La secularización de la muerte
A poco que observemos la realidad, se impone la certeza de que también la muerte, y no solo la vida, se ha secularizado. Hace no mucho, casi nadie, por no decir nadie, tenía un funeral laico. Hoy, cada vez más, lo extraño está siendo que alguien tenga unas exequias religiosas.
El proceso de secularización, de separación y distanciamiento entre lo profano y lo religioso, entre lo mundano y lo divino, combina la crisis de la práctica religiosa y la emergencia de una ritualidad difusa, no específicamente religiosa y, por supuesto, en absoluto específicamente cristiana y católica.
La secularización, dicen los grandes teóricos que han analizado este fenómeno, no lleva consigo la desaparición de lo sacro o de lo religioso. No desaparece, quizá, pero pasa a ser ya no una dimensión esencial de la vida, sino un componente opcional de la existencia.
La religión y la fe dejan de ser “universales antropológicos” - pues ya no todos los hombres serán, en cuanto hombres, religiosos -, sino opciones significativas ofrecidas a la iniciativa individual y colectiva. Es decir, uno puede ser religioso y cabe pensar que una determinada sociedad también lo sea. Pero eso no significa que cada hombre y cada sociedad siempre lo sea.