evitar que se pierda sin remedio.
Pero siempre su mayor sufrimiento fue haber rechazado a Cristo como único Esposo. El Señor ha de consolarle de esto muchas veces, y le dice: «Yo te saqué de aquello para hacer más gloriosa mi obra [en ti]. ¿Qué te importa haber perdido por naturaleza aquello que yo he vuelto a darte por gracia?» (294). «Siempre mi Providencia divina ha sido benigna contigo. ¡Abandónate en mí con toda confianza y vive en paz!» (295). Por este camino de cruz, Dios le concede a Elisabetta altísimas gracias de contemplación sobre Cristo, la Trinidad, la Eucaristía, la Iglesia, el mundo de su tiempo. Tuvo ella cuatro hijas, de las que sobrevivieron dos, una casada, la otra religiosa. Murió a los 50 años, sin ver convertido a su esposo.
Solamente años después, en 1834, Cristóforo, por el santo recuerdo de su esposa y gracias a su intercesión, se convierte, entra como hermano a los sesenta y un años en los Padres Conventuales, y llega incluso a ser entre ellos sacerdote, cumpliendo así una profecía increíble de su esposa. Pudo dar la comunión a su hija Sor Giuseppina, que vió la gloria de Dios en la vida de su madre y en la conversión de su padre. El P. Antonio (Cristóforo) sobrevive a su esposa veinte años, y a los setenta y tres años, y once de vida religiosa, muere con fama de santidad (La mia vita nel cuore della Trinità. Diario della Beata Elisabetta Canori Mora, sposa e madre, Libreria Editrice Vaticana 1996). ¿Fue «providencial» la infidelidad vocacional de la Beata Isabel o fue un error gravísimo y un pecado de consecuencias funestas y definitivas?
La Providencia divina es a un tiempo justa y misericordiosa. En efecto, «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (Sal 102,8-10). Es decir, para que nos entendamos: su Providencia misericordiosa hace «trampas», para que no nos veamos aplastados bajo el peso de nuestros pecados. Pero dejo este tema formidable para cuando trate, con el favor de Dios, de la Cruz de Cristo.
Los herejes pseudocristianos que, como los paganos, niegan hoy la Providencia divina sobre los sucesos contingentes de la vida, aquellos que afirman que la acción de Dios nada tiene que ver con las vicisitudes felices o adversas de la vida de las personas y de los pueblos, niegan la fe católica. La niegan porque esa fe en la Providencia fundamenta todo el cristianismo: hace posible la oración de petición y el abandono confiado en la Providencia, da paz y esperanza, conforta en las mayores desgracias, exige el discernimiento de espíritus, para conocer la voluntad concreta de Dios en todo momento, viene expresada e inculcada continuamente en la Liturgia… Sin Providencia, no hay oración de petición, no hay Padrenuestro, con sus siete peticiones, que se hacen inútiles: no hay cristianismo. Los que niegan la fe católica en la Providencia divina omnipresente y omnioperante niegan el cristianismo, sin más. Y hoy son tantos…
La conformidad incondicional con la voluntad de Dios providente se expresa en muchos proverbios cristianos populares. Y ello nos hace comprobar que es una de las principales notas de la espiritualidad cristiana: «Dios escribe derecho sobre renglones torcidos», «Que sea lo que Dios quiera», «Dios proveerá», «Así nos convendrá», «No hay mal que por bien no venga», «Dios dirá», «Dios quiera que», «Si Dios quiere» (cf. Sant 4,15), «Con el favor de Dios», «Gracias a Dios», «Todo está en manos de Dios», «Dios da la ropa según el frío», «Dios aprieta, pero no ahoga», «El hombre propone y Dios dispone», etc.
El pueblo que ya no dice ni cree en esas frases ha dejado o está dejando de ser cristiano. Por eso es urgente confirmar esta fe en la Providencia. Reforma o apostasía.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
32 comentarios
Un abrazo en Cristo y Maria que les sean dadas por su mimisterio.
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JMI.- No se complique. Jesús nos dice (y la Iglesia igual): "pedid y se os dará". El Padrenuestro son 7 peticiones. Pero siempre... "no se haga mi voluntad, sino la Tuya".
Aunque, a lo mejor, lo que pasa es que hay personas que no les interesa lo más mínimo lo que Dios quiere para ellas porque, con toda seguridad, exigirá ciertos comportamientos que, es más que posible, no están dispuestas a llevar a cabo.
Entonces, ya no les vale eso de que quien tenga oídos para oír, oiga porque no quieren escuchar.
De todas formas, lo aquí leído muestra, como nunca, que Dios, en efecto, es Providente.
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Se agradece mucho por lo clarificante el matiz de nombrar ambas realidades.
Piensan algunos que los designios de Dios con la nación hebrea es solo y exclusivamente un tipo de la propia Iglesia, olvidando que su Alianza con esa nación sigue siendo real y eterna , y que además en el cuidado y dirección de los judios tenemos una enseñanza para todos los pueblos llamados a la fe.
Lo mismo que a las personas, Dios dirige estirpes completas, naciones completas, civilizaciones enteras, porque nada es por casualidad y nadie nace donde no debe según el Plan de Dios.
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JMI.- Israel, por la Alianza antigua, es preparado por Dios para reconocer y recibir al Mesías, Jesucristo, enviado de Dios, establecedor de la Alianza nueva y definitiva: no es un pueblo fundado para rechazar al Mesías cuando llega y para seguir esperando a un Mesías que, necesariamente, es falso, pues no es Jesús, que ya vino.
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Esto también es muy interesante Padre, porque contra el mandato del Evangelio de examinar las profecías ("no despreciéis las profecías antes bien...)", algunos tienen un excesivo o pre-juicioso rechazo a todo el mundo de místicos, apariciones etc, así de entrada.
Y Dios dice claramente que Él no hace nada que antes no haya anunciado por boca de sus profetas.
Muchos olvidan estas verdades de la Fe.
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JMI.- Bueno, lo de que el Señor no hace NADA sin etc. no creo que pueda tomarse al pie de la letra. Muchos sucesos, a veces importantísimos, de la historia se han producido sin que nadie reconociera en ellos profecías anteriores que los anunciaran.
Aunque muchos critican al Cardenal Lustiger, yo leí una obrita suya ciértamente ilustrativa que me gustó mucho, y que facilitaba cuadrar esto de las teologías sustitutivas y demás. Todo ortodoxia en las verdades inamovibles pero desde una óptica distinta a la nuestra más "tradicional".
Efectivamente el "nada" debe ser un genérico y cabe suponer que para cosas relevantes en los grandes acontecimientos de la Historia de la Salvación. En cualquier caso lo mismo que no se puede andar por ahí creyéndose todo, tampoco es sano hacer caso omiso de todo lo que suene a profecía como parece que hacen algunos " a no ser que esté oficialmente aprobado por la Iglesia". No por principio, el Evangelio manda discernir no despreciar.
Triste y llamativo el caso de Fátima, donde hasta nuestros Papas tuvieron que repetir consagraciones una tras otra porque no se hacían según Dios había pedido claramente. A saber cuantas almas se perdieron por los "errores de Rusia" que siguieron extendiéndose.
Sobre la excesiva (recalco excesiva) suspicacia:
"¿Hay alguna desgracia en la ciudad, sin que la haya causado el Señor?",
"No, porque el Señor no hace nada sin revelar sus designios a los profetas." (Amós, 3, 6-7).
"Cuando yo digo al malvado: "Vas a morir", y tú no lo amonestas, si no hablas para advertir al malvado, que abandone su mala conducta, de su sangre te pediré cuentas a tí". (Ezequiel 3,18)
Obviamente no todo tiene que ser de dominio público, basta con que lo sepa quien deba saberlo.
El Evangelio recalca esa idea general:
"No despreciéis las profecías. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno!"
S. Pablo, I Tes. 5,19.
En fin, que imponente de nuevo su artículo Padre, solo quería recalcar que además se desprende que el buen Dios suele avisarnos además de cosas malas por venir, para prevenirnos y recordarnos que Él escribe Su Historia con nuestra libertad. Que no nos quejemos luego tanto de lo que pasa. Y que tampoco se sea duro con hermanos que hablan de castigos por venir porque no vaya a ser que callemos la boca a pequeñines profetas del Señor.
Un sencillo pensamiento: Un Dios Padre y bueno puede muy bien hacer de tus deseos Su Propia Voluntad. Si te conviene.
Dios es quien escribe tu Historia, pero lo hace con tu libertad.
La libertad es toda tuya, la Historia, toda suya. Haced buen equipo!
No olvides nunca la coletilla esa que te dice el Padre, y a partir de ahí no dejes de pedirle cosas hasta atosigarle.
muchísimas gracias por el artículo!!
Una pregunta: ¿Cómo actúa la Providencia Divina en el caso de una persona que se condena? ¿Cuál es el bien mayor que sale de eso?
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JMI.- En artículo próximo sobre la Providencia he de tratar de la justicia de Dios y de su misericordia. Puede ser que algo responda a su pregunta entonces. Pero, en todo caso, hay misterios que no nos ha revelado Dios, y sobre los cuales no conviene aventurar pensamientos y soluciones hablando de lo que ignoramos. Por eso, porque no tenemos revelación de Dios sobre ellos.
Para agregarle a la lista de frases populares que usted refería, por aquí (en Venezuela, aunque no se si en todas las regiones) también solemos decir "Dios no es loco", una frase que me gusta mucho, personalmente.
Que la paz de Jesús resucitado lo acompañe siempre, y que el Padre que nunca se equivoca lo siga iluminando, padre José María, a lo largo de su vida.
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JMI.- El Señor está con nosotros, Daniel.
Dios siempre se preocupa de nosotros. Me gusta mucho leer que , cuando el Señor expulsó a Adán y Eva del paraíso, se compadeció de ellos y les hizo unas túnicas de piel para protegerse. Supongo que cualquiera de nosotros, ante lo que acababan de hacer, los hubiera fulminado...pero Él se preocupa de que no pasen frío.
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JMI.- Los comentarios han de ser relativamente breves. En algunos blogs, en éste no, limitan el número de caracteres o palabras. En todo caso no es admisible transcribir dos o tres páginas de un autor, como el que Ud. cita
(P. Juan Nicolás Grou S.J.; Manual de la almas interiores).
Si se anima, haga un resumencito, y lo re-envía.
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JMI.- Paren el mundo, que quiero bajarme.
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JMI.- El texto, Jorge, no lo dude, era "demasiado extenso". Dos o tres páginas de un libro, con interesantes desarrollos sobre la Providencia o el tema concreto del post, no es propiamente un comentario. Lo normal es que no se admitan en los blogs.
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JMI.- Un abrazo, Gonzalo. Con Dios.
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JMI.- El tema que indica es muy interesante, por supuesto, pero es otro tema. Hay tantos...
Me recuerda la imagen del reloj que usted expone en el post. Se puso en marcha y ahí se dejó...y se sobrevaloraba nuestra misera voluntad, casi eliminando la Voluntad de Dios.
Resultado: un enorme lío en muchas cabecitas, que si no han tenido la suerte (o mejor la intervención de Dios) de toparse con quien desenrede el tema, andan por ahí pensando que con nuestra voluntad y libertad de escoger lo podemos todo.
Hablando de refranes (que esos si me los se porque los he oido mucho en casa) nunca es tarde si la dicha es buena.
Muchas gracias por sus clases, que para mi lo están siendo estos post.
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JMI.- "Sea lo que Dios quiera", "Dios dirá", etc.
Te lo rogamos, Señor.
Si Jesús acepto hacer la voluntad de su Padre muriendo en la cruz para resucitar, fue para salvar al pueblo que cree lo ama y lo sirve, predicando su amor, entonces que se note esa promesa de felicidad.
Existe una pequeña gran obra de San Alfonso Ligorio, titulada "Conformidad con la voluntad de Dios". Afortunadamente, está disponible en Google-books y en castellano para su libre lectura en esta página:
http://books.google.co.uk/books?id=4Z32PG95_NsC&printsec=frontcover&dq=Conformidad+con+la+voluntad+de+Dios&hl=en&ei=HHHLTY3GGpSx8QPsq6ihBA&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CCsQ6AEwAA#v=onepage&q&f=false
Espero que le ayude.
El razonamiento que yo llevo siguiendo en materias de "casualidades" es el siguiente, a ver si lo cree correcto o no:
En principio yo si creo (o creía, ya no se) que se pueden dar casualidades por efecto del azar, ahora bien, si de esa casualidad yo saco algo bueno, no se si ha sido cosa de Dios o no, pero tengo la necesidad de darñe gracias por que haya pasado o haya podido extraer algo bueno. Por ejemplo: yo soy muy despistado y hace tiempo, estando en mi casa, llamé sin querer desde el móvil al fijo y me cogí el teléfono a mi mismo; tardé un poco en darme cuenta, al ver que nadie contestaba al otro lado, claro. Pues de esto, que en principio no parece ni bueno ni malo, cuando se lo contaba a mis amigos todos se partieron de risa, con lo cual de eso yo saco que les he alegrado el día. Por el contrario, si es algo malo, "hasta los pelos de vuestra cabeza están contados". Dios sabrá.
Si puede darme una opinión, se lo agradeceré. Gracias nuevamente por el artículo
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JMI.- No hay casualidades, sino causalidades.
Aunque, por supuesto, casi siempre ignoramos el nexo causa-efecto.
Dios Causa universal, nada escapa a su voluntad que quiere o que permite (que quiere permitir).
¿Exagero, Padre?
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JMI.- No exagera.
:--)))
Muchas gracias por el dato del libro. Aunque ya revisé el link no lo puedo leer. Sólo salen fragmentos y no puedo acceder al contenido del libro. No sé si estoy haciendo algo mal. De todos modos, muchas gracias. Voy a ver si puedo conseguir el libro impreso que estoy seguro me va a servir mucho. Saludos.
¡Pero Él nos ama!
Que increible. No sigo, padre, su santa censura me cortara la cabeza, pero al menos lo ha leido y eso le pondra en un aprieto. (Lo se)
^_^
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JMI.- "¡Oh insensatos y torpes de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No es verdad que era necesario que Cristo padeciese estas cosas antes de entrar en su gloria? Y... les explicó lo que sobre él hay en todas las Escrituras" (Lc 24,25-27).
Usted piensa en temas religiosos cristianos, pero no según los pensamientos de Dios, signo según pensamientos humanos. Y llega a callejones sin salida, totalmente oscuros.
Entre por la puerta de la Iglesia al mundo de la Revelación bíblica, y con la gracia de Dios, a la luz de la fe, irá entendiendo lo que ahora malentiende.
Ánimo. Dios le ayude.
-Vaya a Google
-Escriba en el buscador 'Conformidad con la voluntad de Dios' sin las comas.
-En la misma página de Google, arriba, al lado de 'gmail' pinche donde pone 'Más'.
- Se abrirá una nueva ventana. Pinche en libros.
-Abra la primera entrada que le sale y podrá leer todo el libro en línea.
Un saludo.
Al Padre D. José María:
Entiendo que la hoja de comentarios no es una tertulia, o un patio de vecinas. Le ruego me disculpe este comentario que no viene al tema; pero es por una buena causa.
Aprovecho para saludarle, ya que nada tengo que comentar de su brillante artículo.
Siga con su prèdica. Hoy escuche como un excelente catòlico de toda la vida explicaba convencido que la multiplicaciòn de los panes fue que en verdad ante la generosidad del muchacho los demás sacaron lo que llevaban escondido y así alcanzó. Tuve que explicar que no era así que no debían reducirse los milagros a simples alegorías a agregados de la comunidad cristiana. Que empezamos por negar los milagros y terminamos por negar la virginidad de María o la resurrecciòn. Por suerte la persona creo que lo comprendiò y lo tomò a bien... pero cuanto mal se ha hecho, como se necesita la reforma para no caer en la apostasia.
"Dios todo lo dispone para nuestro bien" (Santa Ángela de la Cruz)
Llego tarde a leer este artículo y voy corriendo a leer los otros dos. Me emociona más que la claridad con la que escribe la fuerza que se percibe al leerlo. Quizá acostumbrado a tenerla no nota la singularidad de esa fortaleza que caracteriza sus escritos, pero quería darle testimonio de que sus palabras suscitan una especie de vigor en algunos de los que le leemos que nos motiva a crecer en santidad y fija nuestra voluntad en seguir la de Dios con fidelidad... definitivamente que promovido por la gracia de Dios lo que usted escribe ella misma nos ayuda a vivirlo a quienes le leemos.
Sólo dos detalles. Uno. Quizá tuvo un desliz al escribir: "un instante de gracia irresistible". Le entiendo a la perfección, pero quizá alguno se sienta motivado a usar libremente la frase "gracia irresistible" y creo que usted no quiere eso.
Dos. Abandonarse a la Providencia incluye el ejercicio del discernimiento para saber cuándo resistir el mal. La permisión divina del mal no es una invitación universal a aceptar el paso del mal. Muchas veces tal permisión no es más que la ocasión para que se manifiesten los hijos de Dios cuando, capacitados por Él, ellos vencen al mal. Lo mismo pasa con los ángeles, su labor es constantemente obrar de manera que las obras de los demonios sean superadas con el bien.
En el mismo orden van las enfermedades, la providencia divina nos exige y demanda que vayamos al médico y oremos para recibir salud, y no aceptar el paso de la enfermedad sin enfrentarla así sin más.
Que a mi familia y a mí, nos conceda todas las gracias, que, sean poara mayor gloria suya, bien de nuestras almas, y materiales tambien.
DESEAR A TODO EL MUNDO UN FELIZ Y PRÓSPERO AÑO NUEVO 2012.
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JMI.-Nuestro Señor Jesucristo, Príncipe de la paz, le bendiga con toda su familia.
Por mi hermana con alzeimer que vive cnmigoen una residencia dela tercera edad.
Que me ayude para que el banco no devuelva recibos en junio.
Que las pruebas que ha mandado mi médico salgan bien.
Que me dé paciencia, para soportar a un compañero de mesa siempre de malhumor
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