3.11.10

La peregrinación del Papa

Por Guillermo Juan Morado* (publicado en el “Faro de Vigo")

Cuando Benedicto XVI visite la catedral de Santiago se entonará el himno de los peregrinos: “Dum Pater Familias”, un canto que ha acompañado a lo largo de la historia a tantas personas que han llegado a Compostela para atravesar la Puerta Santa, visitar el sepulcro del Apóstol y abrazar su imagen pétrea. El espacio sagrado, el sonido de la música y hasta el perfume del incienso del Botafumeiro mostrarán de modo sensible la comunión que vincula al Papa con una tradición romera de fe, de cultura y de búsqueda del sentido de la vida.

No es la primera vez que el Papa peregrina a un lugar santo. Lo ha hecho repetidas veces en Italia y también fuera de Italia. El ánimo con el que se dirige a estos lugares se refleja en las palabras que pronunció en Turín, ante la Sábana Santa: “estoy aquí como Sucesor de Pedro y traigo en mi corazón a toda la Iglesia, más aún, a toda la humanidad”. La peregrinación de Benedicto XVI es, sí, la de un hombre más, la de un cristiano más, pero es también la de aquel que, como Sucesor de Pedro, representa la unidad y la catolicidad de la Iglesia, su apertura al conjunto de los hombres de todos los tiempos.

La peregrinación, y de modo destacado la peregrinación jacobea, simboliza y crea la unidad entre los hombres, entre los pueblos y entre los tiempos. La fe inspira una energía nueva, una fuerza capaz de reconciliar la unidad con la diferencia para así contribuir a la paz: “Me inserto en una larga fila de peregrinos cristianos a estos lugares, una fila que se remonta hasta los primeros siglos de la historia cristiana y que, estoy seguro, proseguirá en el futuro. Como muchos otros antes que yo, vengo para orar en los santos lugares, a orar en especial por la paz, paz aquí en Tierra Santa y paz en todo el mundo”, afirmaba el Papa en Tel Aviv.

Compostela nos remite a los orígenes de la fe, a la memoria del Apóstol, pero nos remite también al futuro, a la necesidad de no dejar de lado la dimensión espiritual que nos constituye como humanos. El Camino de Santiago proporciona a quien lo recorre la humildad de saber que no puede contar sólo con sus propias fuerzas, sino que depende de los demás y que, a su vez, los demás están también, en cierto sentido, a su cargo. En esta mutua dependencia atisbamos una relación más profunda que nos abarca a todos: la dependencia de Dios y la inutilidad de una autosuficiencia que conduce a la soledad, al aislamiento y a la exclusión.

Europa se ha forjado en este Camino de humildad y de comunión. Siguiendo estos pasos podrá ser una casa acogedora, un hogar común que se distinga por el respeto y la valoración del otro, por la ayuda mutua y por la solidaridad de saber que todos compartimos un destino. La presencia del Papa, Sucesor de Pedro, constituye un paso significativo para avivar nuestro recuerdo e impulsar nuestro compromiso.

* Doctor en Teología. Director del Instituto Teológico de Vigo.

1.11.10

Desear y esperar

Notas para la Homilía de la Solemnidad de Todos los Santos

Ap 7,2-4.9-14; Sal 23; 1 Jn 3,1-3; Mt 5,1-12.

La solemnidad de Todos los Santos nos invita a desear y a esperar el cielo. El deseo pone en camino, mueve hacia lo que se apetece. Un enfermo que desea su curación acude al médico y se somete al tratamiento preciso. Alguien que desea aprender acude a la escuela o a la Universidad, o se dedica con afán a la lectura y el estudio. Desear el cielo nos compromete a seguir la senda de las bienaventuranzas para así llegar a la meta, que no es otra sino Dios mismo.

La espera de cielo va más allá del deseo. La esperanza se fundamenta no en nuestras ansias, sino en Dios mismo, en su voluntad y en su poder. Dios quiere para nosotros el cielo; es decir, “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2,4). La condenación, el infierno, no responde al deseo de Dios, sino que lo contradice, de un modo semejante a como lo contradice el pecado. Tal como enseña el Catecismo, el infierno es el “estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados” (n. 1033). A pesar de Dios, a pesar de su amor benevolente, por decirlo así, podemos condenarnos, si hacemos mal uso de nuestra libertad.

Pero, ¿qué es el cielo? No podremos ni desearlo ni esperarlo sin imaginar de algún modo en qué consiste. Benedicto XVI nos proporciona una especie de descripción, basándose en los datos de la fe: “Sería [el cielo] el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el ‘tempo’ – el antes y el después – ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría” (Spe salvi, 12).

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30.10.10

Misericordia y penitencia

Textos: Sb 11,23-12,2; Sal 144; 2 Ts 1,11-2,2; Lc 19,1-10.

Homilía para el Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

La constitución dogmática “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II enseña que en Jesucristo culmina la revelación divina: Dios “envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios […]. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre” (cf DV 4).

El amor misericordioso caracteriza el ser de Dios: “a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida”, leemos en el libro de la Sabiduría (cf Sb 11,23-12,2). Dios es clemente y compasivo, “tardo a la cólera y rico en fidelidad”. A pesar de nuestro pecado, Él mantiene su amor.

En la entrega de su Hijo, en la Encarnación y en la Cruz, este amor incondicional se hace visible y palpable: “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9). Zaqueo, “jefe de publicanos”, estaba ciertamente “perdido”, al menos a los ojos de los hombres oficialmente piadosos de Israel, vigilantes de una pureza ritual.

Su oficio, recaudador de aduanas y cobrador de impuestos, lo desacreditaba completamente. Desempeñar esa tarea equivalía a vivir de modo permanente en el pecado y en la injusticia. Además, era rico y posiblemente se habría aprovechado en ocasiones de los pobres.

Sin embargo, en este hombre, en Zaqueo, había germinado la semilla de la salvación porque deseaba ver al Salvador. Este deseo le lleva a superar las dificultades: su escasa estatura y la aglomeración de las gentes, que se levantaba como un muro infranqueable que le impedía divisar al Señor.

En cada uno de nosotros pueden estar presentes estas dificultades. Algunos Padres de la Iglesia relacionan la pequeña estatura con la escasez de la fe, ya que sin fe, o sin una disposición a creer, no se puede “ver” a Jesús, no se puede reconocerlo como Salvador. Por su parte, la turba simboliza “la confusión de la multitud ignorante”, decía San Cirilo; es decir el cúmulo de prejuicios que se convierten en obstáculos para encontrar al Señor.

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28.10.10

El valor de la memoria: Un recuerdo de D. Vicente Souto Doval

Un canónigo de mi diócesis me contaba que, en la tradición litúrgica de nuestra catedral, se solía, en determinadas horas del coro, hacer memoria de los santos locales leyendo algún pasaje de sus vidas. La gran amenaza que atenta contra la memoria es el olvido. Cuando uno recorre las calles de una ciudad ve que están dedicadas a personajes, a próceres o a hombres eminentes, de los que la mayoría de nosotros ya no sabemos nada. Sólo lo que queda escrito permanece.

No es una tontería tomarse la molestia de escribir muchas cosas. Haciéndolo, dejando constancia de lo que ha acaecido, prestamos un servicio a los que vendrán después de nosotros, a quienes no es lícito sustraerles un presente que será, para ellos, su pasado.

Hoy he recibido, como obsequio de su autor, un precioso libro: Ignacio Domínguez, “Vicente Souto Doval. Prelado de Honor de Su Santidad. Forjador de vida cristiana. Semblanza biográfica” (edición del autor, Vigo 2010, 148 páginas). D. Ignacio Domínguez es un sacerdote de Tui-Vigo que, entre sus muchas cualidades, cuenta con el talento de escribir mucho y bien. Ya no sé cuantos libros ha publicado. Si digo 20, igual me quedo corto.

D. Ignacio ha elaborado en este texto una semblanza de otro sacerdote de la Diócesis: Mons. Vicente Souto Doval, fallecido hace casi un año. Don Vicente era una verdadera institución. Era muy querido, tenía un enorme prestigio y su muerte nos conmovió a todos. Baste decir que en su funeral, celebrado el día de los fieles difuntos, concelebraron con el Obispo la mitad de los sacerdotes diocesanos (una verdadera multitud, teniendo en cuenta que en esa fecha los curas no están, que digamos, libres de ocupaciones).

El libro se abre – tras un prólogo de Mons. Quinteiro Fiuza, actual obispo de Tui-Vigo – con una serie de testimonios a cargo de los obispos eméritos Mons. Diéguez Reboredo y Mons. Cerviño Cerviño, así como de Mons. Gómez González – antes sacerdote de Tui-Vigo y ahora obispo de Abancay, en Perú – y de D. Víctor García de la Concha, Director de la Real Academia Española, amigo y compañero de estudios en Roma de D. Vicente.

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27.10.10

El Papa alemán

He comprado el libro en la librería más próxima a mi parroquia, cuyo dueño es una persona de gran amabilidad. Realmente no compro muchos libros allí, ya que suelo reservar esos momentos de enorme placer – ver las novedades, curiosear sobre tal publicación o tal otra – para los miércoles, después de mis clases en Santiago.

Me refiero a la biografía del Papa que acaba de publicar Pablo Blanco Sarto, “Benedicto XVI. El Papa alemán” (Planeta Testimonio, Barcelona 2010, 606 páginas, 21 euros). Pablo Blanco es un sacerdote de la Prelatura del Opus Dei que enseña Teología en la Universidad de Navarra. Es doctor en Filosofía y en Teología. Su tesis doctoral en Teología, “Joseph Ratzinger: Razón y Cristianismo” (Rialp, Madrid 2005, 300 páginas), constituye una interesantísima aproximación al pensamiento del que, sin duda, es, además de Papa, el mejor teólogo vivo de la Iglesia Católica. Pablo Blanco puede estar agradecido a la Providencia: No siempre sucede que el autor que uno ha estudiado a fondo para su tesis sea elegido Papa al poco de defender la propia disertación doctoral.

El libro que ahora presento – del que he leído, por el momento, 271 páginas – enlaza de modo muy oportuno acontecimientos de la historia de la Iglesia con la trayectoria biográfica del actual Pontífice, pero, sobre todo, nos proporciona un mapa de la evolución teológica de Joseph Ratzinger. No se trata sólo de un libro para los historiadores, o para los interesados por la actualidad, sino también de un texto de gran interés teológico.

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