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21.10.15

Las reformas del Papa Francisco: el aborto

Esta tarde he participado en una mesa redonda, organizada por el Club Faro de Vigo, sobre las reformas del Papa Francisco. Me han pedido que hablase sobre la extensión a todos los sacerdotes de la facultad de absolver del pecado de aborto. Este es el texto de mi intervención:

 

  1. ¿Qué dice sobre el aborto el Papa Francisco?

La Iglesia Católica se remite a Jesucristo, que es su origen, su fundador y su fundamento permanente. Él es el Logos encarnado. El Logos es la Razón y la Palabra. Y esa razón divina, que sostiene y potencia la razón humana, no nos exige nada que sea absurdo o irracional.

Jesucristo pide el cumplimiento de los mandamientos. A un hombre que le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna”, Él le responde. “Ya sabes los mandamientos” (Lc 18,18-20). El no que está al comienzo de alguno de los mandamientos – como el “no matarás” – equivale, en el fondo, a un gran ; un sí a la vida.

El Evangelio es, ante todo, un sí: Un sí de Dios al hombre. Un sí a favor de la verdad, del amor, de la libertad y de la misericordia.

Cuando, siguiendo los mandamientos, la Iglesia previene sobre la maldad del aborto provocado, lo que hace es proclamar la verdad, pero sin usar la verdad como un arma arrojadiza, sino como un instrumento liberador (“la verdad os hará libres”, Jn 8,32) que busca el bien de todos: del niño que ha sido llamado a nacer, de sus padres y de la sociedad en su conjunto.

El Papa Francisco, al igual que todos los papas, ha sido muy claro en sus pronunciamientos sobre el aborto. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, pide a todos los católicos “cuidar la fragilidad” haciendo frente al vigente modelo “existista” y “privatista”, en el que “no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida” (EG 209).

Entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, “están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo” (EG 213).

El Papa es consciente de que, muchas veces, se ridiculiza la defensa de la vida que hace la Iglesia, tachándola de ideológica, oscurantista y conservadora. “Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano” (EG 213).

Por ello, el Papa advierte: “no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Este no es un asunto sujeto a supuestas reformas o ‘modernizaciones’. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (EG 214).

Pero estas nítidas palabras son escritas en un contexto de empatía con las personas que “se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias” (…) ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?” (EG 214).

En la encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común, el Papa se refiere, en varias ocasiones, al aborto, encuadrándolo, asimismo, en la cultura del cuidado de lo frágil. En la naturaleza todo está relacionado y, por ello “tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades” (LS 120).

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17.10.15

Los calendarios

A mí me gusta, en mi Parroquia, ofrecer a los fieles calendarios o almanaques. Me encantaría que, en cada una de las casas de mis feligreses, hubiese uno de estos calendarios.

A la hora de pensar en estos calendarios, suelo escoger alguna imagen que me parezca significativa. En la primera versión, de cien ejemplares, de cara al año 2016, he optado por un precioso cuadro de Antonello de Messina: “Cristo muerto sostenido por un ángel”.

Este cuadro se conserva en el Museo del Prado y es de una belleza absolutamente conmovedora. No es una pintura de enormes dimensiones. Mide 74 cm x 51 cm. Y esta obra, de un artista siciliano del siglo XV, llegó, no sé cómo, a una familia de Monforte de Lemos (Lugo), y, tras varias peripecias, al Museo del Prado.

No hace mucho, en mayo, he podido verla directamente, otra vez, en el Museo del Prado. Un ángel lloroso sostiene a Cristo muerto. La expresión del ángel lo dice todo. Cristo aparece desnudo, con una herida en el costado. En el fondo, los olivos y las calaveras; el monte Calvario.

Cristo es la encarnación de la misericordia. Dios Padre nos ama misericordiosamente, apiadándose de nosotros, porque ama a su Hijo, a Cristo, el Verbo encarnado. El Hijo de Dios hecho hombre, y no solo hecho hombre, sino traspasado y muerto. A nosotros se nos escapa esa conmoción; a los ángeles, no.

Dios se apiada de nosotros, porque, así Él lo ha querido, nosotros somos, en cierto modo, su Hijo. Nos ha hecho hijos en el Hijo.

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5.10.15

Solicitar la aplicación de la Santa Misa por una determinada intención: ¿Algo pasado de moda?

Entre los testimonios de la revelación, ocupa un lugar destacado – tan importante como el de la Escritura, e inseparable de ella – la Tradición de la Iglesia. La Tradición es una realidad viva y múltiple; comprende todo lo que la Iglesia es y todo lo que cree (cf “Dei Verbum”, 8). La liturgia es un aspecto importante de la Tradición y constituye un “lugar teológico”, una instancia testimonial de la revelación; así como, respectivamente, el magisterio de la Iglesia, las vidas de los santos, la reflexión de los teólogos, etc.

Cuando uno se pregunta si es lícito aplicar la Misa por una determinada intención, la respuesta viene dada por la praxis de la Iglesia: es un hecho; y un hecho no solamente consentido, sino justificado e incluso alentado por los pastores y por los teólogos. No hace falta más que abrir un misal para constatar que, junto a los formularios de la misa propios de los diversos tiempos litúrgicos – Adviento, Navidad, Cuaresma … - , se encuentran formularios del “propio de los santos”, “misas comunes” (de la dedicación de la iglesia, de Santa María Virgen…), “misas y oraciones por diversas necesidades” (por la Iglesia, por el Papa, por la paz y la justicia…), misas “votivas”, “misas de difuntos”, “misas rituales” (en el Bautismo o en el Matrimonio), etc. Es decir, una inmensa riqueza de textos que reflejan la irradiación del Misterio Pascual de Cristo en las múltiples situaciones de la vida humana.

Es asimismo un hecho, fácilmente constatable, que en las misas se pide por intenciones particulares; y no me refiero solamente a las intercesiones del canon o plegaria eucarística, sino a peticiones aún más concretas; incluso mencionando el nombre, o los nombres, de aquellos por quienes se ora. En la oración colecta de una misa de matrimonio se dice: “derrama tu gracia sobre estos hijos tuyos, que se unen en tu presencia”. Se refiere a los que en esa celebración van a contraer matrimonio; a ellos en particular y no a todos los novios del mundo. O vayamos a una misa de difuntos: “Confortados por los sacramentos que dan la vida te pedimos, Señor, por nuestro hermano N.”. Y esa “N” está ahí en lugar del nombre concreto del fallecido.

Claro, a estas alturas, puede surgir una duda: ¿Hay una sola Misa o hay infinidad de misas distintas, cada una de ellas apropiada para una situación? La verdad es que sólo hay una Misa, que es memorial de la Pascua de Cristo; es decir, cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía se hace presente la Pascua de Cristo y, así, permanece siempre actual el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz.

Pero la Eucaristía, siendo el sacrificio de Cristo, es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia está unida a Cristo, como el Cuerpo a su Cabeza. La Iglesia se une a la intercesión de Cristo ante el Padre por todos los hombres. El “Catecismo” dice que “la vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda” (1368).

La Iglesia - por Cristo, con Él y en Él - , se ofrece al Padre e intercede por todos los hombres. Pero “por todos” no quiere decir por una masa anónima. “Por todos” es por cada uno, con su nombre y apellidos. Y hasta con su función específica: el Papa, el obispo del lugar, los ministros. También por los miembros de la Iglesia que caminan por este mundo y, por supuesto, por los fieles difuntos.

Pero, además de estas intercesiones, ¿puede pedir un fiel cristiano a un sacerdote que aplique la celebración de la Misa por algún fin determinado? Sí, puede hacerlo. Es decir, puede lograr, por ministerio del sacerdote – que representa a la persona de Cristo - , que “su” petición no sea ya sólo “su” petición, sino que forme parte - por así decir, de modo público y oficial- de la intercesión de la Iglesia unida a la intercesión de Cristo. Y no vale dar carpetazo al asunto invocando el valor infinito de la Misa. Es evidente que, siendo la Eucaristía el sacrificio de la cruz que se actualiza, tiene valor infinito.

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3.10.15

La Iglesia no ha “inventado” el matrimonio

Cuando los novios acuden a la parroquia para iniciar el expediente matrimonial, se le formula a cada uno de ellos, entre otras, la siguiente pregunta: “¿Tiene intención de contraer matrimonio como es presentado por la ley y doctrina de la Iglesia: uno e indisoluble, ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos?”. Si el contrayente careciese de esa intención, el matrimonio no se podría celebrar y, de hacerlo, sería en sí mismo nulo; una pura apariencia de matrimonio, sin realidad.

La Iglesia no ha “inventado” el matrimonio, ni ha dispuesto, por su propio capricho, que éste sea “uno e indisoluble”. La Iglesia ha recibido esta doctrina de Jesús: “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10, 6-9).

El Señor se remite “al principio”; es decir, a la acción creadora de Dios, y lo hace con palabras tomadas del libro del Génesis (2, 24). El matrimonio es creación de Dios; Él mismo es el autor del matrimonio: “La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana”, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1603).

Dios es amor; amor fiel. El amor de los esposos, en virtud del sacramento del matrimonio, está llamado a testimoniar esa fidelidad. El esposo y la esposa no serían “una sola carne” si no se entregasen totalmente el uno al otro; exclusivamente el uno al otro; únicamente el uno al otro. Y esta entrega no es total si no abarca también el futuro; si no es una donación definitiva, en lugar de ser un compromiso pasajero. Cuando los novios contraen matrimonio se dicen el uno al otro: “Yo te quiero a ti, como esposo (o como esposa) y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. “Me entrego a ti”, definitivamente. El matrimonio no es un contrato de alquiler, ni una cesión por un tiempo; es una mutua donación irreversible.

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2.10.15

Alimentación e hidratación

No podemos condenar a nadie a morir de hambre o de sed. Ni siquiera a un enfermo que esté muy grave. El Catecismo nos dice que “las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible” (n. 2276).

La eutanasia directa – es decir, poner fin a la vida de personas enfermas – es moralmente inaceptable. Y se puede poner fin a la vida de los enfermos por acción o por omisión. No se puede matar, por acción o por omisión, a alguien ni siquiera para suprimir el dolor que esa persona padece.

Sí se puede, y hasta se debe, rechazar el “encarnizamiento terapéutico”, que consiste no en provocar la muerte, sino en aceptar que ya no se puede impedirla. Sería un encarnizamiento terapéutico insistir en el recurso a tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados.

¿En caso de duda quién debe decidir? Pues, ante todo, el paciente o sus representantes legales, pero no de modo arbitrario, sino tratando de velar por los intereses legítimos del paciente.

Los cuidados ordinarios debidos a una persona no se pueden interrumpir nunca. Habrá que optar, en casos difíciles, por los cuidados paliativos.

Suministrar alimento y agua a un paciente es, en principio, moralmente obligatorio. A no ser que ese suministro cause mayores molestias que las que se pretenden evitar. Y no parece irracional que este suministro básico se proporcione mediante medios “artificiales”, que no equivalen, sin más, a medios desproporcionados.

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