Devoción en la granja
He recibido en mi WhatsApp un breve vídeo en el que aparece, mientras se celebra la santa Misa en torno a un altar de una iglesia parroquial, lo que se anuncia como una “experiencia totalmente inmersiva en el pesebre”. No falta detalle: ovejas, gallinas, cerdos y hasta un burrito. Si algo falta es, creo yo, el sentido de la liturgia. El teatro, la “mímesis” – la imitación -, no es sin más “liturgia”, algo más relacionada con la “anámnesis”, con la actualización de la memoria.
Si para lograr una “experiencia totalmente inmersiva en el pesebre” durante la celebración de la misa de la Natividad del Señor hace falta una granja entera, ¿qué sería necesario para la Celebración – me refiero a la celebración litúrgica - de la Pasión del Señor el viernes santo? ¿Dos ladrones, uno bueno y otro malo, crucificados? ¿Flagelar a alguien que representa a Jesús? ¿Quizá al párroco? Es verdad que se puede escenificar el “Via Crucis”, como se puede escenificar el “belén”, pero escenificar los acontecimientos de la vida de Cristo no es lo mismo que celebrarlos litúrgicamente.
La liturgia, dice sabiamente el Concilio Vaticano II, no agota toda la acción de la Iglesia. Para celebrar la fe, es necesario previamente tener fe. Y para tener fe es preciso haber sido evangelizado y haber respondido a ese anuncio de la buena noticia con la conversión. La liturgia celebra con signos y símbolos, con gestos y acciones, con elementos materiales que remiten a lo espiritual, a lo invisible, a lo divino. Los ritos religiosos poseen, en general, un sentido cósmico y simbólico. Pero en la liturgia se da un paso más: esos signos son signos de gracia; signos sensibles, instituidos por Cristo, para darnos la gracia.

Siguiendo la costumbre de los israelitas, los cristianos celebramos las grandes fiestas durante ocho días. La solemnidad de la Navidad tiene, por consiguiente, su “octava” en la solemnidad de santa María, madre de Dios. María y Jesús están indisociablemente unidos, con un singular vínculo materno-filial. Como decía Pablo VI, “en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él”. Contemplar la maternidad divina de María ayuda a comprender en toda su hondura la verdad de la encarnación: “El Verbo se hizo carne”; es decir, el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre.
He tenido ocasión de visitar el magnífico “Belén Monumental” instalado en Vigo, en la “Casa das Artes”. Se trata de un “Belén Napolitano”, un estilo que se distingue por la atención al detalle, tanto al representar las escenas principales del nacimiento de Jesús como los momentos cotidianos que caracterizan la vida de los hombres. El belén es un “hermoso signo” – “admirabile signum” -, que, como dice el papa Francisco en una carta apostólica, causa siempre asombro y admiración.
El tirano es aquel que rige un Estado sin justicia y a medida de su voluntad. Para un déspota los derechos humanos son palabras sin significado y las leyes equivalen a meras convenciones que se pueden modificar siguiendo su propio capricho. El sátrapa gobierna arbitrariamente y hace ostentación de su poder: lo de menos es quién tenga la razón, lo importante es que todos sepan quién manda y qué les puede pasar si contradicen a quien manda.












