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5.04.16

Nueva evangelización: Tenemos que cambiar el “chip”

Si me pongo a definir qué es eso del “chip”, me pierdo un poco. Al parecer, se trata de una “pequeña pieza de material semiconductor que contiene múltiples circuitos integrados con los que se realizan numerosas funciones en computadoras y dispositivos electrónicos”.

Da igual. “Cambiar el chip” es, sin entrar en detalles, cambiar el esquema. San Juan Pablo II decía de la nueva evangelización:” Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Haití, 1983).

Hace falta una evangelización “nueva”. Que no es nada raro, sino que equivale a tomar en serio el desafío que, hoy, supone el anuncio del Evangelio.

En un país como el nuestro, España, esa urgencia es obvia. No tiene sentido, por ejemplo, hacer un cálculo de las parroquias según el número teórico de habitantes que, supuestamente, las pueblan. No. No es así. Un territorio, un barrio de una ciudad, no es, sin más, una parroquia.

Una parroquia es una comunidad de fieles, no de vecinos. Es verdad que, con más o menos fieles, la parroquia ha de ser misionera, y ha de intentar llegar a todos los que habitan la zona. Pero un catastro de un barrio no define, sin más, lo que es una parroquia.

Si no reconocemos la realidad, la evangelización no puede ser “nueva”. Porque la novedad viene de Dios. Y Dios no es amigo de componendas.

Me ceñiré a la Misa del domingo. A mi modo de ver, en cada parroquia debería celebrarse solo una vez la Santa Misa el domingo. No más de una vez. No más, al menos, si hubiese espacio para acoger, en esa única celebración, a todos los feligreses que deseasen participar en la misma.

Y si eso vale para el domingo, vale para todos los días. Una sola celebración de la Santa Misa, pero con la mayor participación posible de los fieles. No se trata de que cada fiel, individualmente, resuelva su “problema”. Sino de que, todos los fieles, celebren el domingo. O celebren, simplemente – que no es poco -  la Santa Misa.

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Una oración que no hemos de cansarnos de rezar: María, Madre de los vivientes

Oh  María, 
aurora del mundo nuevo, 
Madre de los vivientes, 
a Ti confiamos la causa de la vida
mira, Madre, el número inmenso 
de niños a quienes se impide nacer, 
de pobres a quienes se hace difícil vivir, 
de hombres y mujeres víctimas 
de violencia inhumana, 
de ancianos y enfermos muertos 
a causa de la indiferencia 
o de una presunta piedad. 
Haz que quienes creen en tu Hijo 
sepan anunciar con firmeza y amor 
a los hombres de nuestro tiempo 
el Evangelio de la vida.

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