InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

1.05.08

Hacia la beatificación del Cardenal Newman

Se habla de una próxima beatificación del cardenal John Henry Newman (Londres, 21 de febrero de 1801- Edgbaston, 1 de agosto de 1890). Su figura y su pensamiento conservan una perenne actualidad.

Con razón ha sido considerado como un profeta de nuestro tiempo, amén de un precursor del Concilio Vaticano II. Su proceso de beatificación va adelante; al parecer, ya muy avanzado. En la oración para pedir esta gracia, se ruega a Dios que su santidad sea reconocida por todos para que “la lealtad a Cristo y a la Iglesia, su amor a la Inmaculada Madre de Dios, y su comprensión para con los hermanos que viven en la incertidumbre y en la duda”, puedan servir hoy de guía al pueblo cristiano.

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Una oración a María, en Mayo

María, Madre de Jesús,
Virgen Inmaculada.
Tú eres la señal que puso Dios en nuestra historia,
anunciando al Emmanuel.
Tú, elegida antes de que existiese el mundo,
destinada a hacer resplandecer la Gloria del Creador.

María, Madre de Jesús,
Virgen Inmaculada,
¡Mujer!
De ti ha nacido el Redentor.
De ti nos vino la alegría de la fe,
¡Hija de Sión!

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28.04.08

Rosa d’abril

Con estas palabras, “Rosa de abril”, comienza el famoso himno, el Virolai, dedicado a Nuestra Señora de Montserrat. El autor de la letra fue el sacerdote y poeta Jacinto Verdaguer y el de la música, el maestro Josep Rodoreda. Es especialmente emotivo escuchar el canto de este himno, interpretado por la escolanía, en ese santuario mariano.

Este año se celebra en Italia una “semana montserratina”, que incluye diversos actos. Entre ellos, una conferencia del P. Abad, Josep M. Soler, sobre “Los santos peregrinos de Montserrat”. Han sido muchos. El más ilustre, sin duda, San Ignacio de Loyola. Pero también han peregrinado a Montserrat santos de nuestros días, como San Josemaría Escrivá de Balaguer. María ha sido, a lo largo de la historia, y sigue siendo en el presente, el mejor camino para llegar a Jesús.

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27.04.08

Bien por el alcalde de Zaragoza

A algunos políticos parece que les ha entrado la fiebre laicista. O más que laicista, anti-religiosa, con una especial querencia por lo anti-católico. A algunos les estorba el crucifijo; como si la cruz de Cristo fuese una ofensa o un reto a las instituciones públicas.

Un debate similar tuvo lugar en su día en Italia. Y el crucifijo fue respetado como “signo de civilización”, de ciudadanía, como huella de una realidad –el cristianismo – sin la cual no se pueden comprender las instituciones en las que vivimos; tampoco las políticas.

¿Qué simboliza la cruz? El amor de Cristo. Un amor universal, reconciliador, pacificador. En el aeropuerto de París, en el Charles de Gaulle, es posible ver, en diversos paneles que adornan los muros interiores, fotografías de personajes que han obtenido el Premio Nobel de la Paz. Son retratos de figuras conocidas, de diversos credos, de distintas procedencias, de avatares biográficos variados. Pero están allí, convocados por una especie de ecumenismo de lo humano que sabe apreciar lo mejor de lo que somos, las posibilidades que nuestra condición puede alumbrar y hacer florecer.

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26.04.08

Si me amáis...

La caridad, el amor, guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14, 15). Por la virtud teologal de la caridad, nuestra capacidad humana de amar se ve purificada y elevada a la perfección sobrenatural del amor divino.

Cristo nos amó primero y nos amó hasta el final (cf Juan 13, 1), entregando su vida por nuestra salvación. Amar a Cristo, con el amor con que Él nos ama, excede las posibilidades humanas. Pero Jesús pide al Padre que nos dé otro Defensor, el Espíritu de la verdad; el Espíritu Santo, que Dios derrama en nuestros corazones.

El Espíritu Santo es el Don del Padre y del Hijo. Y Dios da lo que Él es. Dios es Amor (cf 1 Juan 4, 8.16) y su Don es el Amor; el Espíritu de Amor, la fuerza que nos introduce en la vida misma de la Santísima Trinidad, al permitirnos amar como Cristo nos ha amado.

La vida cristiana es vida en Dios; vida en comunión con Él. Regenerados por el Espíritu Santo nos unimos a Cristo y, unidos a Cristo, estamos unidos al Padre: “Yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (Juan 14, 20), nos dice Jesús.

La unión con Dios es fecunda. Sus frutos son la caridad y la alegría, la paz y la paciencia, la afabilidad y la bondad; la fidelidad, la mansedumbre y la templanza (cf Gálatas 5, 22-23).

El Papa, en su libro Jesús de Nazaret, ha escrito que “la verdadera ‘moral’ del cristianismo es el amor”. Guiados por el amor, el cumplimiento de los mandamientos no supone una carga pesada, sino un yugo ligero y suave que conduce a la verdadera libertad; la de los hijos de Dios. El cristiano “no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del ‘que nos amó primero’ (1 Juan 4, 19)” (Catecismo, 1828).

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