16.04.10

La paciencia

La capacidad de padecer, de soportar, de empeñarse en una tarea pesada, de esperar… no es una cualidad de segunda fila, sino muy meritoria y de primera necesidad.

Dios es paciente, nos dice la Escritura (cf 2 P 3,9). Y porque es paciente, aguarda nuestra salvación. Si nosotros fuésemos “dioses” quizá estaríamos aniquilando, día sí y día también, a quienes estimásemos incorregibles. Pero, afortunadamente, no somos dioses, sino hombres.

La caridad, el amor, lo que constituye más propiamente el ser de Dios, se caracteriza asimismo por la paciencia: “Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”, dice San Pablo. Nuestro amor, cuanto más inmaduro es, más impaciente se muestra. Tendemos a desear que las personas amadas respondan a nuestro amor marcándoles, por así decir, el ritmo. “Si me quisiera de verdad, si de verdad fuese mi amigo, si… haría lo que yo creo que debería hacer”, es el silogismo de los amores impacientes, de los amores egoístas, de los amores que no llegan a ser auténtico amor.

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14.04.10

San Pablo, inmune al veneno de las serpientes

San Pablo, en su traslado de Cesarea a Roma, padece un naufragio en las costas de la isla de Malta. Malta, “Melite” en púnico, significa “refugio”. La isla, bajo control de Roma, era administrada por un delegado del pretor de Sicilia.

Los Hechos de los Apóstoles recuerdan dos gestos taumatúrgicos protagonizados por San Pablo en Malta (cf Hch 28). Inmediatamente después del naufragio, comienza a llover y los supervivientes se sienten ateridos por el frío. Algunos nativos de la isla se prestan a socorrerlos. Con su ayuda, se enciende un fuego para calentarse y secarse. San Pablo colabora con los demás a traer leña.

Pero, cuando va a echar al fuego unas ramas, una víbora, reanimada por el calor, se enrosca en su brazo y le pica en la mano. Los nativos quedan impresionados. Interpretan ese suceso como una señal de que San Pablo estaba siendo perseguido por la justicia divina: se había librado del naufragio pero había encontrado su castigo en la picadura de la víbora.

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9.04.10

La fuente de todo perdón

Homilía II Domingo de Pascua de la Divina Misericordia (ciclo C )

El Señor Resucitado se encuentra con los suyos y les comunica el Espíritu Santo para que puedan cumplir la misión de perdonar los pecados, siendo instrumentos de la misericordia de Dios: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,22).

El Concilio de Trento enseña que “por este hecho tan insigne y por tan claras palabras, el común sentir de todos los Padres entendió siempre que fue comunicada a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados para reconciliar a los fieles caídos en pecado después del Bautismo”.

La fuente de todo perdón es el Padre de la misericordia, que “realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia” (Catecismo 1449).

La misericordia es el amor del Padre; un amor paciente y benigno; un amor fiel y más poderoso que el pecado y que la muerte. Juan Pablo II decía que “precisamente porque existe el pecado en el mundo (…), Dios que «es amor» no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia”; es decir, como amor que perdona, que mantiene la fidelidad a pesar de las infidelidades de los hombres. Y Benedicto XVI nos ayuda a comprender el alcance infinito de esta fuerza divina al comentar: “Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor”.

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8.04.10

Un texto del Papa sobre la Misericordia Divina

Se trata de un fragmento de la homilía que el Papa Benedicto pronunció en la víspera de su 80 cumpleaños, el 15 de abril de 2007:

“Según una antigua tradición, este domingo se llama domingo “in Albis". En este día, los neófitos de la Vigilia pascual se ponían una vez más su vestido blanco, símbolo de la luz que el Señor les había dado en el bautismo. Después se quitaban el vestido blanco, pero debían introducir en su vida diaria la nueva luminosidad que se les había comunicado; debían proteger diligentemente la llama delicada de la verdad y del bien que el Señor había encendido en ellos, para llevar así a nuestro mundo algo de la luminosidad y de la bondad de Dios.

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6.04.10

Newman y Russell

El 27 de febrero de 1841, en plena ebullición del Movimiento de Oxford, se publicó el célebre “Tracto 90”, que intentaba una lectura católica – aunque todavía no romana- de los 39 Artículos Anglicanos, en armonía con la tradición de la Iglesia. No era el primer intento en este sentido que había tenido lugar en Inglaterra, porque ya en 1646, el capellán católico de la esposa de Carlos I Estuardo había llevado a cabo una tarea similar. Aunque lo más habitual es que fuesen interpretados en sentido luterano o calvinista.

Para Newman, autor del “Tracto 90”, los Artículos Anglicanos censuraban las corrupciones populares del catolicismo romano, pero admitían las doctrinas católicas. Newman, aún anglicano, distinguía así entre la tolerancia de las autoridades romanas con respecto a las exageraciones populares y las formulaciones solemnes de la Iglesia Romana respecto a la doctrina.

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