InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: 2015

18.06.15

El cuidado de la casa común

Ha tenido una enorme resonancia mediática la publicación de la encíclica LAUDATO SI’ del Papa Francisco. Hoy todo el mundo está preocupado por los problemas de la ecología; por las relaciones de los seres vivos entre sí y con el entorno, así como de la defensa y protección de la naturaleza y del medio ambiente.

El Papa no parte de cero, sino que se remite a una ya amplia tradición que, en los últimos años, ha conocido las contribuciones de San Juan XXIII, del beato Pablo VI, de San Juan Pablo II  -defensor de la ecología humana -  y de Benedicto XVI, quien recordó, con enorme coherencia, que el hombre es espíritu y libertad, pero también naturaleza.

Francisco se hace eco de lo que, sobre este tema, se piensa, mayoritariamente, en el ámbito científico y social, así como en otras comunidades cristianas y religiosas. Es una encíclica ecológica, sí, pero también ecuménica, universal, que se extiende a todo el orbe. Es muy significativo que cite, tan ampliamente, al Patriarca de Constantinopla Bartolomé I.

¿El gran inspirador del texto papal? Es, sin duda, San Francisco de Asís: “En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”. Un santo que no olvidaba el origen común de todas las criaturas.

La naturaleza es un libro en el que Dios nos habla y que nos recuerda que “el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”.

El Papa Francisco no es un conformista; se apunta al cambio a favor de un desarrollo sostenible e integral: “La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”.

Y en esta preocupación por el cambio todos estamos implicados, de modo significativo los jóvenes: “Necesitamos una solidaridad universal nueva”.

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16.06.15

Profanar

La profanación tiene que ver con el uso indebido de lo sagrado. Y lo sagrado, lo que está relacionado con el culto a Dios, merece, sobre todo, respeto. Quien profana un espacio sacro no solamente ofende a los creyentes – que, obviamente, lo hace -, sino, y eso es peor, ofende a Dios mismo.

El Catecismo de la Iglesia Católica, al tratar sobre el primer mandamiento de la ley de Dios, habla de la irreligión y señala los principales pecados que brotan de esa actitud de fondo – es decir, de la falta de religión, de la virtud que mueve a dar a Dios el culto debido - : la acción de tentar a Dios – intentando poner a prueba su bondad y su omnipotencia - , el sacrilegio – que consiste en tratar indignamente las realidades consagradas a Dios – y la simonía – la compra y venta de lo espiritual -.

Todo sacrilegio es malo. Pero hasta en el mal hay grados. Insultar a otro está mal; matarle es peor. Pero dentro de esa escala del mal, en el sacrilegio lo peor de lo peor es el trato indigno contra la Eucaristía. Y la razón de esta gravedad extrema radica en que en este Sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente sustancialmente.

Es evidente, creo, que la secularización lleva, de hecho, a la irreligión. Hay algo sano en la secularización, si se entiende por tal el intento de defender la autonomía de lo secular frente a lo eclesiástico. O, dicho de otro modo, es sano evitar la teocracia, como lo es huir del cesaropapismo. La doctrina católica es, en esto como en otras cosas, muy equilibrada. Se distingue entre fe y razón, entre Estado e Iglesia, entre lo terreno y lo celeste.

Pero la doctrina católica es, asimismo, enemiga de la separación, de la falta de síntesis - de la composición de un todo por la reunión de sus partes - . Y es que, entre otras razones, la realidad es sintética; es variada, sí, pero es una, también. En términos metafísicos podríamos decir que la esencia distingue y que el ser une.

El dogma cristológico – pensemos en el concilio de Calcedonia – marca una pauta de la que no podemos prescindir: Cristo es uno, pero esa unidad no elimina la diferencia de lo divino y de lo humano, “sin mezcla ni confusión”.

La justa insistencia, por parte de la enseñanza católica, en la distinción, en la relativa autonomía de las cosas creadas, no debería llevarnos a convertir esa relativa autonomía en absoluta y total independencia.

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13.06.15

La “normalidad” según Martiño Noriega

Martiño Noriega es el nuevo alcalde de Santiago de Compostela, el regidor de una ciudad que es conocida en el mundo por su vinculación con el apóstol Santiago. Si uno visita Compostela no podrá obviar ese lazo. La imponente catedral se lo recuerda a todos. Y no solo la catedral, sino también un fenómeno tan incontestable como el Camino de Santiago. Yo, que he vivido algunos años fuera de España, he tenido, a veces, que explicar dónde está Vigo. Jamás he tenido que explicar dónde está Santiago de Compostela. Como nadie tiene que explicar dónde está Jerusalén o Roma.

Pues bien, Martiño Noriega, con la boina puesta en su cabeza, al parecer así suele presentarse, firma en la sección “Tribuna libre” del Faro de Vigo un artículo titulado “A normalidade dos concellos laicos” (“La normalidad de los ayuntamientos laicos”). Todo depende, claro, de lo que se entienda por “laico”. El Diccionario de la Real Academia Española viene en nuestro auxilio y aclara: Laico es el que no tiene órdenes clericales y, también, el que es “independiente de cualquier organización o confesión religiosa”.

Supongo que a nadie se le habrá ocurrido nunca que un ayuntamiento, como tal, pueda recibir las órdenes clericales. No hay, en ninguna parte, un ayuntamiento que sea obispo, presbítero o diácono. En este sentido, todos los ayuntamientos son laicos, porque solo se puede ordenar a personas, no a instituciones.

La segunda acepción de “laico” habla no de ordenación, sino de independencia de cualquier organización o confesión religiosa. Y tampoco es tan difícil entender este sentido de lo “laico”. Es evidente que el alcalde es elegido por los ciudadanos y que no es nombrado ni por el obispo, ni por el imán, ni por el rabino. Hasta ahí, de acuerdo con la “normalidad” de los ayuntamientos laicos.

Pero el error, a mi modo de ver, de D. Martiño Noriega radica en ir más allá de esas acepciones que recoge el Diccionario y tratar de establecer una doctrina general: “el espacio de lo religioso no debe mezclarse con el espacio propio de las administraciones públicas”.

El problema es qué se entiende por “público”. La identificación unívoca entre lo “público” y la administración estatal no es una identificación que haga justicia a la realidad.  La realidad, la atención a lo que pasa en la calle, nos llevaría más bien al sendero de la analogía que al de la univocidad. “El ser se dice de muchas maneras”, enseñaba Aristóteles. Y es una lección que quizá no hemos acabado de comprender.

No solo la administración, o las administraciones del Estado, son públicas. Muchas otras cosas también lo son. Entre ellas la fe, que no se puede reducir al ámbito puramente privado. La fe, si es fe, tiende a iluminarlo todo: la vida privada y, asimismo, la responsabilidad por lo que atañe a todos.

Martiño Noriega, quizá, no lo sé, no ha leído la constitución Gaudium et spes del concilio Vaticano II. En ese texto se dice: “La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres”.

Y, aunque lo cita, no sé tampoco si Martiño Noriega ha leído a fondo el artículo 16 de la Constitución española. Lo reproduzco en su totalidad:

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Unas Jornadas modélicas y un homenaje necesario

Me refiero, en lo de modélico, a las XVII Jornadas de Teología Fundamental (10-12 de junio), organizadas por la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso de Madrid, sobre “El testimonio como categoría teológico-fundamental”. El juicio de los que hemos participado ha sido unánime: excelentes. Poco más que dos días, pero aprovechados al máximo.

Las ponencias, de muy primerísimo nivel: La del Prof. Dr. D. Javier Prades, la del Prof. Dr. D. Thomas Söding – un teólogo bíblico –  , y la del Prof. Dr. D. Salvador Pié-Ninot.

Pero tampoco han deslucido – sino muy al contrario – las comunicaciones. Si me recuento no falla, señalaré las siguientes: La de Lluis Oviedo (“Valor cognitivo del testimonio para la Teología”); la de Vicente Vide (“De la credibilidad a la significatividad de la revelación. Una Iglesia facilitadora de la fe”); la de César Izquierdo (“El testimonio y la verdad"); la de Juan Alonso García (“Testimonio personal, razón rebelde y evangelización. Una visión desde John Henry Newman”); la de Marta Garre Garre (“Convergencias y divergencias entre la prueba testifical vertida en un proceso judicial y el testimonio como categoría teológico-fundamental”); la de Carlos Loriente García (“El milagro como testimonio de la acción divina”); la de Óscar Valado Domínguez (“La música como ‘Porta fidei’ en la conversión de Manuel García Morente”); la de Jaime Pérez-Bocherini (“Tópicas narrativas en la literatura popular contemporánea a la luz de la soteriología cristiana”); la de Amparo García Plaza (“El testimonio de la esperanza cristiana: Su expresión narrativa como historia creyente y como relato épico-fantástico”); y la de Manuel Reus, SJ, sobre “Taylor nos ayuda a repensar las condiciones de la fe”.

Puede parecer injusto que haya dedicado más espacio a las comunicaciones que a las ponencias. En absoluto lo es. Si todo lo que rodea a lo principal es de lo mejor, lo principal queda resaltado de mayor modo.

La felicitación, por consiguiente, al Rector de la Universidad de San Dámaso, D. Javier Prades, y al coordinador eficacísimo de las Jornadas, el Prof. Dr. D. Marcos Cantos Aparicio.

Estas Jornadas son y quieren ser siempre eclesiales. Por ello, es de agradecer la presidencia de la celebración de la Santa Misa, ayer, del Sr. Arzobispo de Madrid, D. Carlos Osoro. Y, no sobrará recordarlo, reconocer al Sr. Cardenal D. Antonio Rouco Varela el logro de haber elevado la Universidad de San Dámaso a lo que hoy es. También se ha hecho presente un antiguo colega de Teología Fundamental, el actualmente obispo auxiliar de Madrid, D. Juan Antonio Martínez Camino.

Y ha habido más cosas en las Jornadas: Los debates, la abundantísima presentación de las novedades bibliográficas y hasta una vista al Museo del Prado, centrada en algunas obras del programa iconográfico “El Credo en imágenes”; visita guiada por dos competentes profesoras de Historia del Arte.

Hasta aquí lo modélico. Y paso a lo necesario: el homenaje el Prof. Dr. D. Salvador Pié-Ninot. Un tributo, de agradecimiento y de amistad, que se ha plasmado en un cuidado volumen: “Testimonio y sacramentalidad. Homenaje al Profesor Salvador Pié-Ninot”, eds. José Luis Cabria Ortega – Ricardo Luis de Carballada, San Esteban Editorial, Salamanca 2015, 691 páginas, ISBN: 978-84-8260-322-3.

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10.06.15

La novedad cristiana es Jesús y nada más

Algo así ha dicho, según recogen los medios, el papa Francisco: “La cruz es un escándalo”, y por tanto hay quien busca a Dios “con esta espiritualidad cristiana un poco etérea”, “los gnósticos modernos”. Después, advirtió, están “los que siempre necesitan la novedad en la identidad cristiana” y “han olvidado que fueron elegidos, ungidos”, que “tienen la garantía del Espíritu” y buscan: ‘¿Dónde están los videntes que nos cuentan hoy la carta que la Virgen mandará a las 4 de la tarde?’¿Por ejemplo, no? Y viven de esto. Esto no es identidad cristiana. La última palabra de Dios se llama Jesús y nada más”.

Estoy completamente de acuerdo con estas palabras que se le atribuyen, espero que con fundamento, al Papa. La identidad cristiana la marca de un modo absolutamente “nuevo” Jesucristo. No hay más que buscar. Nada más.

Jesús es la última Palabra de Dios. Y hablar de lo “último” es lo mismo que hablar de lo “nuevo”. El tratado de lo último – la “Escatología” – se llama también “Los novísimos”. La novedad viene de Dios; los hombres somos muy cansinos y terminaríamos, más o menos, repitiendo siempre lo mismo. Jesús es lo nuevo y lo último y, en definitiva, lo único que cuenta.

“Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que esta” (Catecismo 65). Como decía San Juan de la Cruz:

“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.)”.

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