Mayo virtual: Pentecostés
14. A la espera de Pentecostés
“Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1,14).
La Virgen estuvo presente en el primer grupo de los discípulos de Cristo, esperando la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente: “La que esperó en oración la venida de Cristo invoca al Defensor prometido con ruegos ardientes; y quien en la encarnación de la Palabra fue cubierta con la sombra del Espíritu, de nuevo es colmada de gracia por el Don divino en el nacimiento de tu nuevo pueblo”, canta uno de los prefacios de la Virgen.
En un cuadro que se conserva en el Museo del Prado, El Greco representó la escena de Pentecostés. La Virgen, sentada, preside la imagen. Y, en torno a Ella, se agrupan los apóstoles y la Magdalena. La luz que ilumina el conjunto procede de la paloma, símbolo del Espíritu Santo. Hacia esa luz que viene de lo alto dirige su mirada María. Esta obra es un bello icono de la Iglesia que, como en Pentecostés, se une a la Virgen para recibir permanentemente del Espíritu la luz y la fuerza para anunciar el Evangelio y extender a todos los hombres el misterio de la comunión con Dios.
María es modelo de la Iglesia por su oración admirable y por su obediencia a la voz del Espíritu Santo. La Virgen es el “Sagrario del Espíritu Santo”, la mansión estable del Espíritu de Dios. Así como el Espíritu habita en María, habita también en la Iglesia, que es su templo: “Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia” (San Ireneo de Lyon).
Por la gracia del Bautismo también los cristianos somos hechos templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia. En la secuencia de Pentecostés pedimos al Espíritu: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento”. Como María, estamos llamados a secundar los deseos del Espíritu Santo y a cumplir la ley nueva del amor (cf Romanos 8,2.27).