2.10.10

Ángeles

Hace pocos días, el 29 de septiembre, celebrábamos la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Ya en el siglo V, en la vía Salaria de Roma, se le había dedicado una basílica a San Miguel. Se trata pues de una devoción, y de un culto, de notable antigüedad.

La celebración de los Santos Ángeles Custodios es mucho más reciente. Se remonta al siglo XVII. La Iglesia conmemora a los ángeles, enviados por Dios para nuestra custodia. En la Santa Misa pedimos “vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía”.

Decía San Gregorio Magno que “casi todas las páginas de los libros sagrados testifican que existen ángeles y arcángeles”. Y el “Catecismo” precisa que “la existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición” (328).

San Juan de la Cruz veía a los ángeles como una especie de intermediarios entre los hombres y Dios: “Los ángeles, además de llevar a Dios nuestras noticias, traen los auxilios de Dios a nuestras almas y las apacientan como buenos pastores, con comunicaciones dulces e inspiraciones divinas. Dios se vale de ellos para comunicarse con nosotros. Los ángeles nos defienden de los lobos, que son los demonios, y nos amparan”.

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1.10.10

El justo vivirá por su fe

Homilía para el Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

En la profecía de Habacuc se contraponen dos actitudes: el injusto tiene el alma hinchada, mientras que el justo vivirá por su fe (cf Ha 2,2-4). Frente a la hinchazón de la soberbia está, como un auténtico principio que dinamiza la propia vida, la humildad de la fe.

La fe, como la esperanza y la caridad, adapta las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf Catecismo 1812). Es Dios mismo quien, infundiendo en nuestra alma la virtud de la fe, nos capacita para una vida nueva que se caracteriza no por la cerrazón en uno mismo, sino por la apertura y la relación con la Santísima Trinidad.

Se entiende entonces que San Pablo, citando el texto de Habacuc: “El justo vivirá de la fe” (Rm 1,17), resalte la primacía de la iniciativa de Dios. No somos nosotros quienes nos hacemos justos a nosotros mismos, es Dios quien nos hace justos, borrando nuestros pecados y renovándonos interiormente con su gracia.

Esta relación nueva que la fe hace nacer en nosotros está llamada a incrementarse, a hacerse más profunda e intensa. Por la fe, hemos comenzado a ser de Dios y, si correspondemos a su gracia, si tratamos de conocerlo más cada día, si intentamos amar y cumplir su voluntad, Dios completará en nosotros lo que Él mismo ha iniciado.

No debe sorprendernos que los Apóstoles pidiesen al Señor: “Auméntanos la fe” (cf Lc 17,5-10). Ya pertenecían a Jesucristo, ya eran sus amigos, ya habían sido llamados por Él, pero esta pertenencia al Señor no se ve jamás culminada en la tierra, sino en el cielo, cuando vivamos por siempre con Dios.

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Calixta

Sabía de la existencia de esta obra, pero no la había leído. Bueno, a decir verdad, aún no la he leído del todo. Sólo he comenzado a hacerlo. Se trata, como es sabido, de una novela de Newman. Al parecer, el Cardenal Wiseman, autor de “Fabiola”, sugirió a Newman, en 1854, continuar la ilustración novelada de la Iglesia antigua.

Newman se tomó el encargo en serio. Es verdad que había comenzado “Calixta” en 1848, antes de la petición de Wiseman, pero la novela no salió a la luz hasta 1856.

La editorial Encuentro, que tanta gratitud merece por su impecable publicación de las obras de Newman, acaba de sacarla en español. La introducción, traducción y notas corren a cargo de Víctor García Ruiz.

Nos dice García Ruiz, en la introducción, que “Calixta” se centra en el fenómeno de la conversión. Se trata de una novela católica, histórico-edificante, que se acerca al hecho de la conversión, evitando esquematismos, frustrando expectativas y destacando “lo que tiene de lento y radicalmente individual” (p. 9).

Dice García Ruiz que “Calixta” no es “una obra maestra del género narrativo”, ni “una pieza mayor dentro de la producción newmaniana, pero refleja con transparencia rasgos centrales del pensamiento y de la visión de la Iglesia del Venerable [hoy tenemos que decir “Beato"] John Henry Newman” (p. 13).

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29.09.10

La “autobiografía” secreta del Padre Pío

Francesco Castelli, “La ‘autobiografía’ secreta del Padre Pío. La investigación del Santo Oficio”, Ed. Palabra, Colección Arcaduz, Madrid 2010, 315 páginas, 18,00 euros.

Francesco Castelli es un sacerdote especializado en Historia. Trabaja en la Postulación para la causa de beatificación del Papa Juan Pablo II. Enseña Historia de la Iglesia Moderna en un Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Taranto.

Este libro, “La ‘autobiografía’ secreta del Padre Pío. La investigación del Santo Oficio”, prologado por Vittorio Messori, tiene la originalidad de dar a conocer el “Voto”, el informe, que Mons. Raffaello Carlo Rossi realizó sobre el Padre Pío en 1921, por encargo del Santo Oficio (la actual Congregación para la Doctrina de la Fe). El libro está articulado en tres partes. La primera, “Un nuevo punto de partida”, proporciona las claves para comprender ese informe. La segunda parte, “Voto”, recoge el texto de la detallada investigación de Mons. Rossi. La tercera parte, “Profundizaciones”, proporciona más amplios conocimientos sobre la persona del investigador – el obispo Rossi – y del investigado – el Padre Pío -.

El acceso libre a los archivos del Santo Oficio hasta 1939, que Benedicto XVI ha permitido, ha hecho posible examinar los documentos que se conservan sobre San Pío de Pietralcina. Entre ellos, sobresale el mencionado “Voto”.

En 1921, San Pío tenía treinta y cuatro años. Se había extendido por todas partes su fama de santidad y, a la vez, ciertas sospechas sobre la autenticidad de la misma. Fenómenos extraordinarios como los estigmas, el perfume que en ocasiones exhalaba su presencia o el extraño hecho de que llegase a alcanzar una temperatura corporal de 48 grados, hacía aconsejable una investigación por parte de la autoridad de la Iglesia.

Mons. Raffaello Carlo Rossi cumplió su misión con un celo ejemplar y con una evidente voluntad de objetividad: “yo acudí – escribe en el “Voto"- a San Giovanni Rotondo con el ánimo resuelto, con el deber de hacer una investigación absolutamente objetiva, pero a la vez con una verdadera prevención personal contra todo lo que se narraba del Padre Pío. Hoy no soy un… convertido, un admirador del Padre, absolutamente no”. Y añade: “pero, obligación de conciencia, debo decir que ante algunos hechos no he podido permanecer en la ‘personal’ prevención contraria, aunque nada externamente haya manifestado” (p. 126-127).

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28.09.10

Calendarios

Los calendarios representan el paso de los días, agrupándolos en unidades superiores como semanas, meses o años. Están ahí, delante de nosotros, como notarios que registran el transcurrir del tiempo. Son, quizá, testigos incómodos porque, si los repasamos, nos damos cuenta del número de horas invertidas en nada o en casi nada.

Cuando se acerca un nuevo año, se preparan los calendarios. La verdad es que, a ciertas edades, los años acaban y comienzan sin que apenas medie un intervalo significativo entre su inicio y su fin. Esta brevedad constituye un argumento en favor de la continuidad de los días. Toda división se muestra, a la postre, como artificial.

No sólo los bomberos – y las amas de casa, y los futbolistas, y los coleccionistas de sellos, y los aficionados al arte etrusco – hacen calendarios. Yo también los hago. Selecciono, para ese fin, algunas imágenes de la iglesia parroquial. Y así, poco a poco, me hago con un inventario gráfico muy completo.

Los feligreses pueden, de ese modo, llevar a sus casas un icono del templo parroquial: el retablo principal, el pequeño oratorio, una imagen de la Virgen o una fotografía del Crucifijo. Este año he seleccionado tres imágenes: la del Sagrado Corazón, la de Nuestra Señora del Carmen y la de San Roque.

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