InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2013

9.08.13

Vigilancia y esperanza

XIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C

“Vigila aquel que tiene los ojos de su inteligencia abiertos al aspecto de la luz verdadera, el que obra conforme a lo que cree y el que rechaza de sí las tinieblas de la pereza y de la negligencia”, escribía San Gregorio. Se presenta con estas palabras uno de los rasgos de la vida cristiana: la vigilancia.

Vigilancia, ante todo, en los modos de pensar, para evitar que nos invadan las mentalidades de este mundo (cf Catecismo 2727). Estar abiertos a la luz verdadera significa estar dispuestos a acoger a Jesucristo como Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. Lo verdadero no se reduce a lo que la razón y la ciencia pueden verificar por sí mismas; ni a lo útil o a lo productivo, ni al activismo, ni tampoco al sensualismo o al confort. Los ojos de la fe descubren una hondura de lo real que abarca la dimensión de misterio, una esfera que desborda nuestra conciencia, que hace espacio a lo aparentemente “inútil”, que no retrocede ante la inaferrable gloria de Dios.

La vigilancia se esfuerza por mantener la coherencia entre la fe y la vida; rechazando todo lo que, en la teoría o en la práctica, se opone al testimonio cristiano. Este esfuerzo exige luchar contra las tentaciones, evitando tomar el camino que conduce al pecado y a la muerte. Vigilar es guardar el corazón, para que se mantenga en la opción perseverante en favor de Dios.

La pereza y la negligencia nos sumergen en los excesos de la noche, en las distracciones que nos pueden apartar de la espera del Señor. La espera vigilante pide la sobriedad, en contraste con la ebriedad, con la turbación de la memoria, de la inteligencia o de la voluntad. La embriaguez es una fuga, un escape, un abandono de nuestras responsabilidades. El hombre vigilante está preparado para dar cuenta, para responder, cuando llegue el Hijo del Hombre.

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2.08.13

La feroz idolatría

Homilía. Domingo XVIII. Tiempo Ordinario. Ciclo C

En el lenguaje de la tauromaquia se habla de la “codicia” de un toro para referirse a la vehemencia con la que el animal persigue el engaño que se le presenta. Un toro codicioso contribuye a la brillantez del espectáculo. Si aplicamos la palabra “codicia” a los seres humanos, podemos mantener similares registros. El hombre codicioso persigue con vehemencia un engaño. Pero, a diferencia del arte de lidiar toros, el resultado de la codicia humana no es la brillantez, sino el fracaso.

En la versión griega de la Escritura se emplea la palabra “pleonexia” para designar la sed de poseer cada vez más, sin ocuparse de los otros o, incluso, a costa de los otros. Consiste, la codicia, en una perversión del deseo, en una avidez violenta y frenética que persigue, sobre todo, el dinero, la riqueza, los bienes materiales. Es el origen de todo pecado (cf St 1,14).

Adán y Eva quisieron ser más, ser “como dioses” (cf Gn 3,5), inaugurando así una historia de abusos y pecados que llevará a decir a San Pablo: “La raíz de todos los males es el amor del dinero” (1 Tim 6,10). Santo Tomás de Aquino explica que así como la raíz del árbol extrae su alimento de la tierra, así la codicia es la raíz de todos los pecados: “Pues vemos que por las riquezas el hombre adquiere la facultad de cometer cualquier pecado y de cumplir el deseo de cualquier pecado: porque el dinero le puede ayudar a obtener cualquier bien temporal, según dice Ecl 10,19: Todo obedece al dinero”.

Es una constatación que todos podemos hacer fácilmente: Por dinero se llega, en ocasiones, a hacer cualquier cosa. Por dinero se roba y se mata; se quebranta la ley; se venden y compran cuerpos y voluntades; se ofende la justicia; se generan luchas en el seno de los matrimonios y de las familias - ¡cuántas familias destrozadas por una herencia!-. Si rastreásemos las huellas de los diferentes crímenes que se cometen en el mundo casi siempre encontraríamos la pista del dinero y, siempre, la de la codicia, el afán inmoderado de algún bien o goce material.

El Papa Francisco ha alertado sobre la “feroz idolatría del dinero”, sobre el humanismo deshumano que estamos viviendo, que puede llevar a la “globalización de la indiferencia”. De este modo no se construye una sociedad solidaria y justa.

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