29.05.08

Mayo virtual: La salutación del procurador

Día 28: El Santo Nombre de María

“Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales” (Eclesiástico 24,20).

El 12 de septiembre se celebra la memoria del Santísimo Nombre de María. San Buenaventura, dirigiéndose a la Virgen, dice: “Dichoso el que ama tu nombre santo, pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia”.

Los cristianos glorificamos al Padre, ante todo, por el “Nombre de Jesús”, el Verbo encarnado, el Salvador: “le pondrás por nombre Jesús”, dice el ángel a María (Lucas 1,31). En Jesús se nos ha revelado y se nos ha dado en la carne el Nombre de Dios Santo (cf Catecismo 2812). En la Carta a los Filipenses se afirma que el Padre concedió a Jesús el “nombre que está sobre todo nombre”, el nombre de Dios, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2,9-10).

Dios también es glorificado por el “Nombre de María”, por la persona y por la misión de la Madre del Redentor. Su nombre es celebrado por la Liturgia como glorioso y santo, como maternal y providente.

El beato Ramón Llull, en su obra Blanquerna, cuenta la historia de un monje que sólo tenía por oficio dirigir, tres veces al día, una salutación a Nuestra Señora: “¡Ave, María! Salúdate tu siervo de parte de los ángeles y de los patriarcas y los profetas y los mártires y los confesores y las vírgenes, y salúdate por todos los santos de la gloria. ¡Ave, María! Saludos te traigo de todos los cristianos, justos y pecadores […] ¡Ave, María! Saludos te traigo de los sarracenos, judíos, griegos, mongoles, tártaros, búlgaros […] Todos ellos y muchos otros infieles te saludan por ministerio mío, cuyo procurador soy…". Ojalá que, al invocar el Santo Nombre de María, también nosotros nos hagamos procuradores de los demás hombres, para que Ella sea la estrella luminosa que nos guíe a todos.

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28.05.08

Mayo virtual: Reina de la paz

Día 27: Reina de la paz

“Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: ‘Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre Perpetuo, Príncipe de la paz’ ” (Isaías 9,5-6).

Durante la Primera Guerra Mundial, en el año 1917, el Papa Benedicto XV añadió a las Letanías lauretanas la invocación “Reina de la paz”. Al acabar la guerra, el Papa encargó, como acción de gracias, una estatua de la “Regina Pacis” para la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. La Virgen aparece representada sentada en un trono, con una nota de tristeza en su rostro, sosteniendo al Niño con la mano derecha y con su brazo izquierdo alzado, como conteniendo, con su mano abierta, el azote de la guerra.

María es la Reina de la paz porque concibió en su seno virginal a Jesucristo, el Príncipe de la paz, profetizado por Isaías, que reconcilió consigo el cielo y la tierra. Ella es la Madre Dolorosa, que se mantuvo en pie junto a la Cruz del Señor, que pacificó con su sangre el universo. En Pentecostés, María aparece como “alumna de la paz”, según una bella expresión de la Liturgia, que esperó, junto con los apóstoles, el Espíritu de la paz y de la unidad.

La paz es un don de Dios. La paz en la tierra es imagen y fruto de la paz mesiánica que nos regala Cristo, quien dio muerte al odio, reconcilió a los hombres con Dios e hizo de la Iglesia el sacramento de la unión de los hombres con Dios y de la unidad del género humano. Él dice en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los que construyen la paz” (cf Catecismo 2305).

El Espíritu Santo nos concede la fuerza para que podamos dar frutos de paz (cf Gálatas 5,22-23), luchando contra las injusticias, contra las desigualdades lacerantes, contra la envidia, la desconfianza y el orgullo que separan a los hombres y a las naciones y atentan contra la paz.

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26.05.08

Mayo virtual: Madre de los Vivientes

Día 26 de Mayo: Madre de los Vivientes

“El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta: da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece” (1 Samuel 2,6-7).

Al celebrar la solemnidad de la Anunciación, los cristianos celebramos la entrada del Señor en el mundo, confesándolo como Dios y como hombre verdadero. Dios preparó a su Hijo un cuerpo para que, a través, de él, pudiese cumplir su voluntad (cf Hebreos 10,4-10).

María es la Virgen que creyó el anuncio del ángel y llevó a Cristo hecho hombre en sus purísimas entrañas con amor. La salvación de Dios nos llega a través de la concepción en el seno de María del “Dios-con-nosotros”, del Emmanuel, el Hijo de la Virgen, que se hizo hombre por salvar a los hombres.

María es la Madre de los Vivientes, porque es la Madre de Jesús, el Príncipe de la Vida, el Viviente que ha resucitado, el que vive. Por la obediencia de la fe, respondiendo con su fiat a la palabra de Dios, María es la nueva Eva, a través de la cual nos vino la Vida.

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La memoria de Dios

La celebración del aniversario de la muerte de un cristiano es un ejercicio de memoria, de recuerdo, de evocación. Recordamos a aquel ser amado que ha dejado este mundo. Recordando, haciendo memoria, intentamos, guiados por un instinto natural, que el que ha muerto no haya muerto del todo. Nuestro recuerdo equivale a una protesta frente a la aniquilación: “Juzga [el hombre] con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreducible a la sola materia, se levanta contra la muerte” (Gaudium et spes 18).

Pero la memoria humana, siendo grandiosa, es también débil y limitada. Nuestra memoria dura lo que duramos nosotros, y no tenemos nunca la garantía de perpetuar el recuerdo. ¿Quién se acordará de los que nosotros recordamos cuando pasen los años, los siglos, los milenios? Lo más probable es que nadie. El paso del tiempo es un enemigo poderoso que acaba por borrar todas las huellas.

Pero la memoria del hombre no es toda la memoria. Más poderosa que la nuestra es la memoria de Dios. San Agustín, en su esfuerzo por comprender el contenido de la fe, descubrió una analogía, una semejanza, entre las facultades del alma y el misterio de Dios. El alma humana es una sola, pero tiene tres facultades: la memoria, el entendimiento y la voluntad. De modo análogo, el único Dios es Padre e Hijo y Espíritu Santo.

La celebración litúrgica es un ejercicio de memoria. En la plegaria eucarística, en la oración central de la Santa Misa, se celebra el memorial de la muerte y de la resurrección de Jesucristo. No sólo el recuerdo, sino el memorial; es decir, el recuerdo que hace presente y actual aquello que se recuerda. Cuando se celebra la Santa Misa, por la fuerza del Espíritu Santo, la muerte y la resurrección del Señor no son meramente evocadas, sino que son sacramentalmente actualizadas. Lo que el hombre no puede alcanzar por sí mismo, que es vencer el paso del tiempo, lo puede Dios, dueño y señor de todos los tiempos.

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25.05.08

¿Renovar el aborto?

Leo una noticia sobre un Congreso de la Unión Progresista de Fiscales que, al parecer, se ha celebrado en Cáceres. El ministro de Justicia, en la clausura de ese evento, se ha manifiestado a favor de renovar, entre otras, la ley que regula la interrupción del embarazo.

Renovar, dice el Diccionario, es “hacer como de nuevo algo, o volverlo a su primer estado”. El que renueva sustituye una cosa vieja, inservible, por otra nueva, más útil y adecuada. Yo estoy de acuerdo con el ministro: Hay que renovar la ley despenalizadora del delito de aborto en determinados supuestos. Pero disiento en lo que concierne a la dirección que debería tomar esa renovación. A mi juicio, lo viejo, lo inservible, lo caducado, es apostar por la muerte; permitiendo, empujando o consintiendo que la madre - y el padre - se hagan violencia a sí mismos matando su maternidad/paternidad y, de paso, destrozando a su hijo. Lo auténticamente nuevo sería apostar por la vida y poner las bases legales para que ese bien fundamental fuese protegido en todo caso y en toda circunstancia.

Un Congreso que se moviliza “Frente a la intolerancia y la exclusión social” no puede, coherentemente, optar por la mayor intolerancia y la más grande exclusión, que consiste en eliminar al “inoportuno”; al que causa molestia; al que, llamado a nacer, a última hora se le cierra la puerta de la vida, convirtiendo lo que tendría que ser un alumbramiento en una siniestra guillotina.

El Congreso ha premiado a un sacerdote por su labor en pro de los desfavorecidos. Es de esperar que, entre estos desfavorecidos, estén también los niños que terminan en las cubetas, la carne de cañería, los desperdicios quirúrgicos que a los que se les quiere privar hasta de la consideración de restos humanos.

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