20.09.10

La serenidad del Papa Benedicto

Al caracterizar la figura de Juan Pablo II era frecuente emplear el símil del “huracán”. Especialmente en los primeros tiempos se su pontificado, Juan Pablo II era como una fuerza de la naturaleza que parecía arrastrarlo todo. Con los años, se hizo más débil, aunque jamás decayesen su voluntad y su entrega generosa.

Benedicto XVI no es un huracán. Lo pensaba mientras veía las imágenes de su reciente visita al Reino Unido. Si se trata de encontrar un parecido con los fenómenos naturales, podríamos evocar una lluvia suave, algo así como el rocío.

El rostro del Papa irradiaba serenidad, sosiego, y a la vez una profunda alegría, en absoluto bulliciosa. En el avión que lo trasladaba al Reino Unido, manifestó este rasgo de su fisonomía -también espiritual- al contestar una pregunta relacionada con la dificultad del viaje: “estoy seguro de que, por un lado, habrá acogida positiva de los católicos, de los creyentes en general, y atención de cuantos buscan cómo proseguir en este tiempo nuestro, y respeto y tolerancia recíprocos. Donde existe un anticatolicismo, sigo adelante con gran valentía y con alegría”.

Estas dos notas, la valentía y la alegría, nacen – pienso yo – de la serenidad que proporcionan la fe y el abandono en las manos de Dios. Están igualmente muy vinculadas a la esperanza, al amor de Dios y a la humildad.

En su primera encíclica hay un pasaje que siempre me impresiona: “Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: « Somos unos pobres siervos » (Lc 17,10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas” (“Deus caritas est”, 35).

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18.09.10

El Papa en el Reino Unido: Newman

1. Newman y la comunión con la Iglesia

“Como sabéis, durante mucho tiempo, Newman ha ejercido una importante influencia en mi vida y pensamiento, como también en otras muchas personas más allá de estas islas. El drama de la vida de Newman nos invita a examinar nuestras vidas, para verlas en el amplio horizonte del plan de Dios y crecer en comunión con la Iglesia de todo tiempo y lugar: la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los mártires, la Iglesia de los santos, la Iglesia que Newman amaba y a cuya misión dedicó toda su vida”.

2. La experiencia de la conversión

“Permitidme empezar recordando que Newman, por su propia cuenta, trazó el curso de toda su vida a la luz de una poderosa experiencia de conversión que tuvo siendo joven. Fue una experiencia inmediata de la verdad de la Palabra de Dios, de la realidad objetiva de la revelación cristiana tal y como se recibió en la Iglesia. Esta experiencia, a la vez religiosa e intelectual, inspiraría su vocación a ser ministro del Evangelio, su discernimiento de la fuente de la enseñanza autorizada en la Iglesia de Dios y su celo por la renovación de la vida eclesial en fidelidad a la tradición apostólica. Al final de su vida, Newman describe el trabajo de su vida como una lucha contra la creciente tendencia a percibir la religión como un asunto puramente privado y subjetivo, una cuestión de opinión personal. He aquí la primera lección que podemos aprender de su vida: en nuestros días, cuando un relativismo intelectual y moral amenaza con minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas. En una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo, que es “el camino, y la verdad, y la vida” (Jn 14,6)”.

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Servir a dos señores

Homilía para el XXV Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

“No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Lc 16,13). Se trata, en definitiva, de una consecuencia del primer mandamiento de la ley de Dios: “Adorarás al Señor tu Dios y le servirás […] no vayáis en pos de otros dioses” (Dt 6,13-14). Nuestra confianza, nuestras esperanzas y nuestros afectos han de estar centrados, por encima de todas las cosas, en Dios.

El servicio de Dios proporciona libertad. Reconocer a Dios como Dios, como Señor y como Dueño de todo lo que existe, “libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo” (Catecismo 2097).

Las riquezas se convierten en una dificultad cuando el servicio a Dios es suplantado por la servidumbre del dinero, que es un amo implacable. La seducción de las riquezas ahoga la palabra del Evangelio, impide que fructifique en nuestras vidas (cf Mt 13,22) y hace olvidar lo esencial: la soberanía de Dios.

En la adoración del Dios Único se unifica la vida humana, evitando así una dispersión infinita (cf Catecismo 2113). Las riquezas en sí mismas no son malas, pero no deben constituir un obstáculo a la hora de confesar la bondad de Dios, que es nuestra verdadera riqueza. Frente a lo principal, que es Dios, las demás realidades – también el dinero – ocupan un lugar secundario y relativo. Cuando esta relativización de la riqueza es olvidada, se corre el peligro de fiarse en exceso de los bienes terrenos olvidando que solamente Dios es nuestra fortaleza.

El respeto de Dios va unido al respeto del prójimo. El profeta Amós condena, con duras palabras, la corrupción y el abuso de los más indefensos: “Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias (…) Jura el Señor por la Gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones” (cf Am 8,4-7).

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IAN KER, John Henry Newman. Una biografía

IAN KER, John Henry Newman. Una biografía, Ed. Palabra, Madrid 2010, 795 pp., ISBN 978-84- 9840-382-7, 39 euros.

Ian Ker es un experto mundialmente reconocido en la obra y en el pensamiento del cardenal John Henry Newman. En torno a la figura de Newman ha publicado más de veinte libros.

John Henry Newman. Una biografía es una obra exhaustiva. El autor, según leemos en el “prólogo a la edición española”, “dedicó cerca de veinte años en ir hilvanando textos de manera coherente, logrando así que sus lectores podamos ‘escuchar’ al autor de las cartas, creando un clima tal que da la sensación de entrar en conversación directa con el propio Newman, cuyo hilo conductor es su visión de los acontecimientos”. La novedad de este texto radica, sobre todo, en la labor selectiva que su autor ha tenido que hacer “entre los 32 tomos de cartas y los cientos de escritos entre sermones, conferencias, lecciones, apuntes, libros y folletos” (p. 9).

No es fácil una tarea del género. Newman es autor de más de 20.000 cartas conservadas. Las cartas, junto a sus diarios, han sido recogidas en treinta y un volúmenes. I. Ker ha procurado escribir “un libro que muestre la vida personal, razonablemente completa, así como una biografía intelectual y literaria” (p.17).

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17.09.10

José MORALES, Newman (1801-1890)

José MORALES, Newman (1801-1890), Rialp, Madrid 2010, 479 pp., ISBN 978-84-321-3749-5, 29 euros.

José Morales, profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, es un reconocido especialista en el pensamiento de John Henry Newman. Los múltiples estudios dedicados a la obra del cardenal inglés así lo acreditan. Destacamos, a modo de ejemplo, Teología, experiencia, educación: Estudios Newmanianos, Eunsa, Pamplona 1999, 195 pp.

El libro que presentamos constituye la segunda edición de una obra que fue publicada por primera vez en 1990 con ocasión del primer centenario del fallecimiento de Newman y que, más tarde, fue traducida al italiano: J. MORALES MARÍN, John Henry Newman. La vita (1801-1890). Traduzione di Luis Dapelo. Edizione italiana a cura di Luca Obertello, Jaca Book, Milano 1998, 441 pp. En veinticuatro capítulos, recorre la vida del Cardenal inglés tratando de mostrar la unidad que preside toda la biografía del personaje y mostrando, asimismo, la mutua implicación que existe entre la persona y el pensamiento.

La segunda edición, de 2010, incorpora un prólogo del autor en el que deja constancia del crecimiento del significado de Newman en el mundo cristiano, en cuya persona se aunaron sabiduría y santidad: “La percepción de Newman como hombre santo ha seguido de modo natural y espontáneo a la idea que se tenía de él como gran intelectual” (p. 11).

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